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Alfred H. Barr y la noción contemporánea del museo

Entre los responsables que, de algún modo, ayudaron a hacer posible que el foco propulsor de la plástica moderna se desplazara de París a Nueva York, se encuentra Alfred H. Barr, muerto anteayer, a los 79 años de edad (véase EL PAIS de ayer). En ese fenómeno de trasvase jugaría un papel especial la aparición, en una época aún difícil para la aceptación de la vanguardia, de un tipo de museo capaz de albergar, impulsar y difundir los múltiples caminos de esa nueva creatividad internacional, que tan buen eco había encontrado en un sector de la intelectualidad americana a raíz de la mítica exposición del Armory Show.Para dar forma a esa idea, los promotores del Museo de Arte Moderno de Nueva York acudieron a Barr, joven especialista de veintisiete años, que impartía un curso en la Universidad de Wellesley. El encargo no era fácil; el propio espíritu de la vanguardia estaba por naturaleza en guerra con la noción tradicional de museo. Tal y como, al parecer, le advirtió Gertrude Stein a Barr: podían ser modernos o ser un museo, pero nunca ambas cosas a la vez. Y pese a entrar en acción en pleno crack de 1929 y en condiciones muy, modestas, Barr respondió al desafío con un ambicioso recurso, una especie de cuerpo tentacular en perpetuo movimiento. Básicamente, se trataba de aplicar a la idea de museo su propia concepción didáctica de la creatividad plástica.

El resultado sería un centro multidepartamental, que no sólo atendiera a materias tradicionales, como pintura o escultura, sino que ampliara su radio de acción a la arquitectura, al diseño, la fotografía y el cine, intentando establecer siempre las interconexiones que unían todos esos campos. Cada exposición se convertía así en un problema a resolver en un museo que debía funcionar como un laboratorio y no como un mero almacén. De hecho, la aplicación del proyecto se efectuó de forma gradual y sólo la exposición Arte en nuestros tiempos, celebrada en 1937 para inaugurar la sede actual del museo, respondía ya plenamente a esa idea pluridisciplinar que aún hoy hace fortuna en empresas del tipo Centro Pompidou.

La estructura de museo-colmena fue creciendo al incluir nuevas secciones (educacionales, de relaciones internacionales ... ), entre las que destaca el departamento de publicaciones, con colecciones legendarias, como la de Documentos del Arte Moderno, dirigida por. el pintor Robert Motherwell, pero básicamente centrada en un tipo de catálogo, ameno y profundamente documental al tiempo, que Barr ,ideó en la década de los treinta y hoy, se ha generalizado internacionalmente hasta convertirse en un sector fundamental de la bibliografía artística.

"Colección torpedo"

Uno de los hechos que suscitaron una mayor discusión teórica en la génesis del MOMA fue la idea de que una colección permanente podría entrar en contradicción con esa concepción dinámica y viva de museo. Sería de nuevo Barr quien aportara la solución en un manifiesto de 1933 titulado Teoría y contenido de una colección permanente ideal. Lanzaba en él la noción de colección torpedo, una colección que avanza a través del tiempo y cuya cola sirve para situar en todo momento a la cabeza, esto es, el presente de la creatividad.

Muchas fueron las exposiciones organizadas por Bari- que cimentaron su fama durante los catorce anos que estuvo al frente del museo. Destaquemos en esa larga lista las heroicas que en los primeros años dedicó a Klee o a Matisse, la gran retrospectiva Van Gogh de 1935, las de arte precolombino de 1933 y arte africano de 1935, consideradas como fuentes de inspiración de la modernidad, o la que sobre la Bauhaus encargo a Gropius y Bayer en 1938 y cuyo catálogo fue, durante mucho tiempo, la principal monografía sobre el tema en un país destinado a recoger la herencia constructivista. Pero fue sin duda 1936 el año crucial en la carrera expesiva de Barr. Con las gigantescas Cubismo y arte abstracto y Arte fantástico, dadá y surrealismo, ofrecería al público y a los artistas neoyorquinos un panorama exhaustivo de los movimientos que habían de sentar las bases de la gran generación pictórica de posguerra americana.

Tras su dimisión como director del MOMA en 1941, Barr pasó a ocuparse de las direcciones de investigación y asesoramiento, hasta centrarse en 1947 en la dirección de colecciones, cargo que ocuparía hasta su jubilación, veinte años más tarde. Y aunque en estos últimos años no figurara ya sino como miembro honorario del patronato del MOMA, hay que convenir que ese grandioso espectáculo que ha sido, en este año, la retrospectiva Picasso, indiscutiblemente el mayor éxito expositivo del arte de nuestro siglo, tiene una deuda de honor con Alfred Hamilton Barr.

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