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Marulanda deja solo a Pastrana en el acto histórico de comenzar a negociar la paz para Colombia

ENVIADO ESPECIALEn una hectárea escasa de Colombia ante no más de 4.000 personas de las que casi la mitad eran dignatarios, invitados y periodistas, se inauguró ayer, en San Vicente del Caguán, capital de un desértico municipio, lo que quiere ser una nueva era de paz en el país que lleva más años en guerra del hemisferio occidental. Pero la sorpresa enseguida fue mayúscula y depresiva porque el presidente Andrés Pastrana no se vio obsequiado por la guerrilla de las FARC con la presencia de su líder histórico, Manuel Marulanda Vélez Tirofijo, que mandó a tres comandantes como quien envía unos suplentes porque tiene una pertinaz migraña el día del estreno. El diálogo comenzó ayer oficialmente pero con anticlímax. El novio, el gran tenor, el esperado, no ha venido. ¿A dónde miro yo?

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Al fondo, la iglesia, modernista y cuartelera, tierra de tregua de Dios donde acampa la Cruz Roja; frente a su fachada, un tecno-palio erizado de cables en el que se halla la mesa presidencial; un cordón de guerrillas que separa doblemente a periodistas de presidencia e invitados, y a todo este equipo de oficiantes, del pueblo que se apretuja tras unas enjutas vallas de contención.El aspecto de desfile de misses o partido amistoso de dos selecciones nacionales lo subrayaba la salida de los protagonistas: de uno en uno, por equipos, primero el gubernamental, claramente el visitante; a su frente, Pastrana de niki blanco saludando a la plaza, seguido por sus más íntimos colaboradores en el plan de paz, y cada uno modestamente vitoreado por el público. Luego, el equipo local: los tres grandes negociadores guerrilleros, Joaquín Gómez, Raúl Reyes y Fabián Ramírez. Pero el ominoso desencanto de todos era evidente. Gómez leyó el discurso de Marulanda, que si ya era inocuo en su optimismo sin razones expresas, se convertía en un fatigoso deambular entre la requisitoria histórica y el mediocre spot publicitario.

Aunque la mayor parte de la diatriba afectaba a los presidentes precedentes, la mayor parte de ellos de filiación liberal, a Pastrana le tocaba también, pese a lo próximo de su inauguración el pasado 7 de agosto, la acusación de continuar con la represión antiguerrillera; pero está claro que al presidente conservador se le daba ayer un beneficio en puntos suspensivos de la duda.

Víctor G. Ricardo, alto comisionado de paz, templó algo la suerte al leer un comunicado conjunto de Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en el que se confirmaba que, pese a la ausencia de Marulanda, el plan de diálogo sigue para "en el plazo menor posible" determinar las cuestiones de la negociación, que, si hay acuerdo, se iniciará en unas semanas.

En una bella oración digna de un Lutero King y su sueño, quizá un punto demasiado clásica, el presidente Pastrana habló el último, viéndose obligado de salida a aludir al feo del jefe guerrillero, para decir que eso no cambiaba nada. "Yo he venido como jefe del Estado para cumplir mi palabra". El otro, se entiende que no la tiene. Ésta "es una cita de la historia a la que se llega con medio siglo de retraso". El presidente sabe que no se pone fin a una guerra de 40 años "en unos meses", por lo que "invoca al paciente Dios de los colombianos"; Pastrana ha hecho una propuesta que de tan abierta y generosa parece algo flotante de contenido para "discutir, disentir, evaluar, pero sobre todo construir una nueva Colombia" .

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El presidente y la guerrilla han coincidido en una sola cosa: en su expresión de respeto a la Iglesia, que trató de mediar por la paz cuando no la dejaron -al parecer, Estados Unidos y Ejército, según las FARC- y como faro de la negociación futura, según Pastrana Arango. Con dramatismo bien medido, el mandatario ha pedido el fin de una historia de tres países de los que "uno mata, el otro muere, y el tercero, horrorizado, agacha la cabeza y cierra los ojos". Y en este fantástico y entrañable revoltijo que es Colombia cierra con un llamamiento a los grandes actores patrios, del Nobel García Márquez al escultor Botero. De Shakira, jovencita melifluo-rockera al científico Patarroyo; del Pibe Valderrama, futbolero jubilado, a Los Aterciopelados, pop más duro, al parecer bien conocidos en España. Álvaro Mutis no salía.

El público ha aguantado, como no sabemos si aguantará mucho más "el Dios de los colombianos", un sol que de tan potente no podía ser sólo de justicia. En esto, el clima inasequible del Caquetá y de San Vicente ha sido perfectamente democrático, incluso redistribuidor de sus bienes, al caer demoledor sobre los invitados sin más protección que un sombrero jipi, mientras el pueblo encontraba algún que otro árbol en el que degustar la sombra.

Había invitados del novio y de la novia. El ex presidente de la Nicaragua sandinista, Daniel Ortega, era, sin duda, el primero, si es que la guerrilla era la que desposaba. Gabo, posiblemente, venido como periodista, pero sentado entre los invitados, era quien resultaba en ese sentido inclasificable. Estrecho, aunque informal colaborador de Pastrana, el Nobel de Literatura complace también a las FARC, para quienes es un agente autopropulsado de La Habana. Se asegura aquí que el reciente nombramiento del ex ministro de Exteriores Julio Londoño, liberal, como embajador en Cuba sólo pudo sustanciarse, ante la reticencia del interesado, porque García Márquez le dijo: "Has de ir tú".

El fin de fiesta, que en su parte dispositiva sólo se ha demorado un par de horas, no deja de ser por todo el entusiasmo de consignas e himnos coreados por el público, el de las FARC, un poco desvencijado. Marulanda, ¿por qué no?, está en la boca de todos. ¿Desprecio, desinterés, mala educación, indiferencia? En un hombre como el incombustible guerrillero de 70 años, 50 en la montaña, nada puede ser gratuito. Si no vino ha de ser porque cree ser el dueño de esa paz que le requieren. Sólo, quizá, cuando acabe en unas semanas el diálogo y si hay que negociar, baje el viejo zorro de su sede en la montaña.

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