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El nuevo rumbo de la Iglesia católica

La contrarreforma del Vaticano II

Las últimas declaraciones del cardenal Ratzinger se interpretan como una ofensiva para preparar un nuevo concilio

Juan Arias

¿Piensa Juan Pablo II convocar un nuevo concilio ecuménico, el Vaticano III? Las explosivas declaraciones del cardenal alemán Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ex Santo Oficio, al semanario italiano Jesús parecen confirmar esta hipótesis.El cardenal responsable de la ortodoxia católica mundial afirma que los resultados del Concilio Vaticano II, de hace 20 años, han sido "decididamente negativos para la Iglesia católica". Más aún el cardenal, asesor del papa Wojtyla en el campo doctrinal, afirma que se ha abierto ya un proceso de restauración, que define como "búsqueda de un nuevo equilibrio tras las exageraciones de una apertura indiscriminada al mundo y tras las interpretaciones demasiado comprensivas de un mundo agnóstico y ateo". La situación dibujada por Ratzinger exige la adopción de medidas extremas, como ha dicho su portavoz, el teólogo genovés Gianni Baget-Bozzo, desde su escaño en el Parlamento de Estrasburgo.

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Un concilio como éste, en clave de conservación, no estaría bien visto por los teólogos progresistas, que han fundado su doctrina en las conquistas del Vaticano II. Así lo ha expresado el teólogo holandés Edward Schillebeeckx, uno de los consultores del episcopado holandés durante el último concilio, quien afirma que no es éste tiempo de concilios porque "estamos viviendo un pontificado fuerte. Existe hoy demasiada polarización, y la restauración está bajo los ojos de todos. Creo que un nuevo concilio es necesario sólo cuando. existe un nuevo consensus en relación a los problemas. A mi juicio, es demasiado pronto".

Desde la otra orilla se piensa al revés. Existe en la Iglesia una situacíón de herejía larvada, una tal desorientación en materia de teología moral y política, unos problemas tan nuevos surgidos después del último concilio que es urgente afrontarlos con coraje. La posibilidad de que el Papa polaco pudiera convocar un nuevo concilio fue sugerida en Roma hace ya cuatro años por un eclesiástico de los países del Este, que llegó incluso a adelantar el tema: "los derechos humanos y los problemas de la moral moderna".

A todo ello hay que añadir el terror de Roma a esa teología de la liberación que está contagiando a los continentes donde se juega la subsistencia de la Iglesia católica: América Latina, Africa y Asia Basta pensar que en el 2000 se calcula que la mitad de los, católicos de todo el mundo serán latinoamericanos y que la conferencia episcopal más numerosa de la Iglesia, la de Brasil, defiende con fuerza la corriente teológica de la liberación, cuyo representante, el teólogo franciscano Leonardo Boff, acaba de ser incriminado por el ex Santo Oficio.

El cardenal Ratzinger afirma que es imposible dialogar con es tos teólogos. Califica de "sectas" las nuevas corrientes teológicas y sostiene que la teología "europea" está "vieja, enferma de soberbia académica y de frialdad. Una teología más peligrosa que las mismas herejías, ya que ni siquiera reacciona contra Roma agresivamente porque, en su arrogancia, lo considera ya inútil".

Por lo que se refiere a los teólogos de ' la liberación de América Latina, el cardenal Ratzinger llega a ser cruel al apuntar que lo que están haciendo en realidad es "traicionar la causa de los pobres debido a una interpretación de la Biblia apoyada en instrumentos de análisis que se han revelado siempre como fuente de sufrimiento para el pueblo". Añade que es dolorosa "la ilusión tan poco cristiana" de estos teólogos que pretenden crear un hombre nuevo y un mundo nuevo, "no llamando a la gente a convertirse, sino queriendo cambiar las estructuras sociales", ya que "la liberación de las esclavitudes culturales, económicas, sociales y políticas, en definitiva, se puede llevar a cabo sólo si se entiende que todas ellas nacen del pecado que anida en el corazón del hombre".

