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Parar el 'reloj' celular y frenar el envejecimiento

En el extremo del cromosoma hay una clave del deterioro asociado a la edad

En la última novela de Salman Rushdie, El último suspiro del moro, el personaje principal nace con una enfermedad peculiar: envejece el doble de rápido que los demás. "Algún desorden de envejecimiento prematuro en el programa central", escribe Rushdie, ha causado la condición del protagonista, "algún lío en el ADN... que lleva a la producción de demasiadas células de vida corta".Aunque la enfermedad del personaje es fruto de la imaginación de Rushdie, su descripción posee una pizca de verdad científica sobre el proceso de envejecimiento. En efecto, el envejecimiento del cuerpo se refleja en sus células. Y las investigaciones han demostrado que las células generadas más tarde en la vida de un organismo son diferentes de las células del mismo organismo cuando éste era más joven. Es como si hubiera un reloj en el ADN que marcara los años, días, horas y minutos.

Ahora parece que los científicos han encontrado este reloj, lo que abre la posibilidad de invertir algún día el envejecimiento de todo el cuerpo mediante la manipulación genética. Los científicos dicen que, como mínimo, pretenden tratar algunas enfermedades específicas del envejecimiento, como los problemas cardiovasculares, con los instrumentos que desarrollen basándose en este nuevo conocimiento molecular. "Nuestro objetivo", dice uno de estos investigadores, Calvin Harley, de la empresa Geronde Biotecnología con sede en el Menlo Park (California), son "las células, aumentar su capacidad reproductiva y retrasar las enfermedades relacionadas con el envejecimiento".

Hace casi 40 años, empezaron a aparecer pistas de que las células humanas tenían un reloj interno que les impedía de alguna forma dividirse pasado cierto punto. Leonard Hayflick, del Instituto Wistar de Filadelfia, demostró en los años sesenta que, en cultivo, las células humanas sólo podían duplicarse unas 50 veces antes de entrar en una fase de la vida llamada senectud en la que no morían, pero tampoco se dividían.

Los científicos no empezaron a centrarse hasta mucho después en un mecanismo potencial que impedía a las células dividirse más una vez que llegaban a la senectud: el acortamiento de los extremos de los cromosomas. Harley y dos colegas suyos descubrieron en 1990 que, cada vez que se divide una célula, sus cromosomas se vuelven un poco más cortos. La parte que encoge es un "tope del cromosoma" especializado, como la punta de un cordón de zapato. El tope se llama telómero, del griego telos, final, y meros, parte.

Al copiar el ADN

A primera vista, la razón del acortamiento parece circunstancial, una simple consecuencia del hecho de que, cada vez que se divide, la célula tiene que copiar su ADN. Pero el motor de reproducción es enorme. Cuando se asienta sobre el ADN al final de un cromosoma, su mole impide que las primeras 50 subunidades, más o menos, se copien. Pero la imposibilidad de copiarse de ese poquito de ADN, repetida en 50 generaciones, parece tener repercusiones importantes: cuando los telómeros no alcanzan una determinada longitud crítica, las células dejan de dividirse.

Todavía no hay ninguna prueba definitiva de que la longitud de los telómeros sea el reloj que mantiene a las células en plena salud. Según algunos investigadores, puede que no sea más que una correlación. Pero las pruebas circunstanciales de que los telómeros desempeñan algún papel a la hora de administrar la capacidad de las células para dividirse se han hecho casi abrumadoras.

El estudio de las células cancerosas aporta la prueba más convincente. Una característica de estas células es su capacidad para dividirse indefinidamente, ya sea en cultivo o en el cuerpo. De modo que, si los científicos pudieran demostrar que las células cancerosas evitan activamente que sus telómeros se acorten, la hipótesis del envejecimiento basada en los telómeros se vería enormemente reforzada. En 1989, Gregg Morin, de la Universidad de California en Davis, lo demostró en células cancerosas en cultivo. La células producían una enzima rara llamada telómerasa, cuya única función era reparar el encogimiento causado por la maquinaria de reproducción del ADN.

Y en 1994, Jerry Shay y Woodring Wright, del Centro Médico Southwestern de la Universidad de Tejas, en Dallas, publicó datos que mostraban que, de 100 poblaciones de células inmortales de 18 tejidos humanos diferentes, 98 mostraban la actividad de la telomerasa que alarga los telómeros.

Harley y sus colegas de Geron anunciaron a finales del año pasado que habían demostrado que las células de la pared de los vasos sanguíneos que estaban en lugares desprotegidos tenían telomeros más cortos que las que estaban en sitios más protegidos, y establecieron así la conexión más directa entre longitud de telomeros y enfermedades humanas derivadas del envejecimiento. Estos tejidos desprotegidos son precisamente los que resultan susceptibles a la aterosclerosis, el desarrollo de placas arteriales que bloquean las arterias y pueden provocar ataques, al corazón y apoplejías.

La longitud de los telómeros ha estado implicada en una de las enfermedades menos habituales -y más extrañas- del envejecimiento, la progeria. Esta enfermedad afecta a sólo uno de cada 20 millones de recién nacidos en el mundo, pero acelera vertiginosamente la vida de los afectados, como le ocurría al personaje principal de Rushdie.

Los pacientes de progeria pierden el pelo a los dos o tres años de edad y la piel se les vuelve muy fina. Después llega la artritis, así como ataques al corazón y apoplejías. A los 13 años, los niños progeria aparentan 90, tanto por la edad de sus órganos como por su aspecto envejecido. Por lo general, mueren antes de los 20 años. También en esto la telomerasa parece tener que ver. En 1992, Harley y sus colegas descubrieron que los telómeros de estos pacientes son la mitad de largos que los de voluntarios sanos.

Añadir años sanos a la vida

El próximo paso para los que investigan los telómeros será acabar de determinar la estructura de la enzima telomerasa que alarga los telómeros, dice Calvin Harley, "con el fin de manipular la longitud de los telómeros más fácilmente y de una manera altamente específica". Después los científicos pueden probar, de una vez por todas, que los extremos de los cromosomas son el hilo que mide la resistencia de nuestros tejidos y la duración de la vida.Pero si alargar los telómeros puede llevar al cáncer, ¿no representaría eso unos riesgos inaceptables? También "el fuego puede ser peligroso", dice Harley, "pero también puede ser útil si está controlado".

Harley y sus colegas trabajan para desarrollar medicamentos seguros y efectivos que puedan regular la actividad de la telomerasa.

Según Harley, lo que en definitiva buscan los investigadores de Geron y de otras universidades no es una fuente celular de la juventud. "No aspiramos a prolongar la vida del individuo", dice, "sino a añadir años más sanos y libres de enfermedades a la vida de esa persona".

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