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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una lumbre a ras de suelo

Nadie es mejor ni peor con el tiempo, acaso sólo la edad nos hace más semejantes a nosotros mismos, algo evidente si recorremos la obra poética de Eugénio de Andrade (Póvoa de Atalaia, Fundão, Beira Baixa, 1923), que con 80 años es, sin duda, ejemplo único en la poesía portuguesa. El lector español lo tiene fácil, pues no hace dos años Pre-Textos nos regalaba Todo el oro del día. Antología poética (1940-2001), una espléndida selección de sus versos traducida por Ángel Campos Pámpano, y donde ya pudimos leer algunos de los poemas de Lugares de la lumbre, que publicado en 1998 precede al más reciente Los surcos de la sed, aparecido simultáneamente en portugués y español (Calambur, 2001) en versión de José Ángel Cilleruelo. De Andrade sigue buscando los paraísos de la infancia, la intimidad de la tierra y la pura felicidad del cuerpo, la alegría fulgurante de instantes jubilares en los que es posible "acariciar la más lejana de las estrellas".

LUGARES DE LA LUMBRE

Eugénio de Andrade

Traducción de Jesús Munárriz

Hiperión. Madrid, 2003

85 páginas. 8 euros

Su poesía se expresa cada vez más transparente y luminosa, pero hundiendo sus raíces en la conciencia humana, haciéndola posible y habitable. Lugares de la lumbre es un viaje en el tiempo: frente a la carcoma de la existencia, la memoria nos devuelve a lugares de otro modo irrecuperables. Su espacio es el sur soleado, el verano ardiente y antiguo, favorable a la exaltación de la memoria, a la presencia del amor y la amistad, la música y la poesía, la juventud y la madurez representadas en las figuras de la madre y algunos amigos, en referencias precisas que son "llama que sube / y baja hasta ser incendio / de amor a ras de suelo". Una lumbre que arde con una limpidez y depuración rigurosas. Una lumbre que sabe del frío y las sombras, como exactamente refleja el poema La tela, que cierra este bello libro y define al poeta frente al mundo: "Las cigarras, / la brusca ronquera de la cal, / el sordo reventar de los cardos, todo lo que hace al verano alzarse hacia lo alto / ha llegado a su fin. // El frío, su tela blanca, / recuérdalo, no tardará".

Casi platónico, De Andrade sabe del ritmo con que acontece la vida, del orden de su movimiento, que tras el desvarío glorioso del verano, ése en el que "Aunque envejecido / también el corazón canta", vendrá la fría "canción del viento tras la puerta". Con todo, la brisa espesa de la luminosidad solar crece en el corazón del invierno, trae los instantes que han determinado la experiencia, y con ellos la música que nos interroga insistente, una música que "Como si no dijese nada va / por fin diciéndolo todo". Un viaje al principio de todo, a los misterios del mundo, a la materia interior de la que estamos hechos, a las cosas más sencillas, nuevas e inéditas en poemas que crecen sobre la línea precisa de una razón hecha de belleza y de luz. Y gracias a que, como dice De Andrade citando a Melville, el poeta se sabe emperador de su propia alma, podemos aprender de esos lugares fulgurantes que "Frente al peso del mundo / son orgullosamente lugares de amor".

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