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Tribuna:Derribar 'héroes': ¿desmitificación o amarillismo?
Tribuna
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Asalto a la imagen

Antonio Elorza

Hace unos meses me contaban los alumnos que un profesor de mi facultad, antes comunista de estricta observancia, destrozaba en clase la figura de Carlos Marx, presentándole como un tipo capaz de hacerle un hijo a Lenchen Demuth y cargarlo luego en la cuenta del fiel Engels para así no perturbar los principios de moral tradicional vigentes en la familia Marx-Von Weinsleben. Es un signo de los tiempos. Los vicios privados son utilizados cada vez con más frecuencia para destrozar las imágenes públicas. Resulta que una famosa violinista debe ser recordada ante todo por su calidad de "peligrosa" ninfómana, que Einstein era un machista impresentable y que Arthur Koestler estaba siempre ávido de carne femenina, como auténtico vampiro sexual que así ha ganado a pulso la defenestración de su busto en una universidad inglesa.En otros casos, la destrucción se hace a partir de la acumulación de pruebas sobre la insinceridad de los personajes. El bronco y agresivo Karel Bartosek echó así su capa de cieno sobre el Arthur London de La confesión, un antropólogo norteamericano saca toda la punta que puede a las inexactitudes de Rigoberta Menchú y, entre nosotros, César Alonso de los Ríos ha dejado a Tierno Galván convertido en un irremediable mitómano. Ni siquiera los personajes colectivos se han librado de la quema: en un libro reciente, el prolífico César Vidal ha cargado contra las Brigadas Internacionales, enarbolando las revelaciones de los archivos de Moscú, eso sí, sin asomarse al archivo de las Brigadas que conserva el antiguo instituto de marxismo-leninismo en la capital rusa.

El fenómeno es, pues, lo suficientemente amplio como para preguntarse por su origen y significado. De entrada, casi todas las víctimas de estas revisiones están ya muertas y no pueden responder a las acusaciones recibidas. En su mayoría son, además, gentes ligadas de un modo u otro a la izquierda, de suerte que la desmitificación se orienta sospechosamente hacia la conversión de dicha izquierda en una galería de falsos ídolos. Y son siempre personalidades de primera fila, con lo cual cabe sugerir que en más de un caso el investigador acomete ante todo una operación de mercado, en un mundo de la comunicación donde el sensacionalismo sigue siendo un factor de primera importancia. No hace falta haber leído a Koestler o a Menchú ni asistido a un concierto de Jacqueline du Pré para disfrutar con la cacería a que son sometidas sus respectivas vidas.

Los datos aportados para las revisiones pueden ser fiables (a veces, ni eso, como ocurrió con el texto manipulado por Franco Andreucci para denigrar a Togliatti). En cualquier forma, lo esencial es ponderar lo que efectivamente representan para la valoración histórica del personaje, y aquí casi siempre la pesquisa policial dista de encontrarse compensada por un segundo nivel de investigación desde el cual pudieran explicarse la razón o la sinrazón de las infracciones observadas. En unas ocasiones, los datos relativos a la vida privada pueden aportar elementos para la comprensión de una figura intelectual: es lo que ocurrió con Althusser. Pero resulta muy dudoso que la marginación de su hijo Freddy por Marx, los acosos sexuales de Koestler o que a don José Ortega y Gasset le gustasen las morenas, pongo por caso, sean elementos que aporten lo más mínimo para valorar históricamente a los autores de El Capital, El cero y el infinito o La rebelión de las masas. Quédese todo, pues, en el más estricto campo del sensacionalismo.

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El campo de las insinceridades ofrece mayor complejidad, pero siempre cabe exigir la superación del nivel puramente policial. Las fabulaciones de Tierno sobre su propia biografía pueden formar parte de esa tendencia del viejo profesor a jugar con las designaciones, que culminó en sus célebres bandos, y con los silencios y manipulaciones a que otros prohombres de su generación sometieron a la imagen de las propias vidas. Ni en su caso, ni en el de Rigoberta Menchú, ni en el de Arthur London, resulta posible una valoración sin introducir antes un análisis del contexto y la reconstrucción del significado posible de esos vacíos o errores deliberados. Sin este paso final, el positivismo puede desembocar en una pura y simple deformación.

Y una deformación conservadora. Lo que interesa es la aportación intelectual y política de Tierno a la oposición antifranquista, la biografía colectiva de las poblaciones mayas que la Menchú trata de resumir en el relato de su vida, algo que explica perfectamente el recurso a la guerrilla, por inadecuado que el mismo parezca al observador desde la atalaya del fin de siglo, o la grandeza y la precisión con que London describe la represión estaliniana sufrida en la propia carne. Historiar es, insistimos, ponderar.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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