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El síndrome de Oliver Twist

Charles Dickens, el maravilloso escritor y reformador progresista inglés, creó a mediados del siglo pasado una imagen arquetípica de la infancia delincuente destinada a perpetuarse: los Fagin's children. El inocente Oliver se encuentra con esos golfos callejeros tras su fuga de la work house, institución total por excelencia en la que era sometido a toda clase de vejaciones. Dickens, con mano maestra, presenta en esta obra algunas de las ideas que se han mantenido vivas en diferentes trabajos teóricos y prácticos sobre la delincuencia juvenil: los niños delincuentes son niños pobres, urbanos, sin familia, que actúan en bandas, viven en la calle al margen del trabajo y de la escuela, adquieren sus habilidades para el robo mediante un lento aprendizaje y son con frecuencia instrumentalizados por adultos sin escrúpulos que se aprovechan de sus raterías. Únicamente el joven Oliver se salva gracias quizá a su elevado origen, a unos rasgos hereditarios inscritos en su naturaleza de calidad que ni los malos tratos ni las malas compañías consiguieron doblegar.El plácido estanque de estas ideas recibidas sobre la delincuencia juvenil sufrió una fuerte conmoción con la publicación del ya clásico libro de Albert K. Cohen Delinquent boys. The culture of the gang. Sus tesis no sólo tuvieron importancia en el desarrollo de la sociología de la desviación en Norteamérica, sino que además plantearon de forma directa y extensa la relación entre la formación de subculturas juveniles y el sistema escolar. Coben explicó la existencia de los Fagin's children no tanto por su falta de educación cuanto por la contradicción existente, en el caso de los niños y jóvenes de las clases desfavorecidas, entre la socialización familiar y la socialización escolar. En la medida en que los valores que rigen en el sistema escolar son eminentemente valores de las clases medias, el éxito académico resulta más fácilmente accesible a aquellos niños que ven confirmados en los centros educativos los esquemas de interpretación y actuación transmitidos por sus familias. Los niños de las clases bajas, por el contrarío, si quieren lograr una promoción social a través de la escuela, han de renunciar a su cultura de origen y aceptar un sistema pautado de normas que les es ajeno. Esto explica que los niños procedentes de las clases sociales con menor capital económico y cultural manifiesten con mayor frecuencia en respuestas a cuestionarios que la escuela no es interesante, que los estudios son pesados, que no les gustan las clases que reciben, que no se pueden concentrar ni expresarse bien en las clases, y que sus maestros no les caen bien o les resultan hostiles.

Frente a los trabajos realizados por los representantes de la Escuela de Chicago, el desplazamiento operado por Cohen, al incidir en los procesos de socialización, permite mostrar no sólo la violencia ejercida sobre los jóvenes por una cultura de imposición, sino también aproximarse a la subcultura de!incuente en tanto que subcultura reactiva a la violencia escolar. El mito de que "cuando se abre una escuela se cierra un presidio" es así absolutamente cuestionado en la medida en que la mencionada delincuencia juvenil sería una solución extrema, adoptada por algunos jóvenes de las clases más relegadas socialmente, ante la contradicción existente entre los procesos de aculturación-desculturización vehiculados por las instituciones escolares.

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Delinquent boys vio la luz en 1955. En ese mismo año, Howard S. Becker publicó su conocido artículo Marihuana use and social control, en el que planteaba la cuestión de la carrera delincuente, o, si se prefiere, del proceso de desviación. Goffman se sirvió del mismo modelo para estudiar la carrera moral del enfermo mental. Y fue precisamente en este mismo marco de análisis en el que Cicourel y Kitsuse volvieron a plantear la relación entre escuela y desviación. Del mismo modo que el fumador de marihuana ha de pasar por toda una serie de rituales prácticos para llegar a ser un verdadero fumador, el denominado delincuente juvenil no surge de repente, sino que adquiere ese estatuto tras pasar también por toda una serie de etapas regularizadas que jalonan su carrera hacia la delincuencia. Para establecer las constantes del curriculum de un adolescente desviado, para mostrar cómo las agencias de control social contribuyen a oficializar la delincuencia -al otorgar a los neófitos sucesivos diplomas que les confieren el título de delincuentes-, estos autores, a diferencia de Cohen, no consideran los actos delictivos como producto de una subcultura reactiva, sino que analizan cómo el sistema escolar "produce, en el curso de sus actividades, una variedad de carreras propias de adolescentes. incluida la de delincuente".

