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Crónica:TENIS | Torneo de Wimbledon
Crónica
Texto informativo con interpretación

Comienza la 'era Federer'

El suizo, de 21 años, muestra las deficiencias de Philippoussis y gana su primer título 'grande'

No tiene un saque tan poderoso como el del estadounidense Pete Sampras, ni ha sido aún el número uno del mundo, ni hasta ayer tenía algún título del Grand Slam en su zurrón. Pero Roger Federer puede convertirse en el futuro en el sucesor del único tenista de la historia que ha ganado 14 torneos de los grandes.

Este suizo de 21 años rompió ayer una barrera que le mantenía atenazado y cumplió con todos los vaticinios que pendían de su cabeza. Ganó a Mark Philippoussis, de 26º del mundo, y se coronó en Wimbledon. Su victoria, por 7-6 (7-5), 6-2 y 7-6 (7-3) en una hora y 56 minutos, quedará inscrita como una primera página en un palmarés que, probablemente, irá creciendo con el paso de los años. Federer abrió ayer una nueva era.

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La demolición del gigante australiano fue antológica. Puede que el resultado lleve a engaño y que algunos piensen que no se trató de una masacre. Sin embargo, Philippoussis sólo consiguió mantener el listón de su juego al más alto nivel en la primera manga, que cerró con un resto directo fuera por cinco metros sobre un segundo saque de Federer. Fue la demostración más palpable de la impotencia que le estaba ya atenazando y que salió a flote en los dos últimos sets.

Tal como estaba previsto, las claves del partido estuvieron en dos golpes: el saque y el resto. Y, curiosamente, fue el jugador helvético quien mejor dominó estas dos armas a pesar de que, en teoría, el australiano es el que posee uno de los mejores servicios del circuito. En realidad, la estadística indica que Philippoussis ganó 50 puntos directos con su servicio (el 51%), seis más de los que se anotó Federer. Pero la calidad del resto del suizo acabó por romper la seguridad en sí mismo del australiano, que cedió el break por dos veces en el segundo set y perdió el control en el último desempate.

Con su saque, Federer perdió sólo seis puntos tanto en la segunda manga como en la tercera, camino del desempate que le iba a dar la victoria. Y esa pasmosa seguridad en este golpe fue lo que le permitió jugar tranquilo en el resto y desplegar todo el potencial que llevaba enlatado en su brazo derecho.

Federer lo hace todo fácil. Quizás no sea el mejor en nada. No saca como Philippoussis, no resta como el norteamericano Andre Agassi, no tiene un drive como el de Carlos Moyà, ni un revés como el de Albert Costa. Pero ha cogido un poco de todos ellos para configurar una personalidad propia, bien definida, en la que destacan aspectos tan sublimes como su sentido de la estrategia, su frialdad ante la adversidad, su capacidad de intuición y el sello de genialidad y de talento con que combina todo esto.

A medida que el partido avanzaba, Federer se fue convirtiendo en un jugador intratable, que volaba más que corría por la pista, que acariciaba la bola más que la pegaba para situarla en lugares inverosímiles. Convirtió la central de Wimbledon en el mejor escenario para desarrollar su obra. Lo que ofreció ayer Federer fue un espectáculo en el que el segundo actor no pudo seguirle. Philippoussis fue incapaz de interpretar el guión que el suizo había imaginado.

Y, al final, Federer explotó: "Es un sueño que había tenido desde niño. Y ahora estoy aquí, con la copa entre las manos". Lo dijo entre lágrimas, mirando a su entrenador, el sueco Peter Lundgren, el hombre que le ha ido modelando hasta convertirle en un campeón y al que también se le estaban nublando los ojos.

Roger Federer, emocionado, con su trofeo.
Roger Federer, emocionado, con su trofeo.REUTERS

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