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COPAS Y BASTOS
Columna
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Léo

Entre todos se cargaron el festival de Aviñón 2003 (la primera vez, en 56 años, que no se celebra). Cuando digo entre todos me estoy refiriendo al Gobierno de Jean-Pierre Raffarin, especialmente a su ministro de la Cultura, el señor Jean-Jacques Aillagon; al señor Ernest-Antoine Seillière, presidente del Mouvement des Enterprises de France (Medef); a la CGT, al señor Jean Faivre d'Arcier, director del festival; a la señora Marie-Josée Roig, alcaldesa de Aviñón... y a tutti quanti. Entre todos debían haber llegado a un acuerdo, aunque sólo fuese para no ensuciar la memoria de Gérard Philippe, en cuya persona coincidieron uno de los actores más queridos y emblemáticos del festival y el presidente (en 1957) del Syndicat Français des Acteurs (SFA), el sindicato creado para defender a aquellos intermitentes -entonces todos o casi todos los actores eran intermitentes- cuyos nietos, entre otros, se han cargado el festival.

Mentiría si les dijese que no me afecta lo ocurrido en Aviñón. Claro que me afecta, y mucho: he pasado algunos de mis mejores años de crítico teatral en Aviñón (en 1947, el año del primer festival, ya estaba allí, no de crítico teatral, pero sí de niño espectador, de niño maravillado). Y pienso, estoy convencido de que con Jean Vilar como director -el Jean Vilar que en el mes de julio de 1968 dio la cara y salvó el festival- lo de este año no hubiese ocurrido. Pero gentes como Vilar y Philippe no nacen todos los días.

El ministro (de la derecha) Aillagon ha escrito al director del festival, Faivre d'Arcier (un enarca de izquierdas, socialista, trabajó en el Gabinete del ex primer ministro Fabius), diciéndole que no se preocupe por lo ocurrido en Aviñón, que el Tour hace que en estos días todo se olvide. Y lleva razón: los gritos de dolor de Joseba Beloki han hecho enmudecer el gorigori aviñonés. Como ahora hace 10 años, otros gritos de dolor -dolor de cientos, de miles de anónimos; ocurrió el mediodía del miércoles 14 de julio de 1993, fiesta nacional de Francia, tan festivalero- hicieron que por unas horas los espectáculos de Aviñón pasasen a un segundo plano, tan pronto como corrió la noticia de que dos horas antes, en su casa de Castellina in Chianti, un pueblo de la Toscana, había muerto Léo Ferré.

Diez años ya de la muerte de Léo y la prensa de Barcelona guarda silencio, todo lo contrario de lo que ocurrió a los 20 años (en 2000) de la muerte de Georges Brassens y de lo que está ocurriendo este año con motivo de los 25 años de la muerte de Jacques Brel (el Lliure le rendirá homenaje la próxima temporada). ¿Nos habremos olvidado de Léo? Del Léo amigo de los anarquistas, de los republicanos españoles, del Léo de Flamenco de Paris -"Toi mon ami l'Español de la rue de Madrid, une fleur sur les lèvres..."-; del Léo de Franco la muerte, que cantábamos con Víctor Mora, un psuquero atípico y sentimental. Del Léo que el poeta Joseph Elias (premio Carles Riba 1970, muerto joven, 12 años después) traducía maravillosamente al catalán. Del Léo que le descubrí a Ovidi Montllor y que con los años se convertiría en su amigo, en su huésped en Castellina in Chianti. Del Léo al que escuchamos en el Palau acompañado a la guitarra por Toti Soler. Del Léo de Paco Ibáñez, hoy mi vecino, y de Quico Pi de la Serra... Del Léo de Panname y Jolie môme, aquellas canciones que Juan Marsé oía cantar en París a principio de los sesentas, y que todavía hoy se le antojan tan frescas y sonrientes como el primer día que las escuchó.

Qué ha ocurrido aquí con el Léo que nos acercó a Apollinaire, a Baudelaire, a Rimbaud, a Verlaine... y a Aragón -desde el sobrio y penetrante Tu n'en reviendras pas hasta el patético y lacrimógeno L'affiche rouge-, a Rutebeuf, a Villon, a Jean Roger Causimon -Comme à Ostende, una de mis favoritas-, a Seghers, a Pavese... De los tres grandes -Brassens, Brel y Ferré-, Léo fue quien se hizo con el público joven de 1968, del célebre Mayo del 68. Para Léo fue como vivir una segunda juventud y para los jóvenes Léo se convirtió en un ídolo generacional. A esa generación pertenecen los Mascarell, los Ramoneda, los... chicos de Bandera Roja, que suscribían tácitamente las críticas que Ramón Chao, el padre de Manu Chao, hacía a Brassens en el semanario Triunfo; le acusaba de ser un anarquista de pa sucat amb oli y, en definitiva, de ser un cantante burgués. Es una lástima que el Grec de este año haya dejado pasar la ocasión de rendir un homenaje a Léo Ferré (no faltan buenos intérpretes de sus obras y existen algunos vídeos memorables). Pero la cultura municipal de izquierdas -la misma que trajo a Léo a Barcelona- está muy lejos de sus orígenes, y quién sabe si al bueno de Borja Sitjà, tan afrancesado y condecorado como es él -Léo rechazó cualquier medalla-, no le agrada más la Operación Triunfo que la Complainte de la télé.

Si a algún lector se le ocurre la idea, en lo que queda de año, de tributar un pequeño homenaje a Léo Ferré, que cuente conmigo.

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