No hace falta el grito
Lo mejor del recital fue excesivamente fugaz. Dos o tres minutos, no más. Cuando Ginesa recogió la voz y cantó como si lo estuviera haciendo sólo para sí misma. Éramos más, pero entre ella y la audiencia se estableció como una intimidad, un territorio de mutua complicidad, siempre importante en este arte. Verde que te quiero verde, tan hermoso. Ginesa no siguió en ese registro, ni antes lo había probado. Lamentablemente, porque es donde supo encontrar niveles de belleza poco frecuentes.Sus tarantos fueron de ley, convincentes y dichos con convicción, dramáticos. No diría lo mismo de los estilos en que introdujo grupo con segunda guitarra, percusión y coros. Los cantes pierden entidad, se vulgarizan. Lo colectivo raramente le sienta bien al flamenco, sobre todo cuando casi todos los temas adquieren un soniquete uniforme. El flamenco ahí pierde terreno, aunque la voz de Ginesa Ortega, su entrega y su simpatía sean decisivos a la hora de fijar el beneplácito del público.