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Relevo en el Kremlin

Una ceremonia más humana

Pilar Bonet

Varias filas de coronas funerarias de vistosas flores y de medallas portadas sobre almohadones rojos precedieron al ataúd de Konstantín Chernenko cuando éste llegó a la plaza Roja para ser inhumado. Desde un principio se pudo percibir que el estilo de las exequias por el que fuera jefe máximo de la Unión Soviética era esta vez, comparativamente, más relajado que en ocasiones previas.Los controles de policía en las cercanías de la plaza Roja fueron menos severos y el nivel de improvisación, mayor, siempre dentro de la rigidez protocolaria propia del régimen soviético. Por lo demás, el desarrollo de la ceremonia fue semejante a las celebradas en noviembre de 1982 y febrero de 1984 con motivo de la muerte de .sus dos inmediatos antecesores, Leonid Breznev y Yuri Andropov. Detrás de la cureña sobre la que descansaba el féretro iba el cortejo fúnebre, encabezado por la viuda del dirigente, Anna Dimitrievna, quien, vestida con un abrigo de astracán negro y un zorro del mismo color, era acompañada por los familiares del muerto, entre ellos su hija.

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El ataúd quedó abierto en el centro de la plaza, y sobre el rostro amarillento y demacrado del cadáver comenzó entonces a caer una ligera nieve. La fosa, recién abierta, esperaba junto al muro del Kremlin, donde reposan los restos de los antecesores en el poder del fallecido. Al lado de los montones de tierra levantada había un pequeño cúmulo de arena.

Los televidentes pudieron ver cómo Anna Dimitrievna acariciaba y besaba cariñosamente el cadáver poco antes de que se cerrara el féretro. Éste, una vez cerrado, fue introducido en la fosa con ayuda de dos lienzos blancos. Después, los dirigentes soviéticos que se arremolinaban en el lugar arrojaron puñados de arena en la fosa. Desde la tribuna de prensa, muy cercana al lugar del entierro, podían verse las espaldas de los líderes de la URSS emergiendo de los abrigos, la mayoría de paño gris. Las manos que habían arrojado la arena trataban de eliminar los restos restregándose en la tela, agitándose en el aire o introduciéndose en los bolsillos. Diez palas verdes movidas enérgicamente por otros tantos trabajadores en ropa de calle completaron el trabajo.

Sobre la fosa se colocó el retrato del fallecido. Tras las salvas, los cinco minutos de silencio y el silbido de las sirenas de las fábricas, se llevó a cabo el desfile militar con brioso ritmo y al paso de la oca. Fuerzas de la guarnición de Moscú desfilaron por la plaza Roja. Los asistentes al acto comenzaron a dispersarse después. Entre ellos, Anna Dimitrievna, que apoyada pesadamente en los brazos de dos mujeres, se encaminaba, escoltada pero inadvertida, hacia una de las entradas del Kremlin.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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