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Crítica:JAZZ - GUILLERMO McGILL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Importancia cabal

Si las fuerzas telúricas se aliaron para separar los continentes hace millones de años, artistas como Guillermo McGill se han propuesto iniciar el reagrupamiento de sus músicas con naturalidad y sin traumas. Esa intención parece guiar la filosofía de Los sueños y el tiempo (El Europeo/ Karonte), un disco-libro de importancia cabal que merece situarse ya entre las obras cruciales de las músicas improvisadas de espíritu aglutinador. Flamenco, elementos rítmicos de la música india, tango, candombe y jazz, ese milagro de argamasa que tan bien lo une todo, aparecen primorosamente imbricados para construir un tejado sonoro homogéneo y sólido a cuyo abrigo da gusto hacer música grande y sin adjetivos. Sólo Oceanía falta en esta asombrosa hermandad intercontinental, y no se descarta que se incorpore en el futuro.Para sacar adelante proyectos como éste, inspirado en la obra de la escritora María Zambrano, resulta casi imprescindible que su promotor sepa rodearse de amigos afines a su idea. McGill lo consiguió en disco y, a pesar de algunos cambios, también debe encontrarse como en familia en las distintas configuraciones instrumentales que ha adoptado en vivo hasta el momento. La del Café Central resulta reducida en número, pero tan grande en energía concentrada que las ideas cruzan el escenario, de músico a músico, como arcos voltaicos. Por razones obvias, la armónica erudita de Antonio Serrano no puede competir en envergadura física con el bandoneón de Rodolfo Mederos, una especie de Hércules melancólico, pero compensa la falta de músculo dejándose el alma en cada intervención.

Guillermo McGill

Guillermo McGill (batería y cajón flamenco), Antonio Serrano (armónica), George Colligan (piano), Pablo Martín (contrabajo). Madrid. Café Central. Hasta el 12 de diciembre.

Otro tanto hace el pianista George Colligan para cubrir el hueco de Chano Domínguez; intrépido y febril, el norteamericano parece ya un catedrático de las músicas del sur y, junto al contrabajo rico en glissandos solemnes y taciturnos de Pablo Martín, consigue hacer de cada concierto una variante descarnada y a flor de piel de la versión discográfica. Por su parte, McGill contempla desde la sombra de su batería y cajón flamenco cómo su otra faceta, la de compositor, se muestra con rotundidad en una colección de piezas que penetra en la memoria por la puerta grande, para quedarse.

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