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Tribuna:CENTENARIO DEL 98
Tribuna
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España y América Latina ante el siglo XXI

El 98 aún resuena para la mayoría de los españoles como algo mítico. Para muchos de nuestros mayores fue un año fatídico, de desastre nacional, de pérdida de las posesiones en ultramar, de culminación de un bochorno colectivo.Ahora, en el primer centenario de aquel 98, doloroso en el recuerdo a la vez que alegre por el vigor de futuro y de solidaridad que ha engendrado, bien puede decirse que tanto España como América Latina (sin olvidar el admirable país hermano Portugal), hemos regresado paso a paso al hogar común iberoamericano, cargado de una grande y riquísima diversidad cultural, aunque también con un denominador cultural común todo ello en medio del nacimiento de una civilización global de la sociedad de la información y del conocimiento.

Sin embargo, lo importante, lo imperativo ahora es mirar hacia el futuro, a partir de este 1998 como punto de partida de una España y América Latina unidas.

Ha transcurrido un siglo y los hombres nos enfrentamos ahora globalmente con el universo a nuestro alcance, mientras se profundiza la exploración del espacio y de los océanos. Cada vez más comprobamos la interdependencia de los países en lo político, económico, ecológico, tecnológico, defensivo y aún social y cultural, pese a las aún grandes diferencias de todo orden.

Dentro de ese contexto global, Iberoamérica ha visto modificarse profundamente su estructura demográfica, su economía, su desarrollo social así como su medio ambiente. La América y la España de hoy, cara al mañana, son, a su vez, una América y una España muy otras, no sólo de las de la época del Descubrimiento, sino también de la América y de la España de hace apenas unas pocas décadas.

La gesta del Descubrimiento no va a ser compartida ya por ningún otro en el planeta Tierra. Las extraordinarias hazañas de Armstrong, al pisar la Luna por primera vez, y la de Cousteau, al iluminar los abismos de los océanos, tienen una importancia científica, tecnológica, humana y aún cultural indiscutibles. Sin embargo, les faltó la dimensión del Descubrimiento que, al fin y al cabo, no fue tanto descubrir tierra, allende el océano y con ello confirmar la redondez de la Tierra y aportar bienes materiales, sino, sobre todo, descubrir tierras habitables y habitadas. Los descubrimientos de tal alcance en nuestro planeta ya no son posibles y sí, en cambio, queda amplio margen para la exploración del universo y de las profundidades de la Tierra, junto con el fondo de los océanos. Esta última es la gran tarea para el siglo XXI ahora que se agotan los recursos naturales más a mano. De ahí el acierto de la Expo 98 en Lisboa en este año internacional de los océanos. La Comunidad Iberoamericana hará muy bien en dar prioridad a tal empresa, desde su privilegiada posición de un continente bañado por el Pacífico y el Atlántico, sin olvidar la inmensa reserva y factor de equilibrio climático que es la Antártida, ni dejar de recordar el hecho peninsular de España y Portugal.

En el siglo próximo a comenzar, los iberoamericanos sobre la faz de la Tierra podemos llegar a sumar fácilmente por encima de los mil millones, pese a la moderación del crecimiento demográfico que se va imponiendo por doquier, convirtiéndonos con nuestro comportamiento individual y colectivo, reflejado en el estilo de vida que elijamos, en uno de los grandes factores decisivos para el logro o no de un desarrollo sostenible global, humano y social. Como bien decía Simón Bolívar, «si la existencia es el primer bien, el segundo es el modo de subsistir». Pues bien, para ello, lo esencial va a ser intentar entre todos los iberoamericanos el reencuentro con nosotros mismos para convivir con el resto del mundo en un planeta que nos es común. España tiene que profundizar en el conocimiento de esa nueva realidad y sobre las oportunidades que se ofrecen a aquellas tierras y gentes americanas. Ésa es también la mejor manera de conocernos y de reencontrarnos nosotros mismos. También los latinoamericanos tienen que conocer a fondo la España y el Portugal del siglo XXI, insertos en la Europa que nos es propia, a fin de facilitar así el diálogo y la cooperación en un proyecto común. Hay que preocupar que en el siglo XXI ya no existan marginados, incrementados hoy por la creciente disparidad entre ricos y pobres, porque debiera haberse impuesto la justicia social en ventaja de todos. Esa gran transformación tiene que hacerla España y cada uno de nuestros países hermanos desde la cultura, la ciencia, la educación y la libertad.

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Ha sonado la hora de la América Latina en el mundo para que aporte su extraordinario capital humano.

España, por su parte, tiene ahora la oportunidad de asumir una nueva empresa de proyección universal, de cara al siglo XXI, en un esfuerzo dedicado a la cooperación solidaria con los demás países y en pie de igualdad. Un tal proyecto no puede limitarse a la Europa comunitaria a la que pertenecemos ni tampoco a la gran Europa que necesariamente engloba a los países del Este, sino que tiene que proyectarse a todos los continentes y, sobre todo, a la Iberoamérica que da sentido a nuestro pasado y a nuestro futuro. Por de pronto, está previsto celebrar, a iniciativa española, la primera Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno entre todos los países de la Unión Europea y de la América Latina durante la presidencia alemana de la Comunidad en el primer semestre de 1999. Éste puede y debe ser un paso decisivo para hacer realidad esa deseable unión amplia, profunda y definitiva.

España y América Latina tienen que estar cada vez más unidas tras el 98, gracias a su legado común. Ante un mundo en profunda y acelerada transformación, España y América Latina, Iberoamérica toda, pueden y deben ser faro y palanca de libertad y de progreso para un mundo más humano, más solidario y más esperanzado.

Ricardo Díez Hochleitner es presidente del Club de Roma y vicepresidente de la Fundación Santillana.

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