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Tribuna:SOBRE EL PRÓXIMO CONGRESO DEL PSOE
Tribuna
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El debate socialista por la igualdad y la solidaridad

El 32º Congreso del PSOE tiene dos retos principales, a saber: uno, impulsar un pacto renovador con la sociedad española, y otro, afirmar la unidad del partido, superando los riesgos de caer en el fulanismo y las tendencias que han descompuesto siempre a los partidos políticos españoles.El único debate socialista ante el 32' Congreso de noviembre se llama Alfonso Guerra. Ni debate de ideas, ni debate de personas, lo que se discute es el papel de Guerra y el guerrismo. Detrás de las buenas palabras que se anuncian sobre la apertura del partido a la sociedad y la integración de la pluralidad para regenerar el proyecto socialista de fin de siglo, están las constantes descalificaciones a Guerra, protector del hermano y benefactor del aparato, martillo de herejes y oportunista de izquierda: un mal socialista.

Porque, efectivamente, contra Guerra se ha dicho de todo desde hace más de un año, sólo por tener un garbanzo en la familia: nunca desde la dictadura había habido campaña tan bien orquestada como ésta.

Cuando el año pasado fracasó en las urnas aquella propaganda contra el llamado rodillo socialista, empezó la campaña contra el rodillo Guerra, otra nueva manera de debilitar al partido socialista, amparándose en la limpieza de sangre y la tolerancia de planteamientos.

Los nuevos departamentos de prensa y propaganda, gabinetes de imagen y notables capitanes de empresa, e incluso socialistas ministeriales de ocasión apretaron las filas contra Alfonso Guerra, hasta que las recientes elecciones andaluzas confirmaron la inutilidad el empeño antiguerrista: los votos ratificaron al vicepresidente.

Después de la batalla

Decía Napoleón que "nada hace crecer tanto los batallones como una batalla ganada" pero no fue éste el caso después del éxito andaluz, porque los enemigos del guerrismo dieron un último paso al frente en Madrid, con Leguina a la cabeza y algunos ministros empujando. Los socialistas de la capital no tuvieron vacaciones, pergeñando una nueva estrategia contra el rodillo guerrista: hablaron entonces en nombre de Felipe González. Cada cosa que decían, cada propuesta que presentaban, cada descalificación que proferían era remitida a la autoridad suprema del santo padre socialista señor Felipe González. Los últimos cruzados de Madrid citaban continuamente las palabras tolerancia, habitabilidad, integración, debate de ideas, etcétera, mientras cantaban el No nos moverán en nombre de Felipe González.

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La cuestión estaba clara: el legitimismo socialista era el presidente y ellos sus representantes en Madrid.

Aquí se estaba jugando con fuego: la reaparición de tendencias en el seno del partido, una felipista y otra guerrista, esto es, la división del PSOE, la vuelta al pasado de caballeristas, prietistas y besteiristas que hizo trizas el socialismo español desde la II República al exilio. Sin embargo, esta estratagema no resultó, porque de continuar llevaba en su seno el principio del fin de una historia de éxitos políticos que empezó en Suresnes y que podía acabar en el 322 Congreso: la unión entre González y Guerra frente a las tendencias y las familias para sostener un proyecto que se reclama socialista sin etiquetas.

En realidad, el PSOE salido de Suresnes es el resultado de la superación de las tendencias y de las corrientes históricas que se enfrentaron durante medio siglo hasta la extenuación del partido. Intentar separar felipismo y guerrismo es volver a la división ' esto es, fracturar el proyecto socialista en su raíz. Y hacerlo además en defensa de la pluralidad del partido es un acto de cinismo, porque nadie ha hecho más por ella que sus dos principales dirigentes: ellos impulsaron la plena integración en el PSOE de convergentes y divergentes, de pesepistas y peceístas, de radicales y tecnócratas: los que levantan ahora la voz pidiendo plaza no tienen memoria histórica ni recuerdan su pasado, pero testimonian con su presencia en diversos oficios y ministerios que la actual dirección socialista ha dado pruebas de una gran tolerancia.

Dicho con toda claridad: en el río revuelto del asunto judicial de Juan Guerra muchos han Ido a pescar a Alfonso Guerra, unos para debilitar al Gobierno, otros para aumentar su influencia en el partido socialista. Aquí lo que sucede realmente es que los nuevos intereses creados han encontrado en Juan Guerra un filón contra el socialismo y algún notable se ha prestado al juego confundiendo los ecos con las voces: sus ministerios con, su influencia política.

Repasando rápidamente la lista de descontentos, la cosa se ve mejor, porque Semprún o Barrionuevo, Solana o Leguina son todos señorías, ministros de la Corona o presidentes de territorio, es decir, tienen papel y lápiz para dictar mensajes en la prensa y poner dinero en los negocios, pero quieren además gobernar el partido, o sea, pretenden sumar el poder del ministerio y la Influencia del partido: estar en misa y repicando.

Otra vez el fulanismo

Sin embargo, estas pretensiones sólo tienen un punto de apoyo cierto: el poder institucional. Y es en esta realidad donde el riesgo del fulanismo político aparece como un fantasma que recorre la continuidad el proyecto socialista, porque, efectivamente, fue el fulanismo quien deshizo la UCD y antes en la época de la restauración el sistema de partidos. El fulanismo cobra cuerpo allí donde el dinero y la influencia de un ministerio o de una institución se pone al servicio de la persona que lo administra, al margen del partido al que se debe: tropezar de nuevo en esta piedra después de tantas malas experiencias propias y ajenas es un riesgo que no se puede permitir el primer partido de España.

Porque este peligro anunciado del fulanismo y la vuelta a las tendencias no sólo amenaza al PSOE puede llegar a poner en peligro la estabilidad política. En efecto, gracias a una adecuada combinación de unidad orgánica, moderación de objetivos y capacidad de gestión, el PSOE ha sido capaz durante estos años de vertebrar la sociedad española en torno a un proyecto de modernización que ha superado trances reales como la reconversión, la entrada en la OTAN y la CE y la crisis sindical. Este fin de siglo, con los retos de abrir definitivamente España al mundo, de acrecentar la participación política de los ciudadanos, de hacer eficiente la Administración y competitiva la economía, necesita un PSOE fuerte y unido, especialmente cuando la derecha conservadora y la Izquierda comunista están buscando espacios y personas para consolidarse.

. Ésta es la gran responsabilidad de los socialistas en el 32º Congreso: afirmar su unidad frente al fulanismo y renovar sus compromisos con la sociedad española en torno a las viejas Ideas de igualdad y solidaridad porque, como dijo Norberto Bobio, en cuestión de principios el socialismo no tiene nada que inventar. Si ése es el resultado del congreso, esta vez Napoleón habrá tenido razón: crecerán los batallones después de la batalla ganada y el socialismo español podrá dirigir el país con un impulso renovado.

Germán Ojeda es director de la Fundación José Barreiro y profesor titular de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Oviedo.

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