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Tribuna
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Soy europeo por deseo propio

El punto de vista expresado por Valéry Giscard d"Estaing en Le Monde del 5 de septiembre no podía pasar desapercibido en Alemania. Es una especie de carta abierta a mi país, una pregunta hecha en voz alta sobre las intenciones de sus futuros líderes que exige una respuesta.Vecino, amigo, figura central de la galería de los padres de Europa, Giscard d"Estaing tiene más legitimidad que nadie para exigir a los candidatos a las más altas funciones políticas de nuestros dos países que expresen su opinión sobre el porvenir de la construcción europea.

Por tanto, aprovecho de buena gana esta ocasión. Me parece a mí que así es como debería nacer una opinión pública europea.

El articulo subraya hasta qué punto la cooperación franco-alemana, motor de Europa, es una obra histórica, a la vez transnacional y transpartisana, en la que están implicadas las fuerzas políticas de ambos países, tanto de izquierdas como de derechas. Esto es un hecho. Pero vayamos más lejos: Europa ha centrado la vida política de nuestros países; se ha convertido incluso en un factor poderoso de reestructuración de los partidos, especialmente en estos últimos años en que los programas y las ideologías se han agrupado en torno a la influencia del euro.

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Y nadie olvida que el euro tuvo su origen en el Sistema Monetario Europeo de 1978 que un presidente procedente de un partido de derechas y un canciller procedente del partido socialdemócrata, al cual yo pertenezco, decidieron crear; para devolver la coherencia y la estabilidad a un entorno monetario en el cual los países europeos se encontraban empantanados tras la desaparición de los acuerdos de Breton-Woods y las crisis del petróleo.

Nadie tiene el monopolio de la relación franco-alemana: Helmut Kohl aportó a continuación su grano de arena a la construcción común. Los franceses y los alemanes se lo agradecen. Pero hoy, en el mundo "globalizado" del siglo XXI, la reflexión que llevó a desear el euro -la necesidad de dar una forma a Europa- se impone todavía con más evidencia, con más fuerza.

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Giscard d"Estaing subraya que esta obra sólo ha sido posible gracias al "buen entendimiento", a la estrecha cooperación entre Francia y Alemania, que hay que guardarse bien de tratarla como mera "tabla de salvación" y que toda banalización sería fatal. Yo soy el primero que está convencido de ello. E incluso, como alemán, yo diría que esta relación franco-alemana ha cambiado el mundo: al crear el núcleo duro comunitario al cual tendía la República Federal, ha producido un potente polo de atracción, provocando el desmoronamiento del bloque del Este y posteriormente la caída y el fin de la Unión Soviética. En este marco, ayer como hoy, ningún país hubiera podido ni puede desempeñar el papel que desempeña Francia al lado de Alemania, ni desempeñar el papel que desempeña Alemania al lado de Francia. Sin embargo, si el Reino Unido de Blair, sensible a los cambios que aporta el siglo XXI, deseara unirse al pelotón de cabeza europeo, haríamos mal en apartarlo. Yo, como hijo de Hannover, no estoy menos cercano a Inglaterra que lo estaba el hamburgués Helmut Schmidt, y no me siento menos europeo que él.

Es mi convicción íntima. La historia no está hecha sólo de la fuerza inexorable de las pesadas tendencias de la economía y de los intereses objetivos de la política. Se apoya también en los hombres, en sus creencias, en su personalidad. Tras la amistad por voluntad propia entre Adenauer y De Gaulle, hubo que esperar hasta 1974 para volver a encontrar esas convicciones que permitieron reactivar la construcción europea, y esa misma convicción será necesaria para enfrentarse a los desafíos del siglo XXI.

Por ejemplo, ¿ha llegado el momento de permitir que se perfeccione la obra europea y lanzarse por el sendero de la federación, delimitando de modo preciso las fronteras de los campos de acción común y las competencias que seguirán siendo nacionales? No se puede tachar a los alemanes de pusilanimidad, siendo tan diestros como son por la cultura profunda de su organización política en los sutiles ejercicios del reparto de competencias entre colectividades públicas. Reconocer la naturaleza federal de la construcción europea sólo será para nosotros una ampliación hacia arriba de una forma de organización política que conocemos bien. Es más bien para los Estados centralizados para quienes esta evolución natural significa una revolución y dependerá especialmente de los franceses la elección del momento para pronunciar esta palabra fatídica y aceptar la nueva realidad.

La delegación del poder monetario y la introducción del euro van a precipitar el reconocimiento de una de estas realidades que se han vuelto irreversibles: especialmente la necesidad de disponer de competencias comunitarias en el terreno de lo social, equilibrio indispensable del carácter de una parte de los poderes económicos, que se ha convertido en federativo.

Este diálogo transnacional iniciado en estas columnas, que tiene un importante significado político, es un signo más de la europeización de la política, un ejemplo de lo que debería ser la Europa que tratamos de poner en pie: la Europa del siglo XXI, con el euro y después de la reunificación de Alemania, que fue una prefiguración de la de la Gran Europa.

Hemos pasado de la posguerra al posmuro de Berlín. Este el otro reto para Alemania, para Francia, para Europa: será necesario que acojamos a los europeos del Este, que les ayudemos a poner fin a esta hemiplejia de Europa, a sacar adelante sus reformas para alcanzar condiciones de vida semejantes a las nuestras. En esta tarea, en esta dura labor cotidiana, la presencia de los franceses será especialmente valiosa, tal vez más de lo que ellos mismos creen.

Nuestra obra común es hacer que vivan juntos en armonía pueblos procedentes de culturas diversas, una receta que se busca en todo el mundo. Yo no soy europeo "por necesidad", porque, marcado como estoy por el pasado, buscaría solamente un refugio de seguridad para Alemania, al abrigo del aislamiento, de la deriva, del caos y de la inestabilidad. Soy europeo por deseo propio.

Porque me gustaría ver surgir una Europa de los pueblos - ante todo de nuestros dos pueblos- una Europa de lo cotidiano y no sólo de las grandes visiones estratégicas, una Europa en la que se desarrolle un modelo de sociedad que nos sea propio y al que se desee pertenecer, al que la juventud desee aportar su entusiasmo.

Soy europeo porque soy alemán

© Le Monde / EL PAÍS

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