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Tribuna:AULA LIBRE
Tribuna
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Selección y selectividad

Las pruebas de acceso a la universidad, conocidas popularmente como "la selectividad", constituyen un verdadero Rubicón personal en la vida de muchos estudiantes. Dentro de poco aflorarán las ansiedades e inquietudes que producen, la hipersensibilidad social que generan. Hace más de un año, el Senado hizo al Gobierno una propuesta de reforma. Sugería modificaciones para mejorar su desarrollo: dar mayor importancia en la nota de entrada para unos estudios determinados a aquellas asignaturas más afines e introducir ciertos criterios y procedimientos que garantizasen una mayor objetividad, rigor y garantía en los métodos de calificación. Posteriormente, los responsables del ministerio, que de modo reiterado habían destacado la frustración de los estudiantes y el descontento social que dicho examen originaba, que habían insistido en que se debía atender la cuestión vocacional (¡qué fácil es hacer demagogia sobre ella!) paralizaron las modificaciones, no hicieron nada para corregir los defectos sobre los que alarmaban. No era la primera vez: un año antes, también el Consejo de Universidades había propuesto medidas que tampoco aceptaron. Entonces, ¿para qué prendieron la mecha?El problema no está en el diseño de la selectividad, sino en el ajuste entre la oferta y la demanda de plazas universitarias. O más concretamente, si se atienden las preferencias de estudios solicitados en primer lugar y el centro donde cursarlos. La evolución de las cifras muestra con claridad que dicho problema desaparecerá prácticamente en pocos años, salvo en ciertas áreas concretas (medicina, alguna ingeniería...); el ajuste por áreas crece con rapidez, ayudado por el descenso demográfico. El asunto ya no es "qué quiere estudiar" el joven que llega a la universidad sino "dónde puede estudiarlo".

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Querían cambiar la selectividad, pero ésa ya no es la cuestión, ha quedado obsoleta; no se trata de iniciativas aisladas, de dudosa efectividad, como la última propuesta de dar más oportunidades para poder mejorar la calificación. Es algo de mayor calado: el sistema de admisión condiciona que los resultados de la formación sean satisfactorios. Un aumento en la calidad se alcanzará mediante la competencia, la emulación y la evaluación de un conjunto de instituciones diversificadas que participen en la selección de sus estudiantes.

Algunos entienden la diversificación como la coexistencia de universidades mejores y peores y, sin más, "que evolucionen" en base a los principios del neoliberalismo. Mi idea es opuesta: fomentar la excelencia, pero que las oportunidades se distribuyan equitativamente, que la Administración desarrolle programas para corregir las debilidades. Las universidades deben aumentar su diversificación temática y de enfoque, tener estructuras flexibles. Y para ello necesitan participar en la selección de sus alumnos.

Es un cambio que podría abordarse sin grandes conflictos más allá de las dificultades técnicas a resolver, una innovación que ya han iniciado otros países. En Alemania, el ministerio federal propuso hace meses que las instituciones de educación superior se implicasen en la selección de sus estudiantes, y eligiesen una cuota según sus propios criterios. En Suecia, las instituciones son libres para decidir los estudiantes de cada titulación, siempre que cumplan los mínimos establecidos.

Dos iniciativas tendrían que desarrollarse para conseguir que la admisión de alumnos se adecue a las necesidades del sistema. La primera sería la creación de un observatorio para el seguimiento de los alumnos y los problemas de la transición de la secundaria a la universidad (es una sugerencia reciente de la Unesco). La segunda, el establecimiento de un cupo, de implantación progresiva, de participación de las universidades en la selección de sus alumnos. Podría ser del 50%, que se alcanzaría después de un periodo transitorio de cinco etapas anuales. Al final, la mitad de los estudiantes obtendrían su plaza mediante una prueba general de acceso de cada distrito, como la actual selectividad, y la otra mitad en pruebas diseñadas y tuteladas por cada universidad. Un organismo de coordinación determinaría unos mínimos de estudiantes para cada universidad en cada titulación. Si a la Universidad no se le permite participar en la selección de estudiantes, no se le puede exigir plena responsabilidad en los resultados.

Francisco Michavila es catedrático de la Politécnica de Madrid.

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