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Reportaje:

Galicia y la jaula de hierro

Crónica de los sucesos ocurridos en Santiago de Compostela tras el despido de la directora del CGAC, Gloria Moure

Manuel Rivas

¡No queremos este edificio para el Santo Oficio! A medida que el viajero se va acercando a Santo Domingo de Bonaval, en Compostela, aquel murmullo va tomando significado. El viajero ha dejado atrás, en la Quintana dos Mortos, las campanadas de la Berengela, el legendario bronce que alivia el reúma y le da un punto al vino de las cavernas. El viajero se encuentra ahora con el escenario buscado. Justo al lado del panteón de los ancestros más ilustres. Castelao, en arca de piedra. La rosa herida de Rosalía de Castro. Exilio, persecución, desprecio. Parricidio. Ahora, pompas fúnebres. El escenario es el Centro Galego de Arte Contemporáneo. El edificio de Álvaro Siza transmite una doble nostalgia, la de la tradición y la que atañe al porvenir. El interés del viajero no es casual. Tanto por el edificio como por lo que ocurre en su interior: es lo que llaman la factoría cultural. Ha tenido eco en las mejores revistas de arquitectura y arte. Desde su puesta en marcha, los más prestigiosos periódicos europeos han dado cuenta de sus actividades.Es el anochecer del jueves. El viajero sonríe satisfecho. El CGAC parece algo innovador. Crisol de las vanguardias artísticas. El camino de Santiago vuelve a ser llamado Camino de las Estrellas, una senda de peregrinos pero también de artistas y trovadores, donde los mejores milagros lo eran del arte y el lenguaje. Como le ocurrió a aquel maestro de Turingia que perdió la voz, vino a Santiago, encontró un cuervo que sabía idiomas y se lo llevó a la universidad. El cuervo galaico daba las lecciones en alemán, subido al hombro del catedrático mudo. No, no le iba a defraudar. Para empezar, ¡vaya happening!

¡Las fuerzas de represión no son una instalación! Hombres uniformados, con verdadera apariencia de policías, habían tomado el museo. El happening rozaba lo auténtico. Los manifestantes también parecían manifestantes de verdad. Pugnaban con pacífica ironía por entrar en su propio espacio. Escenificaban una histórica controversia entre el poder de la fuerza y el conjuro del arte y el lenguaje. ¡Ni en el MOMA neoyorquino o en la Dokumenta de Kassel lo harían mejor! ¡Ni la factoría underground de Warhol en sus buenos tiempos!

El viajero recordó el concepto hegeliano de la obra de arte como un contenido de verdad. Aquello, ciertamente, tenía un extraño contenido de verdad. Un artista trataba de convencer al que parecía jefe de los uniformados. Pero la autoridad expuso su tesis sobre la expresión artística con una contundencia no menos hegeliana: "órdenes son, órdenes. ¡Disuélvanse!". Cuando empezaron los porrazos, el viajero comprendió que asistía a la apoteosis de un nuevo realismo.

A esa hora, en otro lugar de Compostela, Gloria Moure esperaba en vano al lado del teléfono. Quería ser oída, pero el silencio telefónico demostró que para ellos, para el poder de la Xunta, había pasado a la condición de lo que la eugenesia llamaba vida lastre. No iba a ser oída porque había cruzado una línea de sombra. Se reunía el patronato del CGAC para ser informado de las razones de su destitución como directora artística. No fue llamada. Un juicio sin derecho de defensa y ni siquiera de asistencia del reo. Gloria Moure, tres años fundacionales al frente del CGAC, ya no existía. Por "razones burocráticas", se había convertido en una vida lastre. La apelación a las "razones burocráticas" hizo recordar a Antón Patiño, uno de los más destacados artistas gallegos y participante en la manifestación, una idea de Adorno: "El arte es lo contrario a la jaula de hierro de las razones burocráticas".

A la dama vanguardista, aquellos señores, empezando por el presidente de la Xunta, la habían tratado, como suele decirse, con caballerosidad. Ahora, en los papeles, los ventrílocuos del poder la tildaban de extranjera. Se hizo adrede una encuesta, con la conclusión siguiente: ¡Para la mayoría de los gallegos. "resulta extraña" Gloria Moure! La cúpula del Partido Popular tiene en Galicia como principal adversario al nacionalismo, pero cuando le es menester hace gala de un localismo que siega yugulares. La dama vanguardista, Gloria Moure, 52 años, hija de emigrantes gallegos a Cataluña, era, pues, la dama extranjera. Al parecer, un terrible baldón en el país del éxodo emigrante.

Pero la reacción desatada contra los que criticaban la destitución de Moure demuestra que no se trataba de un asunto personal, a enmarcar en las "razones burocráticas". Llueven presiones como piedras. Los indómitos, los que no se consideran reductibles, son directamente difamados con comunicados llenos de referencias personales, incluso familiares, emitidos desde la Consejería de Cultura. Curioso espectáculo en un Estado de derecho. Una consejería, es decir, un ministerio, ocupándose en atacar a ciudadanos críticos. Inerme en la jaula de hierro, Pedro Dellano, responsable de Artes Plásticas del Conseillo da Cultura Galega, anunció ayer que pedirá amparo al Defensor del Pueblo.

Gloria Moure, que dirigía el Espai Poble Nou en Barcelona, había considerado un saludable gesto de normalidad democrática que fuese llamada por Manuel Fraga para poner en marcha un centro museístico de expresión contemporánea. Además, hacerlo en Santiago tenía una simbología especial. Como dijo Goethe, y aprovechan la cita los mandatarios gallegos, "Europa se hizo peregrinando Santiago". En sólo tres años, con un presupuesto muy bajo en comparación con centros semejantes, consiguió que el CGAC tuviese una proyección internacional. Sin autonomía de gestión, quemó gran parte de su tiempo en salvar los obstáculos de las "razones burocráticas". Su equipo artístico no tenía contratos y algunos llevaban seis meses sin cobrar.

¿Cuántos gallegos conocen el nombre del consejero de Cultura y Turismo? El hombre que transmotió el cese a Gloria Moure y ahora toca la gaita McCarthy al oeste del Miño se llama Jesús Pérez Varela. Antes de convertirse en alto cargo de la democracia, fue director del periódico de ultraderecha El Imparcial. En algunos de sus artículos se brindaba por la libertad de militares golpistas. Pérez Varela, ahora, dice que los artículos de prensa son "flor de un día". Este fino estilista de la transición definía ayer mismo por la radio como "energúmenos" a los manifestantes que pedían el derecho de defensa para Moure y libertad de expresión para ellos mismos.

El viajero se detuvo, cómo no, en el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago. Lo que más le impresionó fue la sonrisa en piedra del profeta Daniel, una licencia del maestro Mateo. En la jaula de hierro, se la hubiesen borrado. La sonrisa.

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