_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Que ayuda necesitan los 'soviets'?

El autor reconoce que la Unión Soviética necesita ayuda para poder salir de la crisis, pero subraya que la precisa el pueblo y no el Estado, que, en su opinión, es "una mala olla común" y ha demostrado una completa incapacidad para utilizar debidamente la asistencia alimenticia extranjera.

Cuando se habla de la ayuda de Occidente a la Unión Soviética, es dificil liberarse de la dualidad de sentimientos que invade a todo el que ve y trata de comprender los acontecimientos que suceden en el país. ¿En qué consiste esta dualidad? Por una parte, sientes agradecimiento hacia esa gente desconocida que está dispuesta a acudir en ayuda de la desgracia ajena. Semejante movimiento espiritual de muchas y muchas personas en Occidente no puede dejar de despertar un sentimiento de envidia. Envidias la salud espiritual de esa sociedad que es capaz de desarrollar en la persona todo lo humano y reprimir los instintos oscuros, animales.Pero, por otra parte, en tu mente surgen malos pensamientos y sospechas: ¿no lo estarán haciendo con segundas intenciones, no habrá en este hermoso impulso algún bajo cálculo? ¿De dónde nace esta sucia sospecha? Trataré de explicarlo para limpiar mi alma y oír de los que nos regalan alimentos un desmentido argumentado a esta vana acusación que sin fundamento hago.

Este año en la Unión Soviética hubo una cosecha excelente, sin precedentes. Y a pesar de las inmensas pérdidas que tenemos siempre durante la recolección, el país ha preparado suficientes víveres para pasar el invierno tranquila y desahogadamente. Sobre ello hace poco habló el presidente Mijaíl Gorbachov en una sesión del Sóviet Supremo: "Se espera que las reservas de alimentos de nuestra propia producción lleguen a los niveles del año pasado... La recolección total de cereales debe ser de 240 millones de toneladas, es decir, 29 millones de toneladas más que el año pasado... S In embargo", dijo el presidente, "las estimaciones de las reservas alimentarías hasta la cosecha del año próximo muestran que no podremos arreglárnoslas sin importaciones". Cabe señalar que la importación de productos alimenticios es una cosa completamente natural en todos los países normales. Por eso, la declaración del presidente sobre la necesidad de importar por parte de nuestro país no es motivo para que cunda el pánico. En resumen, Gorbachov, al evaluar la situación alimentaria en la Unión Soviética dijo que "no es sencilla" pero que es posible "...no sólo no permitir un empeoramiento del abastecimiento de alimentos a la población, sino incluso lograr cierta mejora". Estas palabras de Gorbachov, así como también los datos sobre el balance alimenti cio de la Unión Soviética, pueden ser desconocidas para los amplios círculos de la opinión pública occiderital -todos tenemos muchísimas preocupaciones-, pero los periodistas y los políticos occidentales están muy bien informados de ello. ¿Por qué, entonces, existe en Occidente ese pánico causado por la situación alimentaria en la nuestro país?

Saber ayudar

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Pues porque los observadores occidentales -al igual que nosotros, pecadores que habitamos este país- ven ante sus ollos las tiendas vacías y no los datos estadísticos de bienestar. De aquí el natural y noble deseo de ayudar a gente que por causas desconocidas para ellos se encuentran en una difícil situación. Pero para que la ayuda sea realmente ayuda hay que saber cómo ayudar. El médico que cura una enfermedad debe dar primero un diagnóstico correcto y sólo después recetar las medicinas, comprobando que no estén contraindicadas para el organismo en cuestión. Esta regla también hay que cumplirla en nuestro caso, si es que no quieres agravar la enfermedad sino realmente curarla. En Occidente, a juzgar por todo, no comprenden esto. No comprenden que el enfermo es nuestra sociedad, tan debilitada que ni siquiera puede alimentarse con la cosecha récord que ha tenido. ¿De qué enfermedad padece?

Para responder a esta pregunta hay que comprender qué sostenía hasta hace poco un orden y una unidad relativos en la Unión Soviética. Los pilares eran un gran miedo y una gran mentira. Mentira en todo: en las estadísticas, en la teoría, en la historia. Y miedo de todo: miedo hipertrofiado ante Occidente, miedo de caer en el gulag o en una clínica psiquiátrica de corte político, miedo de verse expulsado de la larga cola para obtener vivienda, una plaza en una casa de descanso o un buen trabajo... Estos dos pilares se desmoronaron o, por lo menos, se desmoronan como fisica y moralmente se desmoronó el muro de Berlín.

