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Por una Europa del pleno empleo y los derechos sociales.

Ante la cumbre europea que comienza hoy en Portugal, los autores critican el recurso a las recetas económicas neoliberales en un proceso de construcción europeacimentado, casi en exclusiva, en el mercado.

La Confederación Europea de Sindicatos ha convocado una manifestación en Oporto el 19 de junio, coincidiendo con la presidencia portuguesa, donde van a participar nutridas representaciones de CCOO y UGT para exigir una Europa del pleno empleo y los derechos sociales.

Un cualificado número de políticos europeos, tanto a la derecha como a la izquierda, vienen asumiendo y practicando, sin mayores problemas, las recetas neoliberales de moda: el dios mercado todo lo puede; el Estado es ineficiente por naturaleza y, por tanto, hay que debilitarlo cuanto sea posible; el gran referente ideológico -después del fin de la historia- es el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo.

En la tesis minimalista de los que defienden una construcción europea cimentada casi en exclusiva en el mercado y la moneda única, la meta a alcanzar es mantener una economía competitiva en el marco de la globalización, para lo cual hay que desregular, liberalizar y privatizar cuanto sea posible. Se trataría de una integración europea en negativo (menos normativas comunitarias), frente al concepto fundacional de mayor creación de espacios legislativos comunes. La Conferencia Intergubernamental que se viene desarrollando desde febrero pasado no hace sino confirmar estos planteamientos y los peores pronósticos.

El crecimiento coyuntural de la economía europea, a la sombra de la norteamericana, parece dar la razón a las tesis triunfantes. Sin embargo, bajo los lujosos ropajes de la apariencia se esconde otra realidad mucho menos agradable, donde se hallan 16 millones de parados y 60 millones de personas que viven en la pobreza. El paro sigue afectando al 9% de los ciudadanos de la Unión Europea (en España, al 15%). La panacea de la nueva economía, la flexibilidad, sigue ganando terreno: el trabajo temporal afecta al 13% de los europeos (a casi el 32% de los españoles). Las mujeres aún tienen problemas para integrarse en el mercado de trabajo y perciben unos salarios más bajos que los hombres. La siniestralidad laboral, como no podía ser menos en un ámbito precarizado, mantiene unos índices inaceptables. Los jóvenes -algunas de las generaciones mejor preparadas de las últimas décadas- siguen teniendo grandes dificultades para encontrar trabajo y, cuando lo hacen, todo lo que se les ofrece es temporalidad a bajo precio. Porque el modelo anglosajón que pretende imitar Europa no es el del pleno empleo, sino el del pleno subempleo.

Los ciudadanos de la Unión Europea comienzan a manifestar su desencanto -buena prueba de ello fue la abultada abstención en las elecciones al Parlamento Europeo del año pasado- ante una sociedad que está sustituyendo la ética del trabajo por una ideología depredadora, donde sólo se respeta el poder del dinero obtenido por cualquier medio, incluso a costa de humillar y marginar a los más débiles.

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Los sindicatos afiliados a la Confederación Europea de Sindicatos venimos denunciando este estado de cosas y lo vamos a seguir haciendo. Porque estamos convencidos de que la Europa del futuro debe responder no a los intereses financieros y mediáticos de una cada vez más poderosa élite, sino a las aspiraciones democráticas de la mayoría de los ciudadanos.

La construcción europea que nosotros defendemos requiere un reconocimiento pleno de los derechos políticos, civiles, sociales y sindicales. La Cumbre de Colonia estableció que la protección de los derechos fundamentales constituye uno de los principios fundacionales de la Unión y una condición indispensable de legitimidad. Creemos que es el momento de llevar estos principios a la práctica.

Es preciso adoptar políticas económicas, dotadas de los recursos financieros adecuados, cuyo objetivo sea el pleno empleo. Hay que establecer medidas legislativas que garanticen los derechos de información y consulta de los trabajadores en las empresas, así como el derecho de participación de los asalariados en las sociedades anónimas europeas (cuya directiva sigue vetando en solitario el Gobierno de España). Es preciso establecer una estrategia europea de lucha contra la exclusión social y todas las formas de desigualdad y discriminación.

Pero hay que avanzar, también, en la coordinación de los regímenes de seguridad social, especialmente en lo que concierne a la libertad de circulación, y de la política fiscal. Con la vista puesta en la próxima ampliación de la Unión, es esencial reforzar los valores que han caracterizado históricamente a Europa, para lo que hay que concluir y aprobar, lo antes posible, la Carta Europea de Derechos Fundamentales, dotándola de mecanismos vinculantes y de control.

El Estado de bienestar, tan denostado por algunos, ha sido la seña de identidad de la construcción europea después de la guerra, los cimientos más sólidos sobre los que se ha ido forjando la Europa actual, esa mezcla equilibrada entre criterios económicos y justicia social. No debería ser necesario recordar cuál era la situación de la clase trabajadora al inicio de la revolución industrial, pero los amnésicos vocacionales deben tener la seguridad de que los sindicatos europeos no estamos dispuestos a tirar por la borda dos siglos de luchas sociales.

Vamos a Oporto para manifestar, una vez más, que defendemos, de manera colectiva, la construcción de un espacio común europeo que merezca tal nombre, donde el mercado y la moneda única estén supeditados a una política social, integradora, al servicio de los ciudadanos, y no lo contrario.

Cándido Méndez y José María Fidalgo son, respectivamente, secretarios generales de UGT y de CCOO.

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