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Francia pierde a su presidente soñado

Varias generaciones galas se miraban en el espejo de Yves Montand

Francia acaba de perder su presidente de ficción. Desde hace tiempo Yves Montand era un auténtico símbolo para todos los franceses de más de 40 años. Su encarnación del artista engagé, compañero de viaje de los comunistas, era la expresión perfecta del radicalismo de la posguerra. Su caída del caballo en 1956, cuando los soviéticos entraron en Budapest, la compartió medio país. Su romance con Marilyn Monroe demostró que Francia aún sabía seducir. Como diputado griego en Z o reviviendo las purgas estalinistas en La confesión adquirió en la pantalla su definitiva condición de "combatiente por la libertad", tal y como le califica el ministro Jack Lang.Para Alain Delon es "un nuevo fin del mundo". Antes ya se había acabado con "Ia muerte de Simone, de Bourvil, de Gabin o de Ventura". Para Lang, portavoz del Gobierno, Francia "se ha quedado sin voz, ya que Montand encarnaba nuestra historia". Para el filósofo Alain Finkielkraut era la última figura de ese arte popular que era la chanson, "hoy asesinada por la cultura de masas". Y el ministro ecologista insiste en lo mismo: "Montand representaba mi país para los franceses y para el resto del mundo, y eso me emociona".

Las paredes de París hace ya días que estaban ocupadas por el fantasma de Montand. Se trata de los carteles que anuncian un recital, que ya no será, en el palacio de deportes de Bercy. Montand es la sombra de un sueño en el que se reconocían varias generaciones. Recién casado a los 60 bien cumplidos, -el actor era ahora un padre-abuelo: su único hijo, el pequeño Valentín Giovanni Jacques, cumplirá en marzo cuatro años. Montand tenía 70. Su último gran éxito popular lo obtuvo como el Papet de Jean de Florette, un viejo propietario rural inventado por Pagnol. Y la de Papet era la imagen que los muy jóvenes tenían de Montand, la del abuelo que sabe todas las batallitas. Con su joven esposa, Carole, acababa de cambiar de domicilio, abandonando el apartamento en la plaza Dauphine -una plaza que es como la proa de un navío sobre el Sena- por otro en Saint Germain, el barrio de la época dorada del compromiso político del actor.

En 1987, en plena crisis política, Montand aparece a menudo en televisión como protagonista de programas-debate. Su defensa de las libertades, su pasado de idealista y su presente realista le convierten en el presidente ideal de un 29% de los franceses. La pequeña pantalla lo muestra en un ring con cuerdas de rayos láser, derrotando uno tras otro los argumentos de sus rivales. Incluso su visión de los problemas económicos parece convincente. Georges Marchais, el secretario del casi difunto PCF, al enterarse de la muerte de Montand, le perdonaba la vida. "Es cierto que su relación con el partido se había deteriorado desde hacía tiempo, pero durante muchos años le apoyamos porque la derecha criticaba el contenido de sus canciones".

En 1987 la Francia inocente descubrió con estupor que su presidente ideal había cobrado 800.000 francos, algo más de 15 millones de pesetas, por dejarse entrevistar por televisión. Habían olvidado que el nuevo hombre político era un artista veterano, no distinguían entre quien ponía en crisis la dictadura de los coroneles y quien luchaba contra el estalinismo del actor. Luego, con el asunto de las falsas facturas, se descubriría que los otros, los políticos reales, también cobran. Pero Montand ya había vuelto a la pantalla, y en ella ha muerto, en pleno rodaje.

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