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Alberto Sols: "La única esperanza de cargarse el cáncer es conocerlo completamente a nivel molecular"

¿Por cuánto tiempo seguiremos estremeciéndonos al escuchar la palabra cáncer? O, dicho de otra manera, ¿cuándo será posible hablar de una curación integral de todo el conjunto de enfermedades que se conoce por cáncer? La mayor parte de los investigadores y médicos oncólogos, o bien se niegan a contestar a esta pregunta o su respuesta es excesivamente vaga: "Tal vez para dentro de diez o quince años; quién sabe si para el nuevo siglo,...". Esta ambigüedad no es sólo un exceso de prudencia, sino la constatación de una realidad: se sabe muy poco acerca de lo que se esconde detrás de una palabra que significa por si misma el anuncio de muerte para más de 50.000 personas cada año en España. Hoy comienza en Madrid el Primer Congreso Nacional de Investigación sobre el Cáncer.

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En las ocasiones en que hemos hablado con médicos que conviven diariamente con enfermos cancerosos hemos tenido la continua sensación de que, por su ejercicio profesional, rebasan las fronteras de la medicina y se convierten en una especie de militantes de un hipotético cuerpo antisecuestros. Y es su propio lenguaje el que los delata: los médicos oncólogos rara vez dicen "hemos salvado tantas vidas", sino que emplean ese otro verbo que parece llevar implícita una connotación de peligro, de peripecia: "hemos rescatado tantas vidas".No es extraño entonces que los médicos oncólogos padezcan, como dice el doctor Carda Aparici, director del Instituto Nacional de Oncología (INO), "una excesiva carga psicológica, porque en su actividad se da un porcentaje de fracasos mayor que en cualquier otra rama de la. medicina".

La solución para que este porcentaje de fracasos disminuya y, por consiguiente, la actividad profesional de los oncólogos deje de tener esas resonancias cuasi bélicas ha de venir, según opinión generalizada, de la parte que le toca a los investigadores. Lo demás serán meros avances tácticos; importantes, sí, pero nunca definitivos.

Investigación básica

"Las posibilidades de avanzar en la curación del cáncer por probatinas son pequeñas", confiesa el profesor Alberto Sols. "Por mejoras tecnológicas, estadísticas, etcétera, sobreviven algunos más. Pero el acercarnos a un nivel de supervivencia del 99% de los enfermos, de lo cual no hay perspectivas por ahora, sólo se conseguirá después de que se conozca completamente el cáncer a nivel molecular. Unicamente a partir de ese momento existen esperanzas razonables de que se encuentren maneras de cargarse el cáncer".

Cargarse el cáncer es uno de los retos más gigantescos con que se enfrenta la comunidad científica mundial, y para ello se han barajado iniciativas comparables al proyecto Manhattan, que pusiera en marcha Roosevelt para conseguir lo más rápidamente posible la bomba atómica; o el programa Apolo durante la presidencia de Kennedy, que tenía por meta poner a un hombre en la Luna en los diez años siguientes. Estos dos compromisos terminaron con éxito, pero el plazo de quince años que se atrevió a dar Nixon en 1971 para la curación definitiva del cáncer lleva todas las trazas de no cumplirse, aunque alguien en España, como el doctor Gosálvez, jefe del servicio de bioquímica experimental de la Clínica Puerta de Hierro, de Madrid, y descubridor del Norgamén, piense, a contracorriente del resto de los investigadores españoles y enarbolando un radical optimismo, que el plazo fijado por Nixon, y que termina en 1986, marcará el comienzo de la nueva era esperada. "Esa fecha", dice, "no está explícita, pero todo el mundo lo sabe, y los norteamericanos en particular la tienen muy presente. Por otra parte, creo que ya existe la masa crítica de conocimientos necesarios para que dentro de ese plazo podamos dar el salto".

Pero ¿quién dará el salto? Es presumible que, si se da, sea en Estados Unidos donde se haga, por la simple razón de que su volumen de investigación en cáncer representa el 50% del total mundial.

