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Violencia desde la ciencia / 1

Schweitzer, el gran Albert Schweitzer, escribió hace ya algunos años: «Nuestra era ha logrado separar el conocimiento del pensamiento, dando por resultado el que hoy poseamos, afortunadamente, una ciencia libre, pero apenas si ciencia alguna que reflexione». Desde hace también algunos, pocos, años, la ciencia ha comenzado no sólo a reflexionar, sino a investigar seriamente, con método (a veces, con poca imaginación, tan necesaria en ciencia como en las artes y las letras), con rigurosidad, los constantes fenómenos de fricción, conflicto, agresión, agresividad y violencia que se suceden en todo el planeta.Gracias a la ciencia y a la tecnología estamos hoy donde estamos, con electricidad, televisión, píldoras para dormir, para no dormir, la píldora, Concorde, computadoras, antibióticos, xerox, etcétera. Pero la ciencia reflexiona poco sobre sí misma y la tecnología, simplemente, no reflexiona. Ello nos ha llevado a que exista hoy -lo que no sucedía hace quince o veinte años- un cierto desencanto, un cierto recelo y, por qué no decirlo, hasta una cierta desilusión hacia la ciencia. La ciencia prometía en su inicio más o menos formal, que es más bien corto en la forma y manera que la entendemos hoy, solucionar, si no todos, casi todos los problemas. Ibamos a tener más ocio, íbamos a saber qué hacer con el ocio mientras las máquinas trabajaban. Pero no, nos hemos convertido todos -banqueros, antropólogos, periodistas, obreros, políticos- un tanto en hombres-máquina, casi sin ocio, y si existiese un felizómetro nos indicaría, creo, que no somos hoy más felices que ayer. Y estamos en este mundo, pienso, para ser felices. El científico no lo ha logrado, no lo hemos logrado ni para nosotros mismos, ni para los demás. La ciencia necesita más, mucha más filosofía de la ciencia para llegar, paso a paso, a una filosofía de la vida, posible, viable y con vuelo. Con vuelo de hombres, no de máquinas o de hombres-máquina. Y no se puede volar cuando existe la amenaza constante de francotiradores, más o menos organizados, de derecha, de izquierda y hasta del centro, que, con potentes y devastadoras escopetas, amenazan constantemente cortar nuestras vidas. Sin vida no hay vuelo humano.

Hace siete años fundamos la Sociedad Internacional para Investigaciones de Violencia, algo muy distinto a la Sociedad de Naciones, a las Naciones Unidas. La componen, a nivel totalmente personal, científicos de todo el mundo que tratan, objetiva y neutralmente, de averiguar por qué nos entrematamos. Se investiga a nivel biológico (neurofisiológico, fisiológico, bioquímico, etcétera) más en otros animales que en el hombre. Se investiga, también -aunque menos-, a nivel psiquiátrico, psicológico, antropológico, sociológico, etcétera. Se investiga más a nivel animal -etológico- que humano; es más fácil, posee menos riesgos, no se presentan problemas éticos, la reproducción es más rápida, la simulación más fácil, el laboratorio más controlable que las calles de Nueva York, de Madrid o de Bilbao.

A través de estudios etológicos -K. Lorenz, D. Morris, R. Ardrey, I. Eibl-Eibesfelt, R. Leyhausen, etcétera- se ha concluido -erróneamente en muchos casos- sobre nosotros, sobre nuestra especie. Se ha transpolado con absurda demasía. Existe una línea biológica que nos lleva desde el anfioxo hasta el hombre -con algunos hiatos, con no pocos huecos- La línea, no obstante, está ahí. Darwin está ahí. Son realidades más allá o más acá de creencia religiosa o política alguna. (Entre paréntesis, en una encíclica de Pío XII, creo quede 1951, se especifica que la Iglesia no se opone a los estudios sobre la evolución biológica del hombre.)

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Somos cordados, somos mamíferos, somos primates, somos homínidos, somos homo y homo sapiens. Como cualquier otro animal, nacemos, crecemos, nos reproducimos, morimos. Pero, a diferencia de todos los demás animales, somos los únicos con cultura. La cultura también nace, crece y se reproduce. Pero no muere. Ello a pesar de los Atilas del pasado lejano, cercano o aun del presente. De ahí que la transpolación a partir de conocimiento -experimental o no- de lo averiguado acerca del comportamiento animal hasta el humano sea, en un alto porcentaje, indebida, inútil, inadecuada.

Si el gran antropólogo Washburn comprueba que en las tres etapas principales de la secuencia evolutiva que nos lleva al hombre actual (Australopithecus, Homo erectus y Homo sapiens) hay que tener buen cuidado en reconocer que las reglas que nos sirven para la interpretación del comportamiento de una etapa no son válidas para la interpretación de cualquiera de las otras dos, tanto menos nos sirven nuestros patrones de homínidos para atribuir ferocidad, fuera de su contexto específico, al toro o a un grupo dado de monos, ni calificar de agresividad a aspectos experimentales totalmente empiricos en su origen.

Además, las relaciones entre organismos no humanos no deben ni pueden ser definidas con adjetivos qué sugieran implicaciones morales. Esto es, el que un león mate un lince, no puede ser objeto de análisis moral. Nosotros podemos desear que el león no mate al lince, o que los redrojos no impidan el crecimiento de las calabazas, pero ni los leones ni los redrojos actúan inmoralmente al hacerlo.

En suma: ni el tiburón, ni el león, ni el tigre, ni el cocodrilo, ni la serpiente, ni el escorpión atacan: el tiburón, el león, el tigre, el cocodrilo, la serpiente, el escorpión, comen. Si yo, o tú, amable lector, estamos nadando en alta mar, el tiburon nos ve exactamente igual que nosotros vemos a los mariscos, al pollo, a las angulas, que se nos presentan sobre la mesa en cualquier restaurante: no hay odio, no hay mentira, no hay engaño. Hay sólo alimento posible. Eso es todo.

El conflicto, la fricción, la agresión, la agresividad, la violencia y, en última instancia, la guerra, son, desde hace unos pocos años, objeto del análisis, del estudio serio, estricto, metodológico y cuidadoso de un amplio grupo de científicos. Todos podemos opinar. Dichas opiniones son poco válidas: no se trata de los toros o del fútbol. Se trata de nuestra propia supervivencia. Hay que investigar y oír a los que investigan. Si lo averiguado se aplica o no, se utiliza o no, ya no depende de nosotros, sino de los políticos. ¿Por qué nos entrematamos, en ámbitos generales o en casos específicos? No lo sabemos todo, pero sí sabemos mucho. De ello nos ocuparemos en nota próxima.

Santiago Genovés es sociólogo de la Universidad de México y especialista en estudios sobre la violencia.

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