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Doña María Moliner

En el Diccionario de Uso del Español de doña María Moliner, la entrada lexicografía dice por toda información: "Arte de componer diccionarios". Y la correspondiente a arte indica como primera acepción la de "manera como se hace o debe hacerse una cosa". La suma de las dos acepciones exige claridad, eficiencia y sentido de la utilidad. Creo que eso es lo que desde el principio se propuso doña María, y me parece pertinente recordar que, si la eficiencia es en todo superior a la eficacia, lo es más profundamente cuando el resultado coincide con la intención.Desde el año 1966, en que se publicó por primera vez su hoy famoso diccionario, mucha gente que trabaja con la lengua española o castellana se ha beneficiado de esa obra admirable, pero, aunque parezca que arrimo el ascua a mi sardina y a la de muchos de mis colegas, creo que quienes tienen desde entonces contraída una deuda de honor muy especial con esta mujer somos los escritores.

Doña María Moliner (Paniza, Zaragoza, 1900-1981) fue una de las primeras mujeres de su época que obtuvieron un título universitario, lo que la convirtió en una adelantada. Se licenció en Historia en 1921, aunque su interés se dirigiría sobre todo al campo de la lingüística y la gramática. Al año siguiente ingresó en el cuerpo de bibliotecarios, del que se jubiló en 1970. Ejerció en Simancas, Valencia y Murcia, por razones de su propio trabajo y de su matrimonio con don Fernando Ramón, catedrático de Física en Valencia y, tras la guerra civil, en Salamanca. Por causa de este último traslado, la familia se instala en Madrid, donde trabaja en la biblioteca de la Escuela de Ingenieros Industriales; y, estando en Madrid, comienza, en 1952, la elaboración de su diccionario.

La diferencia entre un diccionario normativo y un diccionario de uso es que el primero pretende imponer normas de uso y el segundo pretende recoger formas de uso. Normativo es el de la Real Academia Española; de uso, el de doña María.

En 1972 fue propuesta para ocupar un sillón en la Real Academia. De haberlo logrado, habría sido la primera mujer académica en la historia de esa institución. No lo consiguió porque la justicia poética está reñida con la justicia académica, pero tampoco el tieso y antipático diccionario de la Academia ha conseguido una pizca del amor que tantos amantes de la lengua española tenemos por el diccionario de doña María.

La mesa del salón de la casa, la máquina portátil, el lápiz, la goma y los mazos de fichas se han convertido en imágenes legendarias de un trabajo laborioso y diario que el mundo informatizado de hoy contemplaría con el mismo asombro con que un hombre del campo contempla la aventura espacial. Quizá sea el último trabajo lexicográfico realizado a mano, como los bordados, y, de hecho, la nueva edición -póstuma en lo que respecta a doña María-, que su editorial anuncia para este mes, ha requerido de las más modernas técnicas y de un nutrido grupo de especialistas.

Doña María se educó en la Institución Libre de Enseñanza. No creo que este país haya rendido reconocimiento suficiente a esa institución; más bien se lo han rendido sus propios alumnos, como es el caso de doña María, con su trabajo; pues hoy día es casi imposible mencionar grandes nombres en cualquier campo de la cultura española sin tener que mencionar también su procedencia institucionista.

Desgraciadamente, nada ha venido a sustituir o continuar aquella admirable obra de educación, y este país lo nota.

Quedan sus obras. El Diccionario de Uso del Español de María Moliner vuelve puesto al día, pero terne en su espíritu; de hecho, ella misma había comenzado a renovarlo. Es un placer comprobar que lo bien hecho sigue vivo. Doña María Moliner continúa entre nosotros. Todo un regalo.

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