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Gran Bretaña, sacudida por el caso del "espía de la reina"

La revelación de que una de las personas más respetadas del establishment británico y ex asesor de arte de la reina había sido, según confesión propia, un espía soviético y el «cuarto hombre» en el escándalo de espionaje más -sonado de la historia británica, ha sacudido este país hasta sus cimientos. La «bomba Blunt» hizo explosión el jueves por la tarde, en la Cámara de los Comunes, al ser leída una respuesta escrita de la primera ministra Margaret Thatcher a una pregunta formulada por el diputado laborista Edward Leadbitter.

La señora Thatcher, que eligió la modalidad parlamentaria de respuesta escrita para evitar la réplica, contestó ante el asombro de la Cámara que «el nombre por el que se interesa el honorable diputado corresponde a sir Anthony Blunt».Sir Anthony Blunt es uno de los más prestigiosos historiadores de arte del Reino Unido, y desde 1946 a 1972 habla sido «tasador de la pinacoteca real», un cargo oficial del palacio de Buckingham para el que fue nombrado por Jorge VI. A partir de esa fecha, en que se jubiló, permaneció en palacio como asesor artístico de la reina hasta 1978, en que se retiró definitivamente.

En 1956, la reina le invistió como caballero de la Real Orden Victoriana, distinción que lleva aparejada el título de «sir». Pero, a partir de ayer, sir Anthony volvió a convertirse en el ciudadano Anthony Blunt al publicarse un corto anuncio en el London Gazette, periódico oficial de la corte, privándole del título.

De acuerdo con la declaración de la primera ministra, bajo cuya dependencia se encuentran los servicios secretos británicos, Blunt se dedicó al reclutamiento de «jóvenes talentos» para los rusos durante su estancia en el Trinity College de Cambridge en los años treinta. Allí conoció a Guy Burgess, Donald Maclean y Kim Philby que, en la década de los cincuenta, protagonizarían uno de los mayores escándalos del espionaje mundial al descubrirse que actuaban como agentes dobles al servicio de la Unión Soviética. Burgess y Maclean desertaron a Rusia en 1951 y Philby les siguió en 1963.

Blunt admitió, en su confesión al MI-5 (servicio de espionaje británico), que había preparado la fuga de Burgess y Maclean, al mismo tiempo que reconocía que había pasado información a los rusos durante su estancia en el servicio secreto inglés, entre 1939 y 1945. A cambio de esa confesión, los servicios secretos británicos le garantizaron que no sería procesado por traición.

El detonante de la bomba ha sido un libro, El clima de traición, publicado el mes pasado por un antiguo periodista radiofónico, Andrew Boyle, en el que se afirmaba la existencia de un «cuarto y un quinto hombres» en el caso Burgess-Maclean-Philby. Boyle no daba los nombres de estos personajes, aunque los identifica con los nombres clave de Maurice y Basil.

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Como consecuencia de la publicación del libro -curiosamente atacado hace sólo dos días por la revista de izquierdas News Stalesman, como un producto de la fantasía del autor-, la identificación de Maurice como Blunt era sólo cuestión de tiempo.

Debate parlamentario

La opinión, los partidos y los periódicos han empezado ya a hacer toda clase de preguntas, que tendrán que ser contestadas en el Parlamento la próxima semana. Ante la bola de nieve, que crece por momentos, el speaker (presidente) de los Comunes, George Thomas, ha prometido considerar muy seriamente la posibilidad de convocar «un debate de emergencia» para debatir el caso.

Las preguntas están en la mente de todos: por ejemplo, ¿por qué el servicio de espionaje británico contrató en 1939 a una persona como Blunt, cuya conocída y nunca ocultada homosexualidad, así como sus ideas marxistas, le convertían en «un riesgo de seguridad»? Blunt fue miembro durante su estancia en Cambridge de una sociedad secreta llamada Los Apóstoles, a la que también pertenecían Burgess y Maclean. Debido a las tendencias homosexuales de muchos de sus miembros y a sus preferencias marxistas, la sociedad era conocida jocosamente entre los estudiantes como homintern, mezcla de homosexual y Komintern.

¿Qué clase de información pasó Blunt a los rusos durante el tiempo que permaneció en el servicio secreto británico y puso esa información en peligro la vida de agentes ingleses?

¿Por qué una persona de la Secretaría del Gobierno alertó el miércoles a Blunt de la declaración de la primera ministra, dándole así la oportunidad de marchar al extranjero?

¿Cómo es posible que desde 1964 los sucesivos Gobiernos británicos hayan hurtado este hecho a la opinión?

¿Lo sabía la reina?

Y la más importante de todas, planteada públicamente por el diputado laborista Dennis Canavan: ¿Fue informada la reina en su día de la confesión de su asesor artístico?, y, si fue así, ¿por qué se le mantuvo en Buckingham Palace?

Un portavoz de palacio declaró ayer a la agencia nacional Press Association que, de acuerdo con la declaración de la señora Thatcher, el secretario privado de la soberana fue informado de las circunstancias que rodeaban a Blunt y que «había que deducir que el secretario se lo comunicó». Sin embargo, poco después, el secretario de prensa de la reina, Michael Shea, manifestaba textualmente que se trataba de «una interpretación personal de un miembro de la oficina de prensa».

«Nos remitimos a la declaración hecha (en los Comunes) por la primera ministra. Los intercambios entre el secretario privado de la reina y la soberana son confidenciales. »

El suspense que rodea el caso ha alcanzado límites insospechados con la declaración hecha ayer por lord Home, primer ministro en 1964, de que los servicios de espionaje británicos no le informaron para nada del «caso Blun».

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