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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los rostros impúdicos de Freund

'Los seres humanos se cubren los genitales, cuando el rostro es lo más desnudo que tenemos'. Hanna Schygulla recuerda la frase que Gisèle Freund (Berlín, 1908-París, 2000) le confió mientras la fotografiaba en su nido de Montmartre. Era su definición del retrato, un aforismo que contrasta con su total escepticismo, ya al final de su vida, hacia el medio: 'La fotografía es la total falsificación de la realidad. Es imposible detener el curso inevitable del mundo. Al fin y al cabo, la democratización de la fotografía es parte de la democracia misma', dejó escrito.

Pero a esta gran retratista, una de las pocas mujeres que atrajo la agencia Magnum y reconocida por sus aportaciones a la teoría de la fotografía, le interesaba más la poesía oculta de los fenómenos (dibujos, pinturas, máscaras, signos de una determinada cultura) y el viaje por tantas vidas privadas -Adrienne Monnier (propietaria de la librería parisina La Maison des Amis des Livres), Gide, Joyce, Sartre, Bonnard, Strand, Walter Benjamin, Miterrand, Borges, Sylvia Beach, Le Corbusier, Frida Kahlo, Duchamp, Man Ray, Simone de Beauvoir- que el final del trayecto. Cuando ha pasado más de un año de su desaparición y al hilo de la retrospectiva que le dedica el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, cabe preguntarse si volverán a surgir fotógrafas tan originales como Gisèle Freund, aunque la mayoría de los que han seguido su estela disfruten de ese sentido 'genuino' que ella profetizó para su profesión, en el sentido en que lo teorizó su admirado Siegfried Kracauer. Esta actitud empática que le llevó a capturar los distintos ambientes y culturas de las ciudades que visitó, la atmósfera de los acontecimientos más relevantes y los protagonistas del momento en campos como la política, la literatura y el arte.

EL MUNDO Y MI CÁMARA

Gisèle Freund. Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona Montalegre, 5. Barcelona Hasta el 3 de noviembre

A pesar de su capacidad para 'visitar' la fantasía de tantos rostros, Freund, como buena judía, fue tan empírica como una película de Rossellini. Sus primeras fotografías buscan el ambiente de la Bolsa de París -uno de los escenarios de la depresión que sufre la economía mundial-, realizadas con la Leica que le había regalado su padre. También podemos rastrear los contornos de la época más glamourosa de Argentina en las fotografías que hizo de Evita Perón, el 'ángel de los pobres', presentada en todo su esplendor , en contraste con su encuentro semanal con los más desfavorecidos; el reportaje de los parados del norte de Inglaterra en los años treinta o el rostro terriblemente fascinante y fascinado (por la vida) de la octagenaria Colette, retratado en secuencias (la huella de Nadar); la llana expresión epicúrea de Virginia Woolf, aquellos retratos de Malraux en 1936, en los que aparece el escritor con los cabellos desordenados, un cigarrillo en los labios y el cuello de la gabardina levantado; o la mirada perdida entre libros de Susan Sontag en su estudio neoyorquino. En cuanto a las fotografías donde el color resulta decisivo -una técnica en la que fue pionera- destaca la de Diego Rivera, cuyo rostro se funde con las figuras y las formas de una de sus pinturas de Ciudad de México.

El don más preciado de Freund es que sus retratos parecen haber regresado de nuestro olvido, pues en sus manos la autoridad de los hechos resulta ser un logro suficientemente vívido para superar la melancolía que nos ha dejado el siglo.

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