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Reportaje:OBSERVACIÓN DE LA TIERRA / Clima

El deshielo de la Antártida

En enero de 1992 enterré un mensaje en una botella en el hielo de la Antártida Occidental, no lejos del Polo Sur. Según los glaciólogos, el testigo terminará flotando en algún océano, ya que todo el gran casquete helado se mueve hacia el mar, imperceptible pero continuamente. Ahora, el nuevo mapa del continente antártico, obtenido mediante señales de radar por el satélite Radarsat, permitirá conocer con precisión los caminos del hielo y su velocidad. Se sabía ya que enormes ríos de hielo, que parecen versiones petrificadas del Amazonas, fluyen hasta un kilómetro cada año

Ahora, los científicos están empezando a entrever que estas corrientes son mucho más complejas de lo que habían imaginado. También, y esto es lo más importante, que pueden estar vaciando de hielo la Antártida Occidental.El continente austral tiene dos partes muy desiguales: la mitad oriental es una gran meseta rocosa cubierta por hasta 4.000 metros de hielo; en cambio, la Antártida Occidental es en realidad un grupo de islas (ninguna de ellas mayor que la Península Ibérica) que sirven de soporte a una gran visera de hielo, que en buena parte flota sobre el mar. Las Montañas Transantárticas, las cumbres más inaccesibles del planeta, sirven de frontera entre las dos Antártidas.

Si el nuevo mapa está permitiendo reevaluar el flujo del hielo, otros estudios paralelos (H.Conway, en Science, 8 de Octubre) llevan a la conclusión de que el hielo de la Antártida Occidental tiene sus milenios contados: está desintegrándose desde hace 11.000 años y, si el ritmo de disgregación no cambia, dentro de otros 7.000 años ya no quedará nada de él. Los científicos (y los turistas) del futuro tendrán ante sí un archipiélago virgen. Una situación insólita, ya que esta zona de la Tierra lleva millones de años cubierta de hielo. Así que los grandes icebergs que actualmente viajan por el Atlántico Sur son los emisarios de un gran cambio climático, cuyas consecuencias para el hombre están todavía por calibrar.

Hace cien millones de años, los polos estaban bañados por aguas tropicales: los dinosaurios aprovecharon esta bonanza climática, cuyas causas aún no hemos conseguido comprender. Pero el clima de la Tierra empezó a enfriarse drásticamente hace 40 millones de años: lo sabemos porque encontramos sedimentos depositados por corrientes frías en los océanos meridionales. Hace 35 millones de años, los primeros glaciares permanentes se instalan en la Antártida Oriental, y desde hace diez millones de años todo el continente (y el mar próximo) están cubiertos por kilómetros de hielo: los climatólogos nos dirán que la Tierra ha entrado en una glaciación.

Se han propuesto docenas de hipótesis para explicar por qué este planeta es a veces un invernadero y otras un frigorífico; pero lo cierto es que aún no hemos hallado un culpable claro. Sí creemos comprender que la forma de la órbita terrestre determina que en una glaciación se sucedan periodos climáticos más o menos fríos. La máxima extensión del hielo sucedió hace algo menos de 20.000 años; desde entonces el clima se ha suavizado, y los casquetes glaciares han comenzado a fundirse.

¿Son mayores los icebergs actuales por culpa del efecto invernadero creado por el hombre? Por desgracia, el registro geológico no guarda huellas de la eslora de estos buques de hielo. Tampoco el equipo de Conway ha encontrado pruebas de una aceleración; pero los datos indican que el proceso de desestabilización del casquete es muy rápido: la base del hielo se funde, y éste pierde contacto con el fondo, convirtiéndose en hielo flotante. Una de las dos mayores plataformas de hielo flotante, la del Mar de Ross (situada frente a Nueva Zelanda) crece a un ritmo de hasta 450 metros por año. Junto con la plataforma del Mar de Weddell (situada frente a Suramérica) ocupa hoy una superficie conjunta que casi duplica la de la Península Ibérica.

Como es lógico, el proceso de deglaciación no se limita al casquete antártico. En la primavera del presente año, las patrullas que vigilan la circulación de hielo al sur de Terranova han estado de brazos cruzados: al parecer, una combinación de altas temperaturas marinas y un régimen anómalo de vientos han impedido la llegada de icebergs procedentes de Groenlandia hasta las rutas de navegación del Atlántico Norte. Pero muchos factores influyen en el proceso de liberación de icebergs: un estudio reciente de climatólogos de la Universidad de Cambridge (publicado en septiembre en la revista Geology) documenta hasta siete episodios de invasión masiva de hielo en el Atlántico Norte durante los últimos 130.000 años. Dos de estos episodios provocaron brutales subidas (de 20 y 40 metros) del nivel del mar. Y lo hicieron en unos 2.000 años, es decir, muy rápidamente, hablando en términos geológicos.

Así que el mayor peligro, como saben bien los países costeros, no reside en los icebergs, hoy fácilmente detectables por medio de satélites, sino en la elevación del nivel del mar, que hará desaparecer archipiélagos como las islas Maldivas e inundará todas las costas actuales. No es un proceso inmediato pero sí inexorable: el hombre del futuro tendrá que adaptarse a un nivel del mar varios metros mayor que el actual.

Desde que se dio la voz de alarma sobre el cambio climático, los expertos han estado trabajando a marchas forzadas en la construcción de modelos del clima futuro. A principios de septiembre, la Comisión Intergubernamental sobre el Cambio Climático se reunió en Tanzania, en un nuevo intento de evaluar con precisión el problema del calentamiento global. Y una de las preocupaciones que emergió de la reunión fue la falta de un indicador irrefutable de que se está produciendo una crisis climática.

Sin algo que capture la imaginación del público como lo hizo el agujero de ozono en los años 80, será difícil, por ejemplo, convencer al ciudadano medio de que modifique sus hábitos de consumo de energía. Al fin y al cabo, como ha dicho un climatólogo, no podemos hacer nada para salvar el hielo antártico, pero sí podemos acelerar su destrucción.

La desintegración del casquete polar antártico podría jugar ese papel político. El aura de aventura que rodea al continente del Sur y el conocimiento de la historia y el destino del gran depósito de hielo son piezas a jugar. Un miembro de la comisión ha sugerido proponer al público que construya modelos del clima de los próximos 50 años en sus ordenadores personales. Con ligeras modificaciones, uno de los modelos más avanzados propuestos en la reunión de Tanzania podría reproducirse (en unos seis meses) en un ordenador personal moderno, sin ocupar más memoria que un juego complejo.

Al fin y al cabo, más de un millón de voluntarios están colaborando en el programa SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), revisando en sus ordenadores datos de radiotelescopios en busca de posibles señales codificadas. ¿Por qué no una campaña semejante para intentar averiguar el futuro de nuestro clima? Alguien podría decir a sus nietos que él fue quien predijo la temperatura media de la Tierra en el año 2050. Y mi botella debería tardar lo más posible en llegar al Atlántico Sur.

Francisco Anguita es profesor de Geología en la Universidad Complutense.

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