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Aceite y miel

Juan José Millás

Ya tiene usted un motivo para ir al Museo Arqueológíco: a lo mejor resulta que la Dama de Elche es una falsificación. La Dama de Elche es lo primero que usted ve cuando entra en el museo, al menos si sigue el recorrido habitual. Está al fondo de la primera sala, contemplando impasible desde allí a todos los que entran, seleccionándolos, diría yo. No es fácil averiguar qué piensa de nosotros porque su rostro es de piedra calcárea y, por tanto, impenetrable. Es decir, que no mueve un músculo, pero cuando te asomas a esos ojos ligeramente orientales, te das cuenta de que por detrás de los párpados no cesan de desfilar pensamientos. Yo he pasado mucho por allí, para ver si me seleccionaba, para ver si movía un poco los labios, si me decía algo, porque estaba muy enamorado de ella, pero tengo la impresión de que me ha rechazado siempre, como si no perteneciera a su clase, qué le vamos a hacer.La verdad es que casi me alegraría de que fuera una falsificación, por despecho, ya digo: es humillante pasar tantas horas delante de un rostro, aunque sea de piedra, sin que te haga un gesto, por leve que sea, que te individualice del resto de los visitantes. Si hubiera dedicado las energías empleadas en contemplar a la Dama de Elche en fijarme en una estatua de la Virgen, seguro que la Virgen me habría dado un mensaje para la humanidad; por lo menos, habría acabado viendo estrellitas. La Virgen es, en ese sentido, muy agradecida.

Pero la Dama de Elche se ve que es una diosa: está ahí, juzgándonos, porque yo estoy seguro de que nos juzga, pero no despega los labios; vaya usted a verla y entenderá lo que quiero decir. Así que casi me alegraría, ya digo, de que fuera una falsificación y de que se la llevaran castigada al Reina Sofía. Resulta que Juan Antonio Ramírez, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, dice que si se tratara de una falsificación habría que trasladarla en seguida al Centro de Arte Reina Soria. Yo no sé por qué hay que llevar las falsificaciones a este museo, pero me alegraría del traslado, porque al Reina Sofía voy menos que al Arqueológico y de este modo no sufriría tanto, porque sufro cada vez que la veo.

En cualquier caso, decíamos, ya tiene usted un motivo para visitar el Museo Arqueológico: mientras la Dama de Elche fuera auténtica, podía pudrirse en su urna de metacrilato, pero ahora que existe la posibilidad de que se trate de una falsificación las cosas cambian. Vivimos una época estupenda para las falsificaciones, no hay más que asomarse a los periódicos. Va a haber más colas en el Arqueológico para contemplar a la Dama que en Alcalá Meco para dar ánimos a Sancristóbal. Nos morimos por las falsificaciones y ésta podría hacer época. Qué bien.

Si va usted por allí para ver a mi Dama, no deje de acercarse a la tienda del museo; es muy curiosa: venden aceite y miel. 0 sea, que al mismo tiempo que adquiere un poco de cultura, puede usted hacer la compra. Esto es otra forma de falsificación condenada al éxito, sobre todo desde que los supermercados cierran el domingo. Pero a mí no me parece bien, la verdad; en esa tienda deberían vender reproducciones de la Dama de Elche, yo me las compraría todas, aunque fueran reproducciones falsas. Pues nada, aceite, miel, camisetas y cuatro tonterías más, eso es lo que hay en esa tienda. Por cierto, no se le ocurra bajar a la sala de audiovisuales: los asientos están llenos de chicles y ponen unas diapositivas sobre Roma que, además de proyectarlas fuera de foco, están rayadas y sucias. Un asco, no me extraña que la de Elche prefiera el Reina Sofía.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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