Idéntica condena recae sobre la llamada inculturalización o indigenización, promovida por las escuelas de teología africanas. El cardenal afirma que estas corrientes podrían acabar en realidad creando nuevas religiones, distintas de la católica.

Se sabía ya que el cardenal alemán había sido el padrino del famoso documento sobre la teología de la liberación, que le ha costado al Papa su viaje a Lituania y posiblemente a Cuba; se ha sabido que ha sido también quien ha convencido al Papa para volver al rito de la misa en latín, contra la voluntad expresa del 98% de los obispos consultados en todo el mundo.

Diferencias con Casaroli

Ha sido el cardenal Ratzinger quien ha abierto toda una serie de procesos contra los teólogos modernos, desde Schillebeeckx a Boff, a Gutiérrez y a otros menos conocidos. También ha sido coautor, con el papa Wojtyla, de bloquear las dispensas de celibato a los sacerdotes que deseen abandonar él ministerio tras la apertura de Pablo VI.

Al mismo tiempo, se especula sobre las relaciones, no ciertamente idílicas, que mantiene el Papa con ese otro importante cardenal de la curia romana, la antítesis de Ratzinger: el secretario de Estado, Agostino Casaroli, el hombre de la ostpolitik de Pablo VI y del diálogo con los países comunistas. Casaroli ha querido dejar constancia de que estuvo ausente en la comisión cardenalicia del ex Santo Oficio en la que se votó el documento sobre la teología de la liberación.

Un escritor alemán, buen conocedor de los pasillos vaticanos, y en cuya casa cenó no hace mucho el cardenal Ratzinger, ha confiado a EL PAÍS que no es ningún secreto que la diferencia cultural entre Wojtyla y Casaroli hace más formal y dificil el diálogo entre ambos, mientras se tutea con el alemán Ratzinger. Esto no quita que Ratzinger sea más lógico y estricto en su pensamiento teológico, y Wojtyla, más imprevisible en sus desahogos apostólicos. El Papa es más poeta, y Ratzinger, más doctrinal. Precisamente por ello Juan Pablo II se siente hoy enormemente sostenido y seguro teológicamente por el antimarxista Ratzinger.

Ambos tienen, además, una trayectoria singular. Juan Pablo II se considera a sí mismo un progresista porque cuando era obispo en Polonia el nivel conservador del episcopado era tal que su postura destacaba por ser demasiado abierta. Por eso, según ha confiado a un amigo suyo polaco, no entiende por qué se le tacha de conservador.

Lo mismo sucede con el cardenal Ratzinger, que ocupa el lugar del cardenal italiano Ottaviani, un auténtico policía de la fe, quien, en la única entrevista concedida en su vida, a una periodista neofascista de Il Borghese, se calificó como "el carabinero de la Iglesia católica".

Ratzinger, al revés de Ottaviani, es un fino teólogo. Durante el concilio fue consultor del episcopado alemán, defensor en aquel momento de posiciones aperturistas frente a Ottaviani. Ratzinger acabó el concilio con fama de progresista. Fue él quien apoyó la publicación de la tesis doctoral del teólogo Leonardo Boff, quien en la introducción a su tesis agradece el gesto de apoyo que le había dado su protector.

Pero el teólogo progresista del concilio piensa que hoy "está volviendo la antigua herejía arriana,

La contrarreforma del Vaticano II

porque la teología moderna ha puesto en crisis la primera persona de la Trinidad, el Padre, cosa que se explica porque ésta es una sociedad que, después de Freud, desconfía de cualquier padre, y que con el feminismo extremo quiere incluso rebautizar en femenino el nombre de Dios".Esta afirmación del cardenal alemán ha impresionado porque había sido el papa Juan Pablo I, muerto al mes de su elección al papado, quien había sorprendido al mundo y a la curia en uno de sus primeros discursos, afirmando que el Dios cristiano no es padre, sino mama. Pero si puede haber diferencias de estilo -sobre todo en lo pastoral- entre el Papa polaco y el importante teólogo y cardenal alemán, lo cierto es que existen entre ambos profundas convergencias, que les convierten en un dúo muy importante, capaces de abordar juntos la sorpresa de un nuevo concilio para preparar a la Iglesia a la gran fecha de la inauguración del tercer milenio de la humanidad. Una fecha querida, acariciada y recordada, casi en cada discurso, por Juan Pablo II.

