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Menotti abre el festival de Spoleto con 'El duque de Alba', de Donizetti

"Viva España y viva el rey", grita la soldadesca borracha en la Grand Place de Bruselas. "Enarbolando el estandarte español, nuestra sangre hace correr a borbotones", murmura con odio en una esquina el coro de enlutados flamencos. Así comienza El duque de Alba, una ópera casi inédita de Gaetano Donizetti con la que se inauguró el martes por la noche el festival de Spoleto. Su director, Gian Carlo Menotti, el compositor contemporáneo de ópera más representado en el mundo, propone con esta función recuperar el concepto decimonónico original de un espectáculo que, en las dos últimas décadas, ha sufrido los embates de la cultura de masas con efectos devastadores.

Resultado sorprendente

El resultado es más sorprendente que muchos de los juegos vanguardistas realizados por teatros prestigiosos sobre el repertorio clásico. Un fila de candilejas limita el escenario, como cuando se iluminaba con velas. El telón barroco de cortinones pintados y borlones fue realizado en 1959, con el mismo objetivo recreador que ahora se propone Menotti, por Lucchino Visconti y Filippo Sanjust, precisamente para el festival de Spoleto. Tras él, más telones pintados, perspectivas figuradas y la arquitectura mínima de los decorados originales del Apollo, un teatro romano ya desparecido que marcó un hito en la historia de la ópera donde El duque de Alba se estrenó en 1882, 34 años después de la muerte de Donizetti.El coro canta con la mirada fija en el director, y no se mueve más que cuando lo exige el libreto; lo mismo ocurre con los escasos figurantes. Los cantantes subrayan sus intervenciones con un paso adelante. Para esta representación, Sanjust ha seguido al pie de la letra las indicaciones de la dirección escénica de Visconti, en la que él mismo colaboró como diseñador del vestuario.

"Todo cambia menos la vanguardia, decía Paul Valery. La novedad en esta edición de Spoleto, un festival que siempre ha cultivado el gusto por lo nuevo, es la decisión anticonvencional de no ser nuevos: el retorno al clasicismo, a la centralidad del texto", afirma Menotti, que esperaba, contar con la presencia de Jacobo Fitz James Stuart, el hijo menor de la Casa de Alba, en el estreno de las infaustas andanzas de Fernando Álvarez de Toledo, su ilustre antepasado.

Es lástima que Eugene Scribe, el libretista que escribió este Duque en 1839, no se fijara en otra etapa del protagonista de su historia, cuando Fernando Alvarez fue virrey de Nápoles, entre 1556 y 1558. Si lo hubiera hecho, nos habría trasladado a un mundo más luminoso y próximo al que Donizetti acababa de dejar para instalarse en París, huyendo de la censura. Y nos habría evitado una repetición de retazos de leyenda negra más conocidos a través del teatro -con su dosis de bastardos y amores incestuosos-, como los abordados años después por Verdi en su Don Carlos.

Nuevos terrenos

La reposición de El duque de Alba en Spoleto sirve, en cambio, para descubrir que Gaetano Donizetti intentó al menos una vez en su vida explorar nuevos terrenos, saliendo del belcantismo. La ópera incluye sólo dos arias de soprano, que no es la habitual de coloratura, una de tenor y otra de barítono, a lo largo de más tres horas de espectáculo. El resto son dúos, tríos y otras partes concertantes en las que el coro e incluso la orquesta adquieren un protagonismo dramático inconcebible en las demás obras del músico de Bérgamo.La solidez de la orquesta y el coro, integrados como siempre en Spoleto por jóvenes norteamericanos, son claves en el éxito de la función, que también se apoya en un elenco de cantantes jóvenes (Alan Titus, Michela Sburlati y el menos maduro César Hernández, tenor puertorri,queño), pero competentes y ajenos a divismos innecesarios.

Donizetti intentó este cambio de vía precisamente entre dos del calibre de Lucia de Lammermoor y La Favorita, y es claro que fracasó, se dice que en parte por la guerra que Héctor Berlioz planteaba en París a los músicos italianos. Ni siquiera llegó a terminar su Duque, que luego pasó por diversas manos, quizá incluso por las de Ponchielli, hasta el estreno del Apollo, protagonizado por Julián Gayarre. Un joven director de orquesta, Alberto María Gluri, ha sido el último que ha buceado en la partitura, a instancias de Menotti. Su esfuerzo en torno a esta paradójica noticia, ya lanzada en 1959, se justifica por todo lo dicho.

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