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El fin de los viajes

Diego A. Manrique

Le llamaban Captain Trips, Capitán Viajes. Y era un mote tan cariñoso como certero: García fue uno de los principales exploradores de la realidad interior, un genuino descendiente de la cultura psicodélica de San Francisco que prendió la mecha del movimiento hippy. En realidad, un pionero, que podía, recordar las dosis de LSD que el Gobierno estadounidense usaba para experimentar con estudiantes a principios de los sesenta. Él y su grupo, The Grateful Dead, se ocuparon de la estimulación sonora en los legendarios Acid Tests, las pruebas colectivas con LSD que organizaba con el novelista Ken Kesey. De hecho, su equipo de sonido fue financiado y diseñado por Owsley Stanley, el químico que fabricó el mejor ácido cuando la sustancia todavía era legal.Charles Reich, el profesor de Yale que estudió y celebró la contratacultura, publicó en 1972 García: A signpost to new space, un libro que recogía sus conversaciones con Jerry, al que reconocía como la encarnación del sueño americano. Hijo de un músico gallego, Jerome García había caído, tras un breve paso por el Ejército, en el mundillo bohemio de Berkeley y San Francisco, donde tocó folk hasta que llegaron los Beatles.

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Si algo distinguía a García como músico era su carácter omnívoro. Grateful Dead siempre fue una banda ecléctica, pero su guitarrista se embarcaba en proyectos paralelos a la primera oportunidad, editando »abundantes discos en solitario, trabajando con el teclista Howard Wales y demostrando que sus manos, a pesar de que le faltaba un dedo en la derecha, también hablaban bluegrass, jazz o blues.

Su ritmo empezó a flaquear en los ochenta, cuando reconoció una adicción a la heroína y se tuvo que enfrentar a la policía y a un ultimátum de sus compañeros. Reaccionó positivamente y supo mantener la dignidad en un mundo cambiante, donde Grateful Dead llevaba la bandera hippy con insólito éxito: a pesar de sacar pocos discos, el grupo convocaba multitudes de deadheads a sus conciertos y sus giras solían ser las más rentables del rock estadounidense. García experimentaba cierta perplejidad ante ese fenómeno -"¿Qué encuentran de tan fascinante en oír a unos bastardos mayores tocando Io mismo que siempre han tocado?"-, pero se adaptó a tiempos más mercantiles: una empresa de helados vendía uno con el sabor Jerry García, y hasta diseñó unas corbatas (¡corbatas!) de estampado psicodélico que incluso figuran en el guardarropa del presidente Clinton. Pero el corazón le daba sustos y él insistía en seguir pisando los escenarios. Los avisos de los doctores no iban a detener al Capitán Viajes, no señor.

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