"El que Estados Unidos vaya por delante", dice Alberto Sols, "no nos exime de investigar por nuestra parte. En primer lugar, porque hay problemas médicos que tienen una incidencia peculiar en nuestro ambiente, y éstos no nos los van a resolver los norteamericanos; en segundo lugar, porque tenemos que estar preparados para aprovechar al máximo los avances que puedan venir de fuera".

En este sentido, es opinión prácticamente unánime que en los últimos años se ha avanzado en nuestro país de modo importante en lo que a investigación se refiere.

Agentes cancerígenos

El doctor Pérez Cuadrado, jefe del servicio de inmunopatología del INO, piensa "que es muy probable que nuestro sistema inmunológico esté rechazando constantemente agentes cancerígenos. Por tanto, los procesos neoplásicos (denominación que Pérez Cuadrado prefiere a la de cáncer) sólo aparecerían cuando, por las razones que sean, nuestras defensas hayan sido incapaces de rechazarlos". La opinión de Pérez Cuadrado lleva implícita, además del elogio a la eficacia de nuestro sistema inmunológico, la alerta de que son cotidianos los factores de riesgo del cáncer. Este es otro de los caballos de batalla de la investigación sobre el cáncer: determinar qué agentes provocan o potencian la formación de tumores. En el campo concreto de la carcinogénesis, química, se trataría de analizar, si no todos, al menos una parte de los más de mil productos químicos nuevos que se registran cada año en el mundo. "De lo que se trataría", explica el profesor Laborda, investigador destacado en el tema, "es de que todo producto químico tenga un control a priori antes de ser puesto en circulación, por el que se determine si conlleva o no un riesgo para la salud". Esto es lo que hoy no se hace, sino todo lo contrario: es necesario que un producto demuestre fehacientemente su toxicidad en la práctica, no en el laboratorio, para que se pueda pensar en retirarío.

En una evaluación que ha hecho el equipo de Laborda sobre productos fitosanitarios de uso en agricultura registrados en España se ha podido constatar la existencia de datos de cancerogenicidad en veintitrés de ellos, de los cuales sólo tres tienen su uso restringido o prohibido en nuestro país. Las razones por las que el descubrimiento de la cancerogenicidad de un producto no lleva a su inmediata prohibición son complejas. Los partidarios de una política contemporizadora argumentan que el que un producto sea cancerígeno para los animales (que es, lógicamente, donde se prueban) no indica que lo sea necesariamente para el hombre. Otra de las razones que arguyen para quitarle hierro al tema es que, de todos modos, estamos en contacto con miles de productos cancerígenos, y prohibirlos significaría desmontar toda nuestra sociedad superindustrializada, cosa que, por otra parte, muy pocos desean.

'Drogas transformantes'

"España es un país con escasa investigación oncológica programada", afirma el doctor Valladares, jefe del departamento de bioquímica del INO. "Los centros con programas importantes de investigación básica orientada se pueden contar con los dedos de una mano. Existen, eso sí, muchos proyectos individuales, pues hay gran número de científicos y médicos interesados por el cáncer; pero, aunque su labor es muy meritoria, carecen de sistematización, equipos de trabajo y recursos de mantenimiento". Uno de esos pocos centros a que se refiere Valladares es el dirigido por el doctor Mario Gosálvez en la Clínica Puerta de Hierro, de Madrid. Gosálvez es, sin duda, un hombre controvertido, a veces veladamente atacado por otros científicos desde que saltó a las primeras páginas de los periódicos, de la mano de una nueva droga: el Norgamén, un fármaco anticanceroso que defraudó las grandes expectativas despertadas en un principio. El propio Gosálvez nos explica lo que ocurrió en aquella ocasion: "Mis trabajos en el laboratorio con Norgamén daban muy buenos resultados, ante lo cual el doctor Brugarolas decidió llevarlo a la clínica, no sé si por suerte o por desgracia, el caso es que obtuvo importantes remisiones en tumores de cabeza y cuello. Esto lo supo la Prensa y se desorbitó, sobre todo teniendo en cuenta que los ensayos que se habían hecho no eran definitivos, pues no habían sido estrictamente controlados: a los enfermos tratados con Norgamén no se les retiraron los sedantes y analgésicos o fármacos similares que estuvieran tomando, y esto distorsionó, sin duda, los resultados. Los nuevos ensayos, realizados ya bajo estricto control, dieron resultados más desfavorables, lo que nos llevó a pensar no que la droga no sirviera, sino que necesitaba de una más profunda investigación".

