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¿Quién teme a la 'high tech'?

Microprocesador, láser, scanner, ingeniería genética, geotermia. Estamos ya vagamente familiarizados con esas expresiones, por más que ignoremos su funcionamiento práctico y, no digamos ya, su fundamento teórico. La revolución alcanza a la vida cotidiana: magnetoscopios, hornos de microondas, robots. Alcanza a la moda y a la estética. Al look high tech. A la magia de los paradigmas. Un neomecanicismo emerge. Pongamos por caso: el psicoanálisis ya no se lleva; la tendencia es a un cierto reduccionismo neurofisiológico en la explicación de los comportamientos. Apaciguada la polémica sobre la sociobiología, nace el debate en tomo a la neurobiología y el estudio e interpretación del cerebro humano. Homo sapiens se transforma en homo cominunicatus. Ya no se cree en el progreso: se apuesta por la mutación.Disponemos de la perspectiva suficiente para pensar que todo esto equivale a una revolución tecnológica y social comparable a la que, fundada sobre la máquina de vapor, se produjo en el siglo XIX. ¿Sirve de algo ponerse de espaldas a la tecnología punta? Bien; sirve para tensar la dialéctica y el debate; pero los hechos parecen tozudos e irreversibles, y, en todo caso, obligan a un replanteamiento de la economía política, del orden internacional, del valor del trabajo, en fin, de la cultura y de la sociedad en general.

La tecnología punta no sólo destruye puestos de trabajo (al menos en una primera fase, y en los países que no producen esa tecnología punta); también alcanza al capital. Quiere decirse que la tecnología punta hace posible producir cantidades crecientes de mercancía con cantidades decrecientes de capital y de trabajo. Lo cual, por el momento, arruina el mito del pleno empleo; pulveriza el esquema de las clases sociales; pone en solfa la eficacia del mercado. En un mundo progresivamente computerizado, la fuerza de trabajo va de baja y se desmembra. El nuevo electorado se compone más de grupúsculos que de grandes masas. (Léase a Alvin Toffler y a André Gorz.) Esos grupúsculos carecen de ideología definida. O sea, que la crisis de identidad alcanza simultáneamente a esos dos venerables fósiles de la historia política: la izquierda y la derecha. (Aunque, de momento, el fracaso de la regulación keynesiana genere vientos favorables al neoliberalismo.)

El envite es planetario. La revolución tecnológica acentúa la indivisibilidad del mundo y exige la configuración de un nuevo orden internacional que institucionalice la interdependencia de los hipotéticos Estados soberanos. Por el momento, el irresistible ascenso de la high tech se produce de manera inmanente y bajo coartadas viejas. Por ejemplo: Estados Unidos de Norteamérica mantiene una cierta tensión beligerante y tiende a militarizar la ciencia, porque así facilita y estimula el tránsito de una sociedad industrial a una sociedad posindustrial, con grandes inversiones en tecnología punta. Mi hipótesis es que las grandes potencias han descartado completamente la guerra nuclear, y que lo que verdaderamente está en juego es este tránsito a lo posindustrial.

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Ciertamente, Japón ha conseguido un gran desarrollo tecnológico sin apenas gastos militares. Pero las motivaciones de las naciones, igual que las de los individuos, son diversas. Y las argucias de la razón, innumerables. Tal vez el presidente Reagan crea personalmente que con la iniciativa SDI sólo trata de dar un paso en la estrategia militar de la defensa. Pero ya se sabe que la naturaleza y la sociedad son siempre más astutas que los individuos que las componen. Una vez desencadenados ciertos procesos, lo de menos es la coartada que los ampare.

No niego la existencia del riesgo. Al contrario. Precisamente en la fragilidad de la coartada está el riesgo. Asombra la pobreza de herramientas intelectuales que todavía usa la gente, en su vida cotidiana y en su vida pública, en ese final de siglo. Hay una tendencia a simplificar las cosas de cara a conseguir mejores efectos de comunicación. Esa es una anienaza. Porque, en contra de lo que creían los apóstoles del progreso, el avance de la historia es ambivalente: sube el dominio sobre la naturaleza; sube también el riesgo de que la naturaleza, mal comprendida, se "vengue". Por esto la política, la praxis del vivir, es cada vez un arte más complejo y delicado.

La tecnología punta puede conducir a una mayor liberación o a una mayor servidumbre. Nada está decidido de antemano. Cabe pensar en una sociedad falsamente transparente que sólo hable el lenguaje del Estado omnisciente. Cabe pensar en una sociedad informatizada al servicio de un consvimismo trivial. Lo que no cabe es prescindir de la tecnología avanzada. Una cosa es combatir el modelo consurnista, despilfarrador y ostentatorio de las naciones opulentas, y otra es ponerse de espaldas a la high tech. Tercermundisrno y opulericia son dos polos de una dialéctica a superar.

Con lo cual vuelvo a mi otras veces expuesto tema de lo retroprogresivo. La tecnología punta, puesta en clave retroprogresiva, nos puede devolver a la raíz, al origen. La tecnología punta, en la medida en que es desmasificadora y posurbana, puede generar un paradigma cibernético/ecológico con un retomo a la natura y con una religiosidad que supere la gran abstracción monoteísta. Fueron algunas religiones urbanas, empapadas de moral, y de convenciones sociales, las que separaron al hombre de la naturaleza. Podría ser la high tech la que nos ayudara a superar la antinomia ciudad/campo, la que nos liberara de la tutela excesiva del Estado, la que fomentara un retorno a los valores cooperativos ole la era preindustrial.

Ésta es la posible paradoja de la high tech. El desafio llega a todas partes. La sociedad, por el momento, se arregla lo mejor que sabe, es decir, a la tuntún. Los estudiosos plantean una cultura del ocio. Pero el ocio es todavía territorio desconocido y peligroso. El ocio, de entrada, puede generar desventuras más graves que las denunciadas por Carlos Marx en el libro primero de El capital a propósito del trabajo prolongado. Se escenifica entonces la realidad para hacerla soportable, digerible, inteligible. Historias del ocio malo, temas de drogas fuertes, nihilismo y paranoia, puestos en rock, se convierten en amago, cobran valor de lenguaje, pierden veneno. Por otra parte, renacen las sectas, el fundamentalismo, un nuevo puritanismo. Síntomas de un repliegue provisional ante la amenaza de lo nuevo.

Porque la high tech esta ya latente en todas partes. Y nos obliga a repensarlo todo.

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