_
_
_
_
_

Duras críticas del sínodo europeo de obispos a la UE por su política de emigración

El cardenal de Viena ve en el Tratado de Schengen un nuevo telón de acero en el continente

ENVIADO ESPECIALLa mesa es grande, pero la solidaridad escasa. Y muchos escogen saciarse de algarrobas antes que compartir las sobras con un vecino que no tiene para comer: es el rostro de Europa en este final del segundo milenio, según los obispos del continente otrora conquistador y emigrante. El cardenal Cristoph Schömborn, de Viena, ha levantado su voz en el aula del sínodo romano. "Tras la caída del telón de acero, una nueva frontera ha nacido: la frontera de Schengen", dijo en referencia a la política de la Unión Europea sobre migraciones.

Dieciocho millones de emigrantes hay en Europa, y otros millones se afanan por un resquicio por el que colarse hasta la mesa del rico vecino. "Es el desafío más dramático en este fin del milenio", dijo el cardenal arzobispo austriaco. "Viena está a mitad de camino entre Moscú y Madrid, pero, ¿está también en el centro de Europa?", se preguntó Schömborn. Fue una petición a la cumbre de la UE en Finlandia.Las intervenciones del obispo ucraniano Lybomyr Husar, perseguido hasta ayer mismo, y del bosnio Franjo Komarica, fueron más tajantes porque surgen del meollo. "Los que vivimos al Este también somos parte de Europa", dijo el primero. "Es una auténtica vergüenza para los europeos al final del siglo XX", clamó el segundo.

Así que la severa alusión al telón de acero que supone Schengen suena a desafío: el cardenal de Viena no es un cualquiera. Se sabe que el borrador de una de las propuestas que los obispos aprobarán mañana o el viernes es muy crítica con la posición de la UE ante los emigrantes, aconseja al Papa que convoque cuanto antes un sínodo especial para discutir sobre "este problema tan acuciante", y sostiene, para vergüenza de los poderes civiles si fuera cierto, que en muchos países "la única fuente de asistencia y apoyo" que reciben los emigrantes sin papeles ("ilegales", dice el borrador) mana de la Iglesia y sus organismos.

A diez años del muro

A diez años de la caída del muro de Berlín, los 179 obispos reunidos en asamblea especial han perdido la sonrisa y el entusiasmo que exhibieron aquel 14 de diciembre de 1991, durante una clamorosa clausura del primer sínodo europeo tras el derrumbe del comunismo. Pero de entonces acá la cara de Europa se ha ensombrecido, según las intervenciones de los prelados, que van a dar paso a una treintena de propuestas al Papa para que éste les ilumine para salir del atolladero en que están la Iglesia católica europea y Europa misma.

El número de extranjeros que viven en la UE se ha quintuplicado en los últimos 50 años. Sólo Alemania tiene 7,4 millones de extranjeros, el 9% de su población. Es un fenómeno tan antiguo como la Europa moderna, pero hoy las señas de su identidad hablan de marginación, de miedo, de abusos terribles y de falta de esperanza. El diagnóstico de los obispos es desolador.

La conmoción romana, estos días, por el varapalo de un ex secretario general del Partido Comunista Italiano, el PCI, en el sentido de que el comunismo es incompatible con la libertad, la redondea un documento sometido a debate del sínodo con esta otra observación: el comunismo soviético también era incompatible con el desarrollo social y económico, y sobre las cenizas de su derrumbe los jóvenes crecen sin ilusión, sin moral, con la única ética obsesiva del dinero. "Es el homo sovieticus", definió con desolación Klemens Pickel, obispo de Cusira y de la Rusia Europea, diócesis cuyo tamaño equivale a cuatro veces Alemania y que el pastor Pickel atiende con sólo 35 sacerdotes, ninguno ruso. El Papa terminó aplaudiéndole. "La palabra altruismo es extraña al homo sovieticus", resumió Pickel.

La posición de este obispo ruso contrasta con la mantenida ayer por el obispo de Sigüenza y Guadalajara, José Sánchez. Fue durante muchos años cura de los emigrantes españoles a Alemania e intentará introducir en la propuesta sobre migraciones una enmienda para suprimir o al menos mitigar, el tono sombrío que se nota en las intervenciones. "Los emigrantes enriquecen a Europa", sostiene Sánchez, ex portavoz de la Conferencia Episcopal Española y actual presidente de la comisión de Comunicación Social. "La Iglesia debe ser pionera y modélica en el respeto a la dignidad y los derechos de los inmigrantes", dijo.

Los 179 prelados europeos convocados por el Papa, en su inmensa mayoría elegidos en votación secreta en sus conferencias nacionales, han hablado casi todos de las migraciones. Será difícil encontrar entre los cientos de documentos de este sínodo un signo mayor de unanimidad y de consenso. Es seguro que la Iglesia endurecerá sus críticas a los poderes insolidarios, y su exigencia de una mayor permeabilidad de las fronteras del trabajo y de la riqueza. "La mesa es grande y hay sitio para todos", proclamó Jolanta Olech, una religiosa polaca invitada por el Papa.

El grito de Sanja Horvat

"En casa hay sólo una cruz y el rechazo. Los que están dentro quieren marcharse y los que tuvieron que irse ya no quieren volver". Ha sido como un grito en el corazón de la ciudad eterna, y salió de una joven que vive en Sarajevo, trabaja de enfermera y estudia teología en el Instituto Teológico de Bosnia-Herzegovina. Se llama Sanja Horvat y ayer almorzó con Juan Pablo II como una de las 16 mujeres invitadas por el Papa al II Sínodo de Europa.Los obispos del sínodo, lo más granado de la Iglesia católica, escucharon a Sanja Horvat con el corazón encogido. Y el Papa, habitualmente absorto o relajado, con una mano sujetándose la cara y en la otra un rosario, levantó la mirada con admiración y dolor compartido. Sanja Horvat terminó aludiendo al Papa como "nuestro amigo más querido". Antes, en unos cinco minutos, hizo el retrato de un paisaje humano sometido aún a los desastres de la guerra. "Los jóvenes de Bosnia tenemos demasiado tiempo libre, desempleo, tasas de desescolarización muy altas. ¿Qué pasa con la Convención de los Derechos Humanos, qué con los derechos de las mujeres y los niños, o con el derecho al trabajo? En mi país hay una tábula rasa de esos derechos", dijo.

Pero el problema para Sanja Horvat es el regreso de los jóvenes que se fueron para salvar la vida durante la guerra. "Muy pocos han vuelto. ¿Cómo podemos? No tenemos casa. No nos quieren. ¿Cómo podemos volver a un vecindario donde no hay buenos vecinos? No hay desarrollo económico, ni trabajo, ni dinero. Y además, somos católicos", dijo Sanja Horvat, en alusión a los enfrentamientos religiosos. Denunció que los jóvenes católico de su país, son "tratados como cosas, no como seres humanos" porque "la Iglesia tiene cada vez menos poder, con enemigos poderosos que no saben nada de la reconciliación o el perdón".

La de Sanja ha sido, sin duda la voz de la desesperación cristiana y también un grito para Europa ofrezca ayudas y soluciones de verdad.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_