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Crítica:XIII FESTIVAL DE JAZZ DE VITORIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Reunión de genios

Una reunión de genios intentando congeniar es siempre una incógnita, y si además están por allí dos figuras tan imprevisibles como Benson y Gillespie, capaces de pasar del blanco al negro con pasmosa y camaleónica facilidad, la incertidumbre puede alcanzar visos morbosos.Los compases iniciales del emblemático Be bop despejaron la duda: aquello no era el bolo alimenticio de una reunión ocasional de músicos de paseo por Europa, sino una banda conjuntada y arrasadora dispuesta a demostrar las leyes de la sinergia. Benson todavía no estaba sobre el escenario.

Dizzy tocando, mucho, bastante más de lo habitual, con ese toque maestro y esas gotas de genialidad y buen humor que sólo a él le están permitidas. Y sonriendo satisfecho, no era para menos. A su lado Woods, Turre y Hutcherson no tenían que esforzarse para demostrar su dominio de los estándares poperos y su capacidad para convertirlos en una fuente inagotable de ideas, todavía es posible que A night in Tunicia o Birks works suenen frescos, aplastantes y novedosos después de más de cuatro décadas.

Benson / Gillespie / Woods All Stars

Dizzy Gillespie (trompeta), Phil Woods (saxo alto), Steve Turre (trombón), Bobby Hutcherson (vibráfono), George Benson (guitarra y voz), Cedar Walton (piano), Rufus Reid (contrabajo) y Mickey Rocker (batería). Polideportivo de Mendizorroza. Vitoria, 18 de julio.

La cálida sonoridad de Woods se agigantó en su homenaje a Bill Evans, tantas veces trocado, y se transmutó en Bird y volvió a ser Woods mientras Hutcherson, enarbolando la dulce serenidad de su mirada, sacaba chispas del vibráfono. Turre sustituía al inicialmente previsto J. J. Johnson y, sin duda, ganamos con el cambio; el neoyorquino se ha convertido en el número uno indiscutible, no hay trombonista que pueda atacar con su fuerza ni crear un entramado dialéctico tan sorprendente y creativo, y lo demostró.

Y Dizzy seguía sonriendo. Y la sección rítmica, sólida donde las haya, no dejaba ni un solo resquicio por el que pudiera colarse un mal féeling. Y llegó Benson, y sólo el viejo Dizzy se enfrentó al jazzman travestido de pop star. Y Benson salió tocando la guitarra, ¡y cómo! Destellos de Wess y de Django se colaban entre las lentejuelas de sus fuegos artificiales. Pero la banalidad (léase también vanidad) le pudo a la música, y Benson se empeñó en cantar y destrozó a placer estándares tan entrañables como Stardust o Green Dolphin Street, y ni siquiera los contracantes de Dizzy salvaron la situación. El O-op-pa-pa-da final, con todo el elenco sobre el escenario, ya no pudo salvar lo que estaba irremediablemente perdido, y sólo significó las gotas de buen humor que Dizzy quiere poner siempre en sus despedidas. Benson había convertido en triste final lo que podía haber sido, y casi lo fue, una gran noche.

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