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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Testigo bajo sospecha

LA OMNIPRESENCIA mediática de Javier de la Rosa, a partir de las alegaciones presentadas ante el tribunal de Londres que le juzga por el presunto desvío de 500 millones de dólares, constituye el inicio de la segunda fase de una antigua conspiración montada por dos presuntos delincuentes para evitar la acción de la justicia. Que estaba en preparación no era ningún secreto en los mentideros madrileños desde hace muchos meses. El primer episodio tuvo por actores principales al coronel Perote y otros, con Mario Conde como guionista y director de escena. Quemada ya buena parte de esa munición en las paginas de El Mundo, empieza a exhibirse el segundo episodio. Cambia el autor -ahora es Javier de la Rosa-, aunque no la sala de exhibición. Tal vez no haya pruebas para demostrar que ambos actúan coordinados. En todo caso, utilizan el mismo método: crear una maraña de acusaciones verdaderas y falsas -a menudo indistinguibles- para que la carga de la prueba termine recayendo finalmente en el acusado y no en el acusador.Estos dos estrategas de la desestabilización y el chantaje. coinciden en instalar sus dianas en la cúspide del sistema institucional. Para Conde, el objetivo era el presidente del Gobierno; para Javier de la Rosa es el Rey. Porque el antiguo gestor de KIO menciona expresamente a Manuel Prado y Colón de Carvajal, incluso hace una farisaica defensa del Rey en las antenas, pero a todo aquel que haya querido Oírle -y de ello hay innumerables grabaciones- le ha insistido que el Rey habrá de pagar por lo que se le ha hecho a él, a Javier de la Rosa. Y eso tan grave que se le ha hecho no es sino poner en marcha la maquinaria de la justicia para que responda de algunos desmanes cometidos presuntamente contra sus socios de KIO, primero, y ole Grand Tibidabo, después.

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Una cosa conviene tener en cuenta antes de nada. Javier de la Rosa tiene hoy tres sumarios abiertos. Uno en Barcelona por presunta estafa y apropiación indebida en Grand Tibidabo, otro en Madrid por similares cargos durante su gestión de KIO y un tercero ante un tribunal civil londinense también por, sus manejos de la financiera kuwaití. Los tres procedimientos tienen un rasgo común: han sido abiertos a instancia de sus socios, que se han sentido estafados. A ello se suma que en su anterior aventura empresarial, el banco Garriga Nogués, dejó un agujero cercano a los 100.000 millones de pesetas que le condonó Mario Conde -ahora colega de conspiración- al hacerse cargo de la presidencia de Banesto, el banco, matriz.

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A la vista está que como socio parecía ya poco recomendable hace más de una década, lo que no le impidió conseguir aliados y promotores de prestigio, incluidos altos responsables políticos- hasta hace poco tiempo. Muchos de los que le ensalzaron como empresario modelo cuando ya tenía una notable hoja de fechorías empresariales se han convertido hoy en destinatarios de sus acusaciones y enemigos mortales, en un ejercicio de hipocresía social digno de un análisis más detenido.

Pero he aquí que el empresario que desfalca -presuntamente- a sus socios sin escrúpulo arguye en su defensa que ha sido víctima de múltiples engaños, que es su generosidad en última instancia la que le ha conducido al banquillo de los acusados. Y ya tenemos de nuevo a este país, tan sobresaltado en los últimos años, en una danza de acusaciones, que en este caso alcanzan de forma nada velada al Rey.

En un proceso a la americana, de los que tanta experiencia visual nos ha dado el cine de Hollywood, ni el fiscal más osado presentaría como testigo de cargo a alguien como Javier de la Rosa des pués del espectáculo ofrecido ayer en las tertulias radiofónicas. En ellas pudimos escuchar la voz de Javier de la, Rosa defendiendo y atacando al Rey con intervalos de muy pocos minutos, diciendo una cosa y la contraria. Por toda explicación sólo pudo balbucir a medía tarde que no reconocía su propia voz. Convertido en estrella de la radio durante todo el día dé ayer, De. la Rosa dio un espectáculo que en cualquier país normal hubiera causado primero perplejidad, después estupor y finalmente incredulidad. Menos mal que alguna normalidad parece haber alcanzado finalmente al fiscal general del Estado, que esta vez sí ha encontrado motivos, para abrir cuando menos diligencias informativas. Sólo falta esperar que el propósito investigador anuncia do ayer no termine empantanándose.

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