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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Otra pregunta elemental

En su artículo Una pregunta elemental, el director de este diario, Juan Luis Cebrián, responde a la cuestión de un periodista americano (norteamericano, supongo) por el futuro de España planteando nuevas preguntas, todas ellas perentorias. No voy a ensayar yo, visitante periódico, ninguna respuesta, pero ya que de interrogar se trata, intentaré otra pregunta en un diálogo cuya incertidumbre actual es prueba de su certeza.En primer término, y aunque la pregunta es por España, sólo puedo plantearme en términos latinoamericanos el debate que Cebrián propone. Porque si bien las últimas consecuencias de sus interrogantes son seguramente del orden de la política, un planteamiento por el carácter del desarrollo en España sospecho que pasa también por el orden de la cultura, como versión del mundo que nos distingue y nos proponemos; y, en este sentido, por el papel que el diálogo entre España y América Latina, más allá de las retóricas oficiales felizmente en desuso, pueda y deba tener en las definiciones del proyecto que seamos capaces de articular en una época que busca, y consigue casi, homogeneizar, a nombre de la modernización, por ejemplo, las hipótesis de la pluralidad y la diferencia.

Por eso, en segundo término, quisiera discutir la polarización que Cebrián asume recogiendo un tópico común hoy en España incluso en quienes piensan desde el socialismo, entre "modernización" y "tercermundismo" como paradigmas, respectivamente, de futuro y pasado, de progreso deseable y atraso descartable. Esta dicotomía, me parece, a nombre de Europa ("¿hemos abandonado la carrera por acercamos a las potencias industriales y posindustríales?", pregunta Cebrián) deja de lado América Latina ("¿no hay una tensión tercermundista -en el peor de los sentidos- en nuevas formas de vida?", vuelve Cebrián), y coloca esa "tensión" en un tirreno de las opciones, donde, a rombre del desarrollo, se podría terminar sanci onando unas formag de vida cuyo valor no deberíamos ceder sin pena.

Porque las preguntas, inmediatas son del orden cultural: ¿quiénes deciden el valor de cada parte en esta balanza cuya sola función es ya imperiosa? ¿qué precio llene una frente a la otra? Y, sobre todo, ¿queremos realmente desarrallar como los otros, cuando les hemos visto la cara, sin decidir antes la calidad que debería seguir tal desarrollo desde nuestras formas de vida, donde tenemos un rostro? En América Latina estas son viejas preguntas (de Mariátegui a José María Arguedas, de Lezama Lima a Octavio Paz), porque: el sector moderno de nuestros países no ha probado ser una alternativa cultural a la medida de nuestras más complejas y creo que más vali osas diferencias y convergencias.

Por lo demás, ¿cuál es "el peor de los sentidos" del término tercermundista? Sólo puede ser el de la injusticia acumulada, el de la violencia estructural, el muy evidente de que la experiencia política nuestra, en los varios modelos en sayados, es insuficiente para articular y expresar nuestra experiencia cultural, esos sincretismos que no se resuelven como un mero mestizaje nivelador. Puede que los proyectos políticos latinoamerica nos hayan sido incautados varias veces por los poderes hegemónicos (no vivimos el drama "democracia o dictadura", sino la trage dia "democracia o Fondo Monetario Internacional"), pero su vida real y cultural es más fuerte, que cualquiera de ellos. Yo espero que la política española no será rrienos inteligente o creativa que la cultura española, pero también sospecho que las decisiones sobre los modelos no son de exclusividad de la política.

Cebrián vuelve sobre esta dicotomía cuando se pregunta: "¿Es un cierto tercermundismo cultural y económico el que habría que pagar por una respuesta moral colectiva frente al aumento de la amenaza nuclear?", y esta cuestión sí que no tiene respuesta. Si de pagar se trata, los términos de la negociación están, en algún punto, desigualmente planteados, y hasta se podría temer que siempre alguien es "tercermundista" para alguien. Si se trata de una respuesta moral y colectiva, no hay modo de negociar, ya que la moral nacional, categoría a menudo usurpada por gente incompatible, sólo podría sostenerse en la identidad cultural, en esa pluralidad convergente que no es una esencia metafísica datable, sino una práctica de la especificidad, quizá la última. Salvo que la modernización, como temía Darcy Ribeiro, nos lleve a todos a la homogeneización, y no haya entonces dilema moral porque ya no habría opciones.

Pero ¿qué es "un cierto tercermundismo cultural"? Las culturas del Tercer Mundo son una de las últimas alternativas a la conversión de la humanidad en ceniza de clase media. El capitalismo salvaje que volvemos a sobrevivir, con su crisis disuasoria y sus redivisiones del trabajo, habrá, sin duda, deteriorado otra vez nuestros tejidos y tramas más sensibles, las biológicas y culturales, al reducir nuestros promedios de vida y al incautar nuestros mercados semirrurales con la basura manufacturada en Taiwan. Pero frente a este genocidio literal (y esto no es una metáfora tercermundista), y en su mismo centro, nuevas respuestas se elaboran desde las artes populares hasta las tecnológicas, desde el barro hasta el discurso.

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En España no pocos intelectuales conocen bien estos dramas nuestros. Y sé bien que Cebrián podría dar fe de ello con la información atenta que sobre América Latina aporta EL PAIS. Sólo mencionaré dos textos coincidentes en este punto. Paisajes después de la batalla, la conmovedora novela de Juan Goytisolo, asume una perspectiva tercermundista desde la cual desmontar ferozmente el viejo bastión de la burguesía colonial, el París monumental. Y en Larva, la briHante novela de Julián Ríos, el Londres poco irreal y muy imperial aparece prácticamente tomado por los lenguajes del Tercer Mundo, capaces de humanizar, con su intacta capacidad de comunicación, esos espacios posindustriales. En esta dirección hay varias respuestas que será preciso atender. De hecho, estamos muy lejos de la piadosa mirada que Conrad dedicó al final de una de sus novelas a la masa de negros que carecía de una forma dictada por los códigos, y asimismo de la primera página de otra de Forster donde los hindúes son una muchedumbre disforme. La fonna de lo que somos es una racionalidad suficiente.

Demos, pues, a la noción de Tercer Mundo su dignidad trágica. Sería lo menos que debemos a los trabajos entrañables y hermosamente utópicos de Juan Larrea en la América nuestra, y de Vallejo en nuestra España.

Lejos de mí la intención de simplificar la válida y justa propuesta de Cebrián sobre la España finura. Y no sería pertinente demandar de su artículo respuestas sobre la parte latinoamericana de ese porvenir que no ha empezado hoy. Que me permita, sí, añadir otra pregunta a las suyas para la agenda común de nuestra inquietud.

Julio Ortega es escritos peruano, profesor en la Universidad de Tejas, Austin.

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