Las cadenas que unían a las capas de la sociedad, así como también a los diferentes pueblos y nacionalidades, se rompieron. Cabe preguntarse ahora con qué se puede unir de nuevo a la gente y a las nacionalidades que viven en la sexta parte del planeta. Aquel que ha recibido la perestroika como un proceso de renovación radical está convencido de que el interés puede ser el nuevo elemento e¡mentador. Ante todo, el interés material en desarrollar la producción, el interés de cada persona particular, el interés de la colectividad donde trabaja, el interés de la región donde vive. Y el interés material se sintetiza en dinero fuerte y en un sistema financiero estatal sano. Este material cimentador de la sociedad prácticamente no ha existido en la historia de la Unión Soviética.

Tampoco existe hoy. Las acciones del Gobierno soviético en los años de la perestroika han minado el prestigio del rublo. La emisión y las obras ambiciosas convirtieron el dinero en papel. Ni las empresas ni la gente pueden comprar nada con él. Y ahora ya surgió una situación crítica: el viejo (criminal) sistema de integración de los esfuerzos sociales se ha tirado al basurero y el nuevo, basado en el interés material, se ha visto minado por las irracionales acciones de las autoridades.

Por eso ni el koIjós, ni el sovjós y ni el campesino se apresuran a vender o a llevar a la ciudad la cosecha que ya han recolectado. ¿Para qué? ¿Para recibir rublos? Pero si con ellos ni siquiera pueden comprar vodka, para no hablar ya de maquinarias, materiales de construcción o muebles... La cosecha se pierde o se la utiliza irracionalmente allí donde ya se la ha recolectado. En cierto sentido, podríamos hablar de una original fonna de huelga campesina. ¿Pueden los paquetes con alimentos enviados desde Occidente salvar el estado de cosas en la Unión Soviética? Por supuesto que no. Más bien al contrario.

En las condiciones de déficit de alimentos el paquete que se envía al Estado en parte será inevitablmente robado y caerá en manos de especuladores que ni siquiera piensan dar las gracias a sus benefactores. Ante la falta de estímulos para trabajar, los envíos de alimentos permanecerán en las vías muertas de los ferrocarriles por largo tiempo, hasta que los productos se echen a perder y sean oficialmente eliminados para así mantener los altos precios en el mercado soviético en interés de aquellos que se ponen las botas con ello.

Cuando todo escasea, la ayuda alimentarla enemistará a los que la reciben, porque cada uno pensará que el vecino ha recibido más limosna que él.

Humillante

Todo esto es demasiado humillante para nuestro país. Hay que tener en cuenta que la misma irregularidad de la ayuda alimentaria que llega desde Occidente puede aumentar el caos en el abastecimiento de productos a las ciudades. Está claro que los funcionarios soviéticos van a expedir más rápido los envíos del extranjero, postergando a sus pacientes suministradores para demostrar sus esfuerzos encarrilnados a evitar el escándalo.... Todo esto es algo que los hombres de negocios extranjeros no pueden ignorar. Pero también ellos (los que conocen la situación) pueden tener su propio interés para no reflexionar sobre todas las consecuencias negativas del método que hoy se aplica para curar la enfermedad soviética.

Unos pueden utilizar la ayuda a la Unión Soviética para obtener dividendos políticos, y otros, con fines de publicidad. Son ellos los que en primer término pueden ponerse de acuerdo con aquellos funcionarios soviéticos para los cuales la ayuda de Occidente sirve de medio para prolongar la vida de ese sistema estaliniano que íncluso en un año de buena cosecha no promete nada bueno a su pueblo.

¿Necesita ayuda la Unión Soviética para salir de la crisis? ¡Sí! Pero la necesita el pueblo y no el Estado, que ha demostrado su completa incapacidad para utilizar debidamente los medios extranjeros (y también los nacionales). Por eso, si Occidente va a mandar paquetes con alimentos, que lo haga a personas concretas, a Masha o a Kofia o a un jardín de la infancia, pero no a la mala olla común.

Pero lo principal no es esto. Los bancos extranjeros, con beneficios para ellos, deben encontrar clientes en el medio soviético -entre las cooperativas, las fábricas o tierras en arriendo, las empresas mixtas, las granjas campesinas- a los que deben dar créditos para programas concretos de producción. Para esto sólo hace falta conocernos más de cerca, y la perestroika brinda crecientes posibilidades para ello. Ésta será una verdadera ayuda. No, más bien será una colaboración mutuamente provechosa.

es economista, jefe de sector del Instituto de Economía Mundial, diputado de la URSS y miembro de la Comisión del Sóviet de las Nacionalidades sobre Cuestiones del Desarrollo Socioeconómico.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_