Visión de una dictadura mediterránea
Después de tantos filmes extranjeros e indígenas en los que lo político viene a ser sólo un ingrediente más con que actualizar anécdotas y conflictos triviales, he aquí uno sincero y sobre todo explícito, sin simbolismos farragosos, ni mensajes más o menos irracionales.Z, que marcó, hace ya tiempo, el mejor momento del binomio Semprún-Gavras, inicia su carrera en nuestras pantallas quizá un poco tarde desde el punto de vista puramente cronológico, pero a su tiempo justo si tenemos en cuenta el desarrollo y las implicaciones del actual momento político español.
Su historia es -más o menos seguida de cerca- la del diputado griego Lambrakis, herido en circunstancias parecidas a las que se reflejan en la película, el 20 de mayo de 1963, y cuya muerte, con el escándalo consiguiente, provocó la caída del Gobierno, propiciando Ia victoria de la EDA y