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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Constitución afgana

Afganistán tiene desde ayer una Constitución que respeta los derechos humanos, proclama el Estado de derecho y manifiesta su vocación de integrar a las minorías étnicas e imponer una ley general conciliadora con la sensibilidad de todos los ciudadanos del país. No es poco. En las últimas semanas hubo varios momentos en los que parecía que iba a fracasar el intento de crear una Magna Carta en un país que nunca la tuvo. Un país cuyo nombre ha sido siempre, desde que es conocido en Occidente, sinónimo de ausencia de ley y violencia tribal, ha logrado que su órgano tradicional de mando, la Loya Jirga, acuerde un pacto general de convivencia y legislación que a todos afecta y atañe.

La aprobación es un triunfo para quienes han luchado por construir un Afganistán que pueda apuntarse al desarrollo y abandone su obcecación por aferrarse a la Edad Media. Todo paso adelante en la conquista de una vida digna, en libertad y seguridad en Afganistán ha de hacernos recordar y agradecer el sacrificio de nuestros compatriotas y muchos otros servidores de las sociedades libres que han contribuido, de forma definitiva, al mismo. Entre estas contribuciones destaca la de los 63 militares españoles que fallecieron en el accidente del Yak-43, todavía huérfano de explicaciones y responsabilidades políticas.

A nadie se le oculta que los problemas siguen siendo los mismos y muy graves. Fuera de Kabul, el nuevo Estado de Afganistán, bajo su presidente, Hamid Karzai, es extremadamente débil cuando no inexistente. Los señores de la guerra, muchos integrados en la Loya Jirga, campan en sus feudos como les place. La seguridad física es un concepto desconocido en gran parte del país, por no hablar de la seguridad jurídica.

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Y sin embargo, mayoría pastún y minorías uzbeca y turkmena, durante siglos enfrentadas y sumidas en perpetuo conflicto en aquel país ensimismado, han acordado esta Constitución, que es, en todo caso, un elemento de esperanza. La apuesta de la comunidad internacional por acabar con un foco de terrorismo que amenazaba a todos desde el fanatismo talibán tenía y tiene riesgos. Posiblemente había más en no enfrentarse a los mismos después del 11 de septiembre del 2001. La Constitución afgana no garantiza nada por sí sola. Pero puede ser una pequeña luz al fondo del túnel interminable de violencia que ha sido la historia de Afganistán.

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