Defensa del demonio

Los puntos de convergencia que aproximan a Juan Pablo Il con Ratzinger son su pesimismo teológico y la defensa apasionada del demonio. Un demonio como entidad personal y no simbólica, cuya existencia, según Ratzinger, se de muestra, además, teológicamente "a través de una lectura real de la historia con su cúmulo de atrocidades, siempre renovadas y no explicables por el hombre, quien por sí solo no posee la fuerza para oponerse a Satanás". Todo el análisis que Ratzinger hace de la Iglesia y del mundo rezuma pesimismo por todos sus poros. Pero no hay que olvidar que Juan Pablo II cuando formaba parte de la comisión encargada de redactar el famoso documento Gaudium et spes sobre el diálogo entre la Iglesia y el mundo moderno quiso poner en primer plano los elementos positivos y de esperanza por encima de los negativos, como respuesta a lo que Juan XXIII había llamado en su discurso de apertura del concilio "los profetas de las desventuras". El entonces arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, presentó un contradocumento en clave pesimista, que fue rechazado por la mayoría de la comisión en votación secreta. Basta leer algunas de las encíclicas de Juan Pablo II y muchos de sus discursos como Papa para ver cómo aquellas ideas que entonces no fueron aceptadas han sido introducidas en su magisterio pontificio.

Otro punto de encuentro es que tanto el Papa como Ratzinger están convencidos de que hoy la mayor parte de los obispos han rendido las armas frente a los peligros de la secularización y de la teología contagiada de marxismo. De ahí el que el Papa confíe hoy tanto en los movimientos modernos, como el Opus De¡ y Comunicación y Liberación, o en ciertos grupos carismáticos, valientes en su condena del mundo y de sus tentaciones y más fieles a la silla de Pedro. De ahí que Ratzinger haga un ataque tan duro a las conferencia episcopales.

Voto secreto

Pero quizá este miedo o prevención de Roma por las conferencias episcopales tenga más bien su fundamento en que en los últimos tiempos los mayores conflictos entre la base de la Iglesia y el Vaticano provienen de las mismas conferencias episcopales, como el documento, emanado aquí en Roma, por 31 conferencias episcopales de lengua inglesa contra la decisión del Papa de permitir el rito de la misa en latín.

El teólogo Leonardo Boff no ha podido, en realidad, ser condenado porque la Conferencia Episcopal Brasileña se opuso con fuerza. Como no fue condenado el teólogo Gutiérrez porque lo defendió la Conferencia Episcopal Peruana -conferencia episcopal que el mes pasado mantuvo un pulso durísimo con el cardenal Ratzinger y su congregación porque se negó a firmar el documento que les habían preparado contra la teología de la liberación y contra su teólogo Gutiérrez.

Se ha sabido que la Conferencia Episcopal Canadiense condicionó el viaje del Papa, oponiéndose a que hiciera ciertas condenas contra experiencias aún en ciernes y a prescindir del encuentro privado con el Papa porque querían recibirlo "junto con todo el pueblo de Dios".

Se sabe que Juan Pablo II considera demasiado indulgente a la Conferencia Episcopal Italiana en su. diálogo con las fuerzas políticas, pero la respuesta de los obispos italianos ha sido sustituirlo como. presidente de la conferencia por el que resulte elegido mediante voto secreto. Tampoco se pueden olvidar las dificultades de Roma con ciertas conferencias africanas, y sobre todo con la de Estados Unidos en lo que se refiere a sus posiciones contra el rearme y contra la Administración Reagan.

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