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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Siete días después del crimen

AUNQUE SE desconoce aún la autoría del asesinato, en Algorta, de Miguel Francisco Solaun, recientemente salido de prisión tras haber cumplido condena por colaboración con ETA Militar, -resulta obligado relacionar ese crimen con el relanzamiento de la ofensiva terrorista, marcado por el asesinato del teniente general Quintana Lacaci hace una semana. Bien sea una represalia de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), hipótesis muy poco probable, bien sea -como parece- un simple ajuste de cuentas dentro del submundo de la violencia, o una advertencia intimidatoria de ETA Militar contra quienes sientan la tentación de abandonar las armas, esta nueva muerte vuelve circunscribirse dentro de las fronteras del horror trazadas por las bandas terroristas.ETA Militar perpetró, el pasado domingo, uno de los más infamantes crímenes de su sangriento historial al asesinar a Guillermo Quintana Lacaci, teniente general en la reserva activa y capitán general de la I Región Militar durante la rebelión del 23-F. Ningún credo político puede llegar nunca a justificar esta barbarie primitiva de los atentados contra la vida y la integridad física de las personas. Pero el cobarde asesinato del teniente general Quintana puede ser también objeto de reflexiones complementarias, referidas tanto a la función que desempeñó el crimen en la estrategia desestabilizadora de ETA como a la personalidad de la víctima.

Sorprende que hasta anoche no se hubiera producido todavía uno de esos comunicados que ilustran la indigencia teórica, el sectarismo político y la miseria moral del terrorismo. Tal vez en esta ocasión los asesinos encuentren dificultades aún mayores para ofrecer a su clientela explicaciones del crimen que no dejen en completa evidencia a sus perpetradores. Contra lo que el Gobierno y los tribunales opinan, la publicación de esos atroces comunicados, en los que los asesinos se jactan de sus sangrientas hazañas, no son tanto un instrumento de pedagogía criminal como una forma de poner al descubierto la inanidad de sus razones.

Tras los atentados de los GAL y las medidas adoptadas por el Gobierno francés contra las bandas armadas, ETA Militar necesitaba demostrar, tanto a sus adversarios como a sus seguidores, que la capacidad de la organización para golpear permanecí intacta. El triunfalismo de los medios gubernamentales durante las últimas semanas contribuyó, paradójica e involuntariamente, a crear el caldo de cultivo para que los terroristas planearan algún atentado de gran repercusión. De esta forma, los extrañamientos y las deportaciones en el País Vasco francés podrían quedar relativizados y minimizados, en el terreno de la propaganda terrorista, al demostrar ETA que dispone de una eficaz infraestructura en la capital. En vísperas de las elecciones al Parlamento autonómico, el reforzamiento del mito de la eficacia de ETA era también una exigencia para mejorar las oportunidades en las urnas de Herri Batasuna. Finalmente, el abandono público de la violencia y el acatamiento de la legalidad democrática por antiguos militantes de ETA VII Asamblea comenzaba ya a cundir como ejemplo (en este contexto podría interpretarse la criminal represalia contra Miguel Francisco Solaun) dentro de las filas de ETA Militar, que ha logrado, con el asesinato del teniente general Quintana, despertar las iras de la derecha contra unos indultos y, excarcelaciones cuya peligrosidad y destructividad para las bandas terroristas sólo la ceguera política ignora.

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Pero el asesinato del teniente general Quintana Lacaci exige también otra reflexión. Durante la tensa noche del 23 de febrero, la lealtad a la Corona y a las instituciones democráticas del capitán general de la I Región Militar, pieza clave del dispositivo golpista, fue decisiva para derrotar la rebelión. Es más que probable que, de haber triunfado el acto de fuerza dirigido por Milans del Bosch y Tejero Molina, los presos acusados de actividades terroristas se hubieran contado entre las primeras víctimas de la represión. Y desde luego ese era el sentimiento que ellos mismos respiraban en las cárceles. El recuerdo de que el soldado asesinado hace una semana por ETA salvó hace tres años a esos condenados y procesados de un serio peligro, tal vez pueda llevar a los familiares de los presos a preguntarse acerca del verdadero sentido de esas campañas por la amnistía en la que los encarcelados desempeñan el papel de carne de cañón al servicio de frías manióbras desestabilizadoras. Si el asesinato de ayer en Algorta es efectivamente obra de ETA, resultaría entonces una prueba más de lo que sugerimos: que los propios presos de ETA, su seguridad y su futuro, son utilizados brutal y sanguinariamente por los profesionales del terror, no dispuestos a perdonar ni permitir nada que no acepte su estrategia de muerte y crueldad.

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