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NECROLÓGICAS

La marginación y el júbilo

Hombre apasionado, asmático y de un saber vasto y diverso, Juan Bernier ha pasado por esa rara línea de sombra por la que transitan -respecto a su popularidad y a su obra- quienes aman mucho la vida. A Juan Bernier, que ha muerto en un asilo con 78 años y los bronquios rotos, le interesaba más la lectura y la carne que la prosecución de una carrera con lauros y parabienes. Tenido como padre y mentor de todos los poetas que integraron el grupo cordobés de Cántico (tan significativo para la configuración de la última y penúltima poesía española), fue el aglutinador de aquella revista, fundada en 1947, con Pablo García Baena y Ricardo Molina. Bernier, como senior entre ellos, y en la desolada provincia de posguerra, fue el inductor de los jóvenes a libros que abrían su conciencia y su sensibilidad los poetas franceses simbolistas, Gide, el Claudel de las grandes odas, Rilke o Cernuda.Aquí en la tierra (1948), el primer libiro de Juan Bernier, es un torrente de imágenes hímnicas, estéticas y sensuales, marcando el que será -a mi entender- el icono capital de su poesía: la renovación pagana. Si el paganismo confeso de todos los poetas de Cántico -incluido Julio Aumente- se mezcla con el vistoso cristianismo del Sur, de Vírgenes y procesiones, en Bernier nada hay de eso. Adorador de masculinos dioses carnales, para él la gloria estival de la vida, la plenitud del instante, el fulgor de la materia, era el mejor y solo paraíso al que tenemos acceso.

Aunque, fiel al espíritu y a la causa de su tiempo, Bernier será también el poeta de Cántico más cercano a la poesía social. El desamparo existencial del hombre, la marginación y la injusticia son los motivos de su segundo libro, Una voz cualquiera (1959).

Luego vendrían los tiempos de silencio, cuando la apuesta fundamental dio Cántico -una poesía en la que prevaleciesen la estética y la pasión- parecía no hallar destinatario. Y más tarde la recuperación del grupo de la mano de algunos poetas de la Generación del 70. Juan Bernier reunió entonces. su poesía toda (con multitud de novedades que debieron formar volumen aparte) en un tomo de poco afortunado título, Poesía en seis tiemipos (1977). Su último libro fue una -colección de poesía metafisica, En elpozo del yo (1982), en la que tampoco quedó en olvido la argentería de lo sensorial. Y es que los rnejores poemas de Bernier (en versículo o en verso más irreguiar y corto) son los que cantan el gozo de vivír, la fascinación de la belleza y la turbación de la carne joven. Arqueólogo y admirador del clasicismo, lo pagano en Bernier era una fe de vida. Luchó por la única revolución que el hombre occidental tiene aún pendiente, la de la más profunda libertad íntima y la diversidad moral. Y en tal camino le han quedado dos acariciados proyectos pendientes: la edición de su Diario, empezado a escribir en los anos treinta, y tanto raro en tina literatura como la española negada a la verdadera intimidad, a la confesión explícita, y la publicación de una antología sobre el homoerotismo en nuestra poesía, que, cuando Bernier la proyectó, a mediados de los años setenta, tenía aún mucho de subversión y de rescate. Como he dicho, a Juan Bernier le importaba más la vida, y quizá por eso supo retirarse Y dejar el sitio a los otros. Poeta del júbilo, de la pasión

concupiscente y del arrebato (que no excluye el dolor o el sinsentido), Bernier perteneció a la estirpe de los hermosos perdedores, de los que caen por apostar muy alto, y aman en la marginación, en el andar por tierras de nadie, el paladar puro y áspero de sentirse libres. Con riesgo, sí, y también con esperanza.

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