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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Los ajos

Ya decía yo que se notaba como un olor raro en este país desde que empezó, más o menos, la movida democrática. Algo así como si a la democracia le hubiese abandonado su desodorante íntimo a media tarde. Don Gonzalo Fernández de la Mora también notaba algo, y, más científico y riguroso que yo, se ha puesto a investigar pertinazmente. En seguida ha publicado su corolario, síntesis hegeliana, petición de principio kantiana, mónada leibzniciana: a lo que olemos es a ajos. La democracia huele a ajos. Don Gonzalo Fernández de la Mora no ha notado el olor a tardofranquismo que se pudre, el olor a muchacha muerta, a niño muerto, el olor a todo lo que está muriendo y naciendo en España. Sólo ha notado olor a ajos, y él, arrojado a la cuneta de la democracia, cuneta de las carreteras que él mismo construyera cuando ministeriaba un Estado de Obras, lo que tiene que reprochamos a los periodistas, escritores, políticos, demócratas, republicanos, socialistas, centristas, liberales, socialdemócratas, marxistas, que luchan, que luchamos por sacar esto adelante y que España no vuelva a embarrancarse entre El Escorial y el Valle de los Caídos, es que olemos a ajos.Fernández de la Mora, sabio y filósofo, el hombre que le hizo reproches intelectuales a todo el 98, a la Institución Libre de Enseñanza, el hombre que ha mirado a Ortega por encima del hombro con caspa, no ha podido encontrar una fuente más profunda y pura en su investigación que el humorista Julio Camba (de derechas como solemos ser todos los llamados humoristas). Camba describe así el ambiente del Congreso: «A veces huele a ajos. Ese olor es la democracia. Es la esencia misma del régimen parlamentario.» A estas alturas de la temporada, cuando todas las gracias y desgracias de la democracia han prevalecido contra el fascismo de izquierda/ derecha que generó y condecoró a Fernández de la Mora, éste, después de haber dado garrote vil/intelectual a Pérez de Ayala, Marañón, el citado Ortega y toda la generación siguiente y derechohabiente (Laín, Marías, Aranguren, etc.) encuentra que la verdad más profunda, compleja, esencial, científica e histórica está en Julio Camba: la democracia huele a ajos. Es un argumento. Julio Camba, grande y restringido articulista, mezquino gastrónomo, humorista sin ternura (o sea, humorista a medias), era algo así como la síntesis del egoísmo pequeñoburgués con habitación de segunda en el Palace: César González-Ruano lo dijo de él en Teide, entre punto y coma, mientras pasaba el tranvía amarillo de Recoletos:

-Camba era el hombre que no habría ido ni a su propio entierro.

Camba era el miniegoísta que el 14 de abril, cuando llegó la República, no se acercó a las barricadas pacíficas del pueblo ni a las barricadas ya ominosas del fascismo. Como él mismo cuenta, se quedó sentado en un café, y se llama a sí mismo elegante, lo cual da mucha vergüenza, y más en un humorista (sólo se es humorista a costa de uno mismo). Creía que lo elegante era quedarse en el café, ignorando la elegancia de Ortega, Azaña y los miles de ortegazañas intelectuales que estuvieron en el rollo, e ignorando asimismo la elegancia inversa, violenta y equivocada de José Antonío Primo de Rivera. Sólo se dio Camba una vuelta por el Parlamento para comprobar que olía a ajos. Fina deducción histórica. La otra noche, en Picardías, cenaba yo angulas en ensalada, y me parece que me quedó un céfiro de ajo o cebolla que me tuvo hasta la madrugada, de café en café, pensando que efectivamente, y como dice un cierto político socialista, «aquí algo huele a podrido en Dinamarca». Hamlet, Shakespeare, Camba, Fernández de la Mora, el político, socialista tiene razón. Aquí huele raro. Huele a pistola-bolígrafo, a gente torturada, a general muerto, a niño estallado, a muchacha asesinada, a involución, retrofranquismo, trama negrinegra y rojinegra, axila de Marisa Medina y picor de Fraga. Don Gonzalo ha hecho la síntesis y clausurado la democracia: olemos a ajo.

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