_
_
_
_
_
TENIS | Torneo de Wimbledon

¿El sucesor de Sampras?

Desde que en 2001, en su debú en la pista central de Wimbledon, eliminó a Pete Sampras en cinco mangas, cerrando una serie de 31 victorias del estadouniense, las expectativas de futuro han perseguido a Roger Federer. Este suizo de 21 años llegó a sentirse agobiado por la exigencia mediática. No se sentía preparado para asumir todo lo que se esperaba de él. Le decían que era un campeón potencial de un grand slam, pero no pasaba de los cuartos de final; que su talento le convertiría en el sucesor de Sampras, pero eso no le daba títulos... Hizo falta que encontrara la estabilidad emocional y que mejorara su condición física para que su técnica emergiera de forma natural y le llevara a la cima anunciada: a ganar el torneo de Wimbledon.

A sus 14 años, Federer abandonó la escuela para dedicarse al tenis. No le gustaba estudiar. Pero también le costaba entrenarse. Fue a los centros de alto rendimiento de su federación en Ecublens, en la zona alemana, y Bienne, la francesa, y nadie parecía capaz de modificar sus hábitos y evitar sus ataques de furia cuando la pelota no le botaba como deseaba. En una ocasión, en Bienne, acababan de cambiarse las cortinas de las pistas interiores y Peter Lundgren avisó: "Me pregunto quién de vosotros estará tan loco como para lanzar su raqueta contra ellas". A los cinco minutos, Federer falló un golpe fácil y lo hizo. "No me lo creía", agrega Lundgren, que sigue siendo su entrenador; "cuando le miré con fiereza, Roger se tapó la cara con las manos. No sabía dónde esconderse". Aquella vez fue multado con 900 francos suizos y sancionado con limpiar las pistas durante una semana y a las siete de la mañana.

Lundgren es ahora su amigo inseparable. "No me gusta la soledad", reconoce Federer, "y por eso necesito constantemente la compañía de Peter". Incluso cuando ya se han separado, el técnico sigue recibiendo llamadas de su pupilo. "Hablamos mucho", explica Federer; "intentamos aprovechar el tiempo libre en los torneos. Vamos al cine, al teatro, a conciertos..., vemos deportes americanos...".

Cuando Federer comenzó a despuntar y én 1998 fue considerado el mejor júnior al ganar el título individual y el de dobles en Wimbledon, su obsesión eran los vídeojuegos. "Era increíble", comenta Nicolas Escudé, buen amigo; "podía pasarse el día enganchado".

Fue Lundgren quien decidió que aquello era excesivo, que empezaba a existir una dependencia perjudicial. "Invertía en los vídeojuegos demasiada energía", comenta. Y toda aquella energía comenzó a derivar hacia su tenis. En 1999 dio un salto espectacular en la clasificación mundial: del 302º al 64º. Y su progresión ya no se frenó: 29º en 2000, 13º en 2001 y sexto en 2002. "Lo que más me ha impresionado de él", comenta Marc Rosset, capitán del equipo suizo de la Copa Davis, que en septiembre disputará las semifinales contra Australia, "es su progreso físico. Ahora tiene las piernas para exprimir todo el talento de sus brazos. Se nota en el revés. Gracias a que se desplaza mejor, ha consolidado uno de los mejores".

Pero hay otro aspecto fundamental: su estabilidad emocional. "Cuando estaba con la federación, mis raquetas parecían helicópteros: todo el tiempo volando", recuerda Federer; "no aceptaba mis errores. Pero me he encontrado a mí mismo. Comprendo que los golpes milagrosos hacen levantar al público, pero no te hacen ganar. Y he dejado de lamentarme".

Su vida está organizada en torno a su deporte. Ha roto con IMG y su padre, Robert, que comercializa aditivos químicos en África y Oriente Medio, y su madre, Lynette, se ocupan de sus asuntos comerciales.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_