_
_
_
_
_
La muerte de Jorge Guillén

A ver qué marea hay

Hay como un temblor en el paseo Marítimo y uno diría que el mar ha empezado a darse cuenta de que le falta la mirada atenta del poeta del octavo. Ya no está don Jorge tras el cristal. Él decía que el mar le acompañaba muchísimo, pero no parece, al ver el enfado de las olas, el caprichoso cambio del color de las aguas, sino que era el mar el que se sentía acompañado y que, ahora, cuando el poeta ya se ha ido, muestra su disgusto dejándose romper sobre la orilla.Todos los días el poeta se asomaba al mar por las mañanas "a ver qué marea hay, qué viento es el que domina", y por las tardes acechaba a las gaviotas para llenar una página de Final: "La tarde, sobre el mar tan luminosa, / descrubre / sobre el agua posándose / gaviotas y sus brillos, varios grupos que a la extensión otorgan algo estable". Hay que imaginarse al poeta asomado a la terraza de este edificio sobre el mar, ocho plantas por encima de las luces de neón de los establecimientos del paseo Marítimo, siguiendo con su vista cansada los dibujos que el vuelo de las gaviotas trazaba sobre el mar y pensando, al mismo tiempo, en la existencia de una similitud -que no dudaba en pasar al papel- entre la caída de la tarde malagueña y el final de su vida: "A veces algún ave vuela, próxima, / sobre los grupos. Ya la luz se acorta. / Se adivina la noche. Todas juntas, las gaviotas se alzan y regresan a sus propios rincones".

Más información
"Mi ciudad es fuego, y yo soy chispa"

Tenía don Jorge en Málaga un rincón apalabrado, también frente al mar, sobre una colina, en el que su cuerpo reposará entre flores para siempre. "Quiero que mi futuro sea malagueño. Quiero quedarme aquí, que me entierren aquí, que de aquí no me muevan", me dijo el poeta un día de enero de 1981, cuando tenía 88 años de edad. Fue una larga entrevista en la que se mostró muy locuaz y muy alegre. De cuando en cuando reía abiertamente, como un niño, y saltaba de un tema a otro con una vivacidad fuera de lo común. Había que estar muy atento para no perder nada de su discurso, pues en cualquier momento surgía la frase feliz, de gustosa recordación luego. "Me gusta soñar, pero con los ojos abiertos. Los fantasmas no me sirven para nada. No quiero el subconsciente, prefiero la consciencia".

Y tampoco gustaba de rememorar el pasado, sino que prefería el presente: "Cuando Manrique afirma que cualquier tiempo pasado fue mejor, debería haber escrito que cualquier tiempo pasado es mejor, porque es mentira que el pasado fuera mejor, ya que sólo es mejor ahora, cuando lo recordamos".

¿Y el futuro? En las conversaciones que mantuve con él siempre rehuía hablar del futuro, diciendo que no podía soñarlo. Y no es que tratara de evitar hablar de la muerte, de su propia muerte, que relacionaba siempre con Málaga como escenario: "De Málaga ya no saldré nunca, aquí me enterrarán". Si uno trataba de desviar la conversación, él se reía, se reía. No temía a la muerte el poeta o, al menos, no se enfrentaba a ella con demasiados temores, quizá porque sabía que su muerte sería sólo una muerte parcial, porque lo más grande de él, su obra, no moriría nunca. "¿Qué seré yo cuando sea un poeta del siglo pasado?", se preguntaba divertido.

El decía que una de sus palabras preferidas era esperanza. "La vida es esperanza. La esperanza es el flujo mismo de la vida y, cuando se pierde, es cuando surge la muerte". Ahora, cuando se ha ido, me viene a la mente esta frase. ¿Acaso había perdido la esperanza y por eso se ha producido el final? Me cuesta imaginar que esto haya sido así, y prefiero recordar al don Jorge jovial, sentado en su silla de siempre, frente al mar azul, en las luminosas tardes malagueñas, cuando me recibía en su casa con un ¡mi querido amigo ... !, que, por venir de quien venía, casi me hacía enrojecer. Hablábamos de muchas cosas, me contaba su último paseo por la calle ("ayer me saludaron una señora muy guapa y su hija, una chica muy bonita, me pararon en la calle, y estuvimos hablando un rato muy a gusto, a mí siempre me han encantado las chicas guapas... ") y me hacía notar cómo el mar cambiaba de color continuamente: "Fíjese, mi querido amigo, ahora está más azul".

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_