Y es que la escuela no está únicamente coordinada con las actividades de la familia y de otras instancias sociales tales como, por ejemplo, la policía y, los tribunales tutelares de menores. sino que es además una agencia de inculcación en la que se otorgan premios y castigos, se generan valores y representaciones referidas a la inteligencia de los alumnos a su personalidad y, valía. Cicourel y Kitsuse destacan tres dimensiones que sirven para codificar los "problemas adolescentes", que se manifiestan en la escuela: las actividades académicas, las infracciones de las normas de conducta y, por último, los problemas emocionales. Cada estudianto- es clasificado y valorado en cada una de estas dimensiones y en función de todas ellas. Unos, lo son positivamente, y otros negativamente. Aunque tendemos a contraponer las carreras académicas y las carreras delincuentes, en realidad el sistema escolar, por vías diferentes y complementarias, contribuye a suscitarlas. Dicho en otros, términos, el estereotipo del buen estudiante contrasta se pelotón de los torpes que son los malos estudiantes, pero sin éstos no existiría el brillo de: la excelencia. Así pues, en el estudio sociológico de la denominada delincuencia juvenil no sólo las jóvenes poblaciones marginadas deben ser tenidas en cuenta, sino también aquellas valoradas positivarnente que les sirven de contraste.

Son aún insuficientes los trabajos destinados a explicar cómo los profesores v otros agentes de las instituciones educativas producen y reproducen en la. práctica los estereotipos sociales que les permiten discriminar entre jóvenes integrados y jóvenes inadaptados o problemáticos. Cabe suponer, como ha puesto de relieve Paul Willis, que fáctores aparentemente tan prosaicos como las posturas, la vestirnenta, el corte de pelo, las formas de hablar y de gesticular, el uso de argot y otros indicadores del capital social y cultural sientan las bases para emitir juicios de valor sobre la naturaleza misma de los alumnos.

El juicio profesoral emitido en relación con las tres dimensiones anteriormente mencionadas -actividad académica, disciplina y emotividad- tiende a formar identidades sociales. La apariencia, el porte, los modales, la forma de presentar el cuerpo, la relación a la institución, la valoración de los conocimientos académicos, la riqueza expresiva; en suma, la re lación a la cultura culta, consti tuye la base que permite a los profesores no sólo hacerse un juicio sobre los alumnos, sino también traducirlo en califica ciones y transmitirlo a los propios alumnos a través de los diferentes encuentros y, ceremoniales de los centros.

Los valores escolares que permiten la clasificación jerarquizada de los niños y adolescentes no están en cierto modo muy distantes de los criterios de los que se sirven agentes de control más duros a la hora de amonestarlos o detenerlos. Y esta reduplicación marca con una fuerza especial la carrera de algunos jóvenes hacia la delincuencia oficializada. Es así como determinados comportamientos, de significaciones complejas y diversas, se ven simplificados y reinterpretados para hacerlos coincidir con esquemas valorativos preestablecidos. En este proceso de desviación intervienen, además de instancias escolares y policiales, otros factores, entre los que destacan las propias teorías sociológicas de la desviación al ibuyen uso, que contra Filtrar, y por tanto a consolidar, el sistema interpretativo de la delincuencia que instituciones tales como la escuela, la justicia y los centros educativos de corrección las modernas work houses- permiten defiinir.

es profesor titular de Sociología en la Universidad Coniplutense.

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