E investigando sigue el doctor Gosálvez, pero no en simples drogas de matar células, sino que lo que trata es de descubrir sustancias que transformen las células cancerosas y las reviertan a la normalidad, Esta búsqueda la apoya Gosálvez en una interesante teoría: "El cáncer", explica, "es como alguien descontento en una sociedad y que empieza a revolucionarse, contagiando a nuevos grupos. Un sistema para acabar con ellos es ir con el palo y matarlos, pero no es realmente eficaz, ya que para acabar con todos se mataría también a individuos sanos. Igual ocurre con las actuales terapéuticas antitumorales, que al no poder destruir a todas las células cancerosas, porque supondría matar al individuo, el cáncer acaba reproduciéndose con igual o más virulencia que al principio y termina por matar a la persona".

Cuando se conocen los límites de las terapéuticas clásicas, que sólo logran curar o controlar -según los más cautos- uno de cada tres cánceres, la teoría de Gonsálvez resulta, sin duda, atractiva, al igual que puede serlo la inmunoterapia, basada también en un argumento lógico: si el cáncer necesita para desarrollarse traspasar las defensas del organismo, aumentemos esas defensas y venceremos al cáncer.

¿Ha fracasado la inmunoterapia?

Sin embargo, la inmunoterapia, una idea ya vieja relanzada por el médico francés G. Mathé hace una docena de años, no ha respondido a las expectativas que levantó en su día, ya que sólo ha resultado parcialmente eficaz en ciertos tipos de tumores. "La inmunoterapia ha defraudado", dice Pérez Cuadrado, "en el sentido de que todo el mundo esperaba lo que en su día hizo Pasteur con las enfermedades bacterianas: erradidarlas prácticamente (viruela, difteria, etcétera). Pero los procesos neoplásicos o tumorales son distintos a esas enfermedades. Lo que ha conseguido la inmunoterapia es ayudar a un porcentaje de pacientes comprendidos entre un 25% y un 30%, y por eso el rescatarlos ha supuesto una cierta decepción, porque se esperaba que el porcentaje fuera del ciento por ciento".

La razón de este relativo fracaso de la inmunoterapia estribaría en que el tumor no es algo tan extraño al organismo como lo pueda ser un virus o una bacteria, y, por tanto, nuestro sistema inmunológico no sería capaz de reconocer y destruir siempre a las células cancerosas. No obstante, y a pesar de no haberse cumplido las previsiones tan optimistas que se le auguraban a la inmunoterapia, la investigación en este campo no está en absoluto agotada. Son muchos los científicos y médicos que, como el doctor Valladares, creen que "puede ser un importante método terapéutico en el futuro".

Lo que parece demostrado a estas alturas, de siglo y de artículo, es que nadie en el asunto del cáncer puede hablar con autoridad de maestro, y que quien lo haga corre el riesgo de tener que comerse sus palabras media docena de años más tarde. Sucede esto porque, en lo relativo al cáncer, muchas cuestiones no han pasado del terreno de la hipótesis y, como tales hipótesis, son opinables. Si en algún campo científico existe la controversia, es, desde luego, en el cáncer, y esto lo hemos constatado hablando sucesivamente con varios investigadores y médicos. Así, el reciente descubrimiento sobre oncogenes, hecho por el doctor Barbacid, entre otros, en Estados Unidos, merece a dos de nuestros más afamados científicos (Sols y Valladares) comentarios diversos: "Barbacid", dice el profesor Sols, "ha conseguido demostrar que en células humanas normales una sola mutación puntual, el cambio de una letra en el DNA, da lugar a un cambio en una proteína que, a su vez, provoca el que las células empiecen a multiplicarse incontroladamente, lo cual es, probablemente, la base del cáncer".

Valladares, por su parte, afirma: "El aislamiento de oncogenes humanos abre nuevas perspectivas para aclarar la patogenia molecular de la transformación cancerosa. Pero no debe desorbitarse la noticia diciendo que es la clave del cáncer, el quid de la causa del cáncer ni el descubrimiento que permitirá curar el cáncer".

Alberto Sols, que no duda en destacar las investigaciones de Barbacid, trata, sin embargo, de restar importancia a unos experimentos propios que está a punto de terminar y que serán presentados en el congreso que comienza hoy. Se refieren estos trabajos al metabolismo energético de los tumores: "Es algo sabido que el cáncer", explica Sols, "tiene un metabolismo energético anómalo que le lleva a gastar mucha más azúcar que un tejido normal para conseguir la misma cantidad de energía. Lo que hasta ahora no conocíamos era el cómo y el porqué de ese metabolismo, y por ahí se han dirigido mis investigaciones. El cómo parece ser que reside en la existencia en los tumores de un estimulador especial de la enzima de la glucólisis (operación no común para metabolizar el azúcar), y el porqué se encontraría en que a través de ese metabolismo anormal se produce ácido láctico en cantidades importantes, con el cual se haría un daño (modesto, pero daño) a los tejidos sanos que rodean el tumor, mientras que el propio tumor no sufriría ningún perjuicio, porque es más resistente".

Investigación clínica

"Hacer una oncología asistencial pura no tiene sentido. La relación con la investigación es siempre fundamental, porque muchos de los enfermos de cáncer no tienen terapéuticas estándar establecidas, como pueden tener una dolencia cardiaca o una hepatitis". Con estas palabras explica el doctor Hernán Cortés Funes, jefe de la sección de oncología médica de la residencia sanitaria Primero de Octubre, de Madrid, la necesidad de una investigación clínica en nuestros hospitales y centros oncológicos. Pero, cuando se habla de investigación clínica, surge casi inmediatamente otro concepto que tiene muy mala prensa en España: los ensayos clínicos, que, asociados a la palabra cobayismo, han sufrido cierto desprestigio. "Esto ocurre", afirma Cortés Funes, "porque la gente está mal informada y cree que se la puede usar como cobaya; eso no es cierto. Los ensayos se hacen muy seriamente, con un control riguroso de sanidad".

"Lleva una burocracia tal hacer los ensayos", afirma, por otra parte, el jefe de oncología médica de La Paz, doctor Montero, "que a uno se le quitan las ganas de hacerlos. Quizá seamos los que menos ensayos clínicos hagamos (se refiere a La Paz). Yo, por mi parte, no tengo ningún interés en ser el primero en curar el cáncer o ser, por el contrario, el número cien o mil, y con la rapidez con que se transmite hoy día toda información, rápidamente se sabría".

Cortés Funes, sin embargo, lamenta no disponer de más personal para poder incrementar la investigación en su departamento: "Estamos comidos por la asistencia, que no nos deja tiempo para realizar ensayos en las fases primera y segunda. De modo que aquí sólo hacemos fase tercera, que consiste en que, cuando ya se tiene un fármaco y se sabe en qué tumores es efectivo, se compara, en enfermos similares, con el mejor tratamiento existente y se ve si es más o menos efectivo".

Curiosamente, en este campo de la investigación clínica, y en concreto en nuevas drogas, se avanza mucho más en Europa que en Estados Unidos, debido a que este país tiene una legislación muy restrictiva, que requiere unas cribas enormes antes de que un fármaco nuevo pueda ir al ser humano.

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