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Nada, palabrería

JUSTO NAVARRO El Congreso prepara un homenaje a los exiliados de la guerra de 1936, al cumplirse 60 años del triunfo de Franco y los suyos. Todos los grupos parlamentarios estaban de acuerdo en condenar "el golpe fascista militar contra la legalidad republicana". No todos. El PP no acepta hablar de golpe militar fascista. Quiere homenajear a los exiliados sin hablar de la Guerra Civil, tan vieja y desagradable. El PP no quiere hablar del origen de aquella guerra y aquel exilio, que hoy sólo son fantasmas superados (¿son superables los fantasmas?): la guerra del abuelo del padre. El PP no quiere hablar de fascismo en el caso de la Guerra Civil, pero denuncia fulminantemente el fascismo de la televisión de Andalucía, que les ha quitado más de una hora de imágenes del PP en los informativos sobre la campaña electoral. Aquí sí, aquí hay un terrible caso de fascismo: más de una hora, más de una hora y tres cuartos, casi dos horas de fascismo en Canal Sur. Y el fascismo televisivo ahonda todavía más: los responsables de RTVA dejan un sillón vacío para el PP en los debates electorales en los que el PP no participa. Es el sillón vacío fascista. Así resulta que el fascismo, tan de moda en los años 30, no tiene sentido aplicado a una guerra de los años treinta, pero sí tiene sentido cuando no tiene ningún sentido: ayer mismo, en Canal Sur. Me llama la atención la suavidad con que aquilata las palabras el PP en el caso de los miles, cientos de miles de deportados de la fantasmal y superada Guerra Civil, y la despreocupación con que las reduce a palabrería en el caso del sillón vacío. Quizá quiere revelarnos que todas las campañas electorales son cosa insignificante, viento y serrín, conversación acelerada de barra de bar, donde el bebedor llama fascista al bebedor que le arrebata un hueco junto al grifo de cerveza. Fascismo se ha convertido en una palabra carraca, rápido comodín en momentos de irritación efervescente. Fascista es el descarado que nos empuja en la cola de Correos, y el portero de discoteca que nos niega la entrada, y el jefe que despide o el trabajador que acude a Magistratura. Así que, en parte, estoy de acuerdo con el PP: yo ni siquiera hablaría de fascismo para calificar el golpe militar de 1936. Porque hablar ahora de fascismo es no pensar, o pensar en mascarones como Hitler y Mussolini, e incluso Franco: pensar y a la vez no pensar, es decir, olvidar la trama de individuos reales que fueron montando la conspiración contra la República desde el mismo 14 de abril de 1931. Hablar de fascismo tiene sus ventajas: nos libra de razonar y de ser los equivocados. Los fascistas son siempre los otros, y nunca tienen razón. El infierno son los otros y el fascismo son los otros. Por ejemplo, según he oído estos días, fascista es Milosevic y fascista es la OTAN y su secretario general, y todo depende de quién use la palabra fascista. No pueden ser iguales el portero de la OTAN, el secretario general de la Discoteca, los deportados y sus perseguidores, el sillón vacío de Canal Sur y la Marcha sobre Roma de Benito Mussolini. O quizá todos sean igual, nada, palabrería.

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