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El compositor austriaco y España

El 31 de marzo de 1732 nacía en Rohrau an der Leitha el compositor austríaco Joseph Haydn, fallecido en Viena en 1809, 'el más grande músico que he conocido', según Mozart. Autor de una música serena, apacible, tierna e irónica, fijó la estructura de la sinfonía y tuvo una gran éxito en España, donde se escuchó La Creación a los cinco años de su estreno en Viena y compuso Las siete palabras para la Santa Cueva de Cádiz. Sus composiciones son el mejor exponente del equilibrio clásico, matizado de vitalidad y optimismo. Durante el presente año musical se sucederán las sesiones conmemorativas, sobre todo en Austria y Hungría. En España están programados varios conciertos a lo largo de los próximos meses, que incluyen La Creación, Las estaciones, la Misa de santa Cecilia y la Sinfonía Oxford.

La obra de Haydn penetró con presteza en España. En tanto el pueblo se entregaba al arte tonadillero, los salones y academias y, sobre todo, la misma corte real practicaban con entusiasmo la "música de cámara" sin desdeñar por ello las manifestaciones castizas. No existió colisión entre la sonata y el fandango, y si Bocherini abría sus quintetos al popularismo ciudadano, no pocos autores de tonadillas practicaban, a su vez, las formas culturales de las que, con frecuencia, llegaban ecos a sus condensadas piezas teatrales con música. Lo que supone un signo más de¡ partidismo en convivencia peculiar de finales del XVIII, como señalaba Ortega.La España ilustrada recibía el mensaje musical del otro lado de los Pirineos en la obra de quienes resultarían segundones en la historia o en la de sus máximos protagonistas como, sin duda, era Joseph Haydn. Bastará echar una ojeada al catálogo de la Capilla y Biblioteca de Palacio para encontrar, junto a las partituras de Bocherini, Brunetti o Pleyel, buen número de sinfonías, cuartetos, tríos, serenatas, sonatas, los cuartetos para Las siete palabras o La creación, oratorio que, en sí mismo, puede resumir aspectos muy queridos por la Ilustración. Bastará igualmente saber, que desde el estreno de La Creación, en Viena, a la primera audición española, en Barcelona, transcurrieron tan sólo cinco años.

En 1770, Tomás de Iriarte publica su poema La música. Al lado de los tantas veces recordados elogios ("Sólo a tu numen, Haydn prodigioso, / las musas concedieron esta gracia / de ser tan nuevo siempre y tan copioso") encontramos versos que son todo un testimonio: "Tiempo ha que en sus privadas academias / Madrid a tus escritos se aficiona / y tú su amor con tu enseñanza premias, / mientras él cada día / con la inmortal encina te corona / que en sus orillas Manzanares cría".

Es precisamente Tomás de Iriarte quien sirve de mediador cerca de Carlos Alejandro de Lelis, residente en Viena, para las relaciones entre Haydn y la condesa-duquesa de Benavente y de Osuna. Por la correspondencia publicada en el Anuario Musical 1947 nos enteramos de los compromisos del compositor con la casa de Osuna, de los envíos que debía efectuar de obras originales, en número aproximado de doce piezas (carta de 24 de marzo de 1785); de las cantidades que por ellas debía recibir y hasta de las pequeñas fricciones entre la comandataria y el músico, que llega a quejarse comedidamente: "Es imposible que pueda completar siempre el número de composiciones, como puede hacerlo el zapatero con los zapatos".

"Las siete palabras"

Pero la más importante relación de Haydn con España fue la composición de siete tiempos lentos precedidos de una introducción y seguidos de un "terremoto", con destino a la Santa Cueva de Cádiz, aunque todavía se diga en importantes diccionarios y enciclopedias que fueron encargo de la catedral, confusión a la que contribuye el mismo Haydn con el escrito firmado que apareció en la edición de Las siete palabras, para coro y orquesta; si bien parece demostrado que quien redactó el texto fue un amigo de Haydn llamado Griesinger.

Lo cierto es que el encargo de la obra a Haydn se debe a la iniciativa y amistad del fundador de la Santa Cueva, José Sáenz de Santamaría, marqués de Valde-Iñigo, y del segundo marqués de Méritos, Francisco de Paula María de Micón, hijo de un emigrado genovés, Tomás Miconi, escritor, músico y científico imaginativo.

En sus viajes por Europa, Micón entró en relaciones con Haydn, por lo que es fácil suponer que actuaría de "embajador" de Valde-Iñigo, quien no paró en gastos a fin de ennoblecer su "cripta", como lo demuestran los frescos de Goya que la decoran.

En la Semana Santa de 1787 suenan por vez primera Las siete palabras, de Haydn, en la Santa Cueva, en medio de la emoción de los congregantes. Según un escrito de José María Sbarbi, publicado en 1886, los "hermanos", queriendo mostrar su simpatía al compositor, le enviaron un barril de vino de Jerez, "el más exquisito que pudiera hallarse a la sazón", lo que no complació a Haydn. "¿Qué es esto?", exclamó al recibir el sorpresivo presente. "¿Me han tomado por un borracho?". Aún asegura el académico gaditano que, como venganza, se dedicó Haydn a difundir copias de su obra "gaditana" por todas partes, a fin de acabar con la exclusiva que había concedido a la Santa Cueva.

Verdad o no la anécdota, lo cierto es que la tradición de interpretar Las siete palabras se ha mantenido en Cádiz y no solamente en la Santa Cueva, sino en muy diversos templos. Manuel de Falla, aún muchacho, escuchó la espléndida partitura durante el sermón de Viernes Santo, dirigida por su amigo y protector Salvador Viniegra.

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