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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mujeres silenciosas

La última de las tres historias del volumen acaba con la siguiente frase: 'Era la sonrisa de quien quiere quedarse a un lado para volver poco a poco a la sombra'. Así es la sonrisa de la protagonista de Sagitario, pero también la de las narradoras de Así fue y Valentino, las dos novelas cortas que completan el libro, y en general la de la mayoría de los personajes femeninos de Natalia Ginzburg: mujeres silenciosas, solitarias, a menudo resignadas y aturdidas, que contemplan sus pequeñas vidas, vacías e incoloras, y apenas si pueden recordar unos pocos momentos de felicidad, mujeres que asoman de vez en cuando a la luz para enseguida reintegrarse a la sombra en la que siempre han vivido. Instaladas en el reducido ámbito de lo doméstico, sueñan con tener su propia casa y preparan el ajuar sin demasiada convicción, dispuestas como están a aceptar un matrimonio sin amor, y mientras tanto asisten con perplejidad al ir y venir de los hombres, caprichosos, contradictorios e inconstantes cuando no mezquinos y cobardes.

SAGITARIO

Natalia Ginzburg Traducción de Félix Romeo Espasa. Madrid, 2002 233 páginas. 17 euros

Las dificultades de comunica

ción entre hombres y mujeres (en general, entre los seres humanos) constituyen sin duda uno de los temas centrales de la narrativa de Natalia Ginzburg (1916-1991). Dificultades de comunicación que tienen su origen en la mentira o desembocan en ella. En Así fue (1947), Alberto miente a su mujer cuando se va de viaje con su amante. En Valentino (1951), el personaje que da título a la historia miente a Maddalena y a todos los demás. En Sagitario (1957), la que miente es Scilla, que presenta una imagen de sí misma que nada tiene que ver con la realidad. En las tres novelas hay personas que engañan y personas que no pueden evitar ser engañadas, y unas y otras son observadas con lástima por la escritora, porque lo que las aúna es un sentimiento compartido de desdicha, una infelicidad que se contagia con rapidez y que acaba haciendo infelices a quienes las rodean. En las tres novelas, además, una es la historia que transcurre en la superficie y otra la que se desarrolla por debajo, y esta historia secreta, que sólo vislumbramos fugazmente, es siempre la verdadera.

Leyendo Sagitario tiene uno la sensación de que los tres relatos, surgidos de un foco común de inspiración y construidos con similares procedimientos narrativos, forman una suerte de trilogía natural. Lo cierto, sin embargo, es que Natalia Ginzburg los publicó originalmente por separado y que, cuando en 1964 los recogió en un volumen, los unió a El camino que va a la ciudad (Bassarai) y Las palabras de la noche (Pre-Textos). El hecho casual de que estas dos novelas estuvieran ya publicadas en nuestro país ha llevado al editor español a presentarlas como tal trilogía, y se diría que ésta es su presentación ideal. En el prólogo a esa edición de 1964, Natalia Ginzburg recordaba que alguna de esas novelas la había escrito para ser un poco menos infeliz, y añadía: 'Me equivocaba. Nunca debemos encontrar en la escritura un consuelo'. Se equivocara o no, la literatura ha estado siempre dotada de la poderosa energía de la consolación, y estas historias de seres infelices parecen escritas para hacer más felices a los amantes de las buenas novelas.

Un diálogo con la vida

LA PRODUCCIÓN literaria de Natalia Ginzburg ha ido llegando a España de un modo errático e intermitente. Aunque algunos de sus libros hace tiempo que fueron expulsados al limbo de los descatalogados, puede afirmarse que, con la publicación de las tres novelas cortas de Sagitario, el núcleo principal de su obra ha hallado cobijo en los anaqueles de nuestras librerías. A la aparición de Sagitario se unen las todavía recientes recuperaciones de Las palabras de la noche por la editorial Pre-Textos y de Querido Miguel y Las pequeñas virtudes por El Acantilado. Cuatro libros en poco más de un año: ¿mera coincidencia o señal inequívoca de que el interés por su obra ha terminado de afianzarse en el lector español? Quiero pensar que se trata de esto último y que por fin en nuestro país ha llegado la hora de Natalia Ginzburg. En uno de esos libros recientemente recuperados, Las pequeñas virtudes, se recogen algunos de sus textos autobiográficos: una evocación del periodo de confinamiento que pasó en una pequeña localidad de los Abruzos junto a Leone Ginzburg, su primer marido (que poco después se incorporaría a la Resistencia y moriría en prisión); un atinado retrato de la indigente Italia de posguerra; un agudo y humorístico análisis de su relación conyugal; la recreación de su prolongada estancia en Londres a comienzos de los años sesenta; un sobrio y sentido homenaje a su amigo Cesare Pavese, con el que compartió responsabilidades editoriales en Einaudi... De su trabajo en su editorial de toda la vida habla también en Léxico familiar, su obra más celebrada, del mismo modo que en Nuestros ayeres se transparenta la experiencia del destierro en los Abruzos, y puede decirse que en todas sus historias autobiografía y ficción se entretejen con rara y deslumbrante naturalidad. Esto es así porque Natalia Ginzburg buscó en sus novelas establecer un diálogo directo con la vida. De ahí que tratara de inspirarse en las personas y los acontecimientos que le eran próximos. De ahí también que regresara una y otra vez a los temas y registros de la crónica familiar. Su conocimiento de las glorias y miserias del alma humana otorga una grandeza y una profundidad inusitadas al más modesto de sus relatos, grandeza y profundidad que destacan doblemente en una prosa como la suya, tan limpia, tan alejada de afectaciones retóricas. Italo Calvino (otro escritor con el que también coincidió en los despachos de Einaudi) dijo una vez que las novelas se escriben con las palabras de todos los días. Ésas son, precisamente, las palabras con las que Natalia Ginzburg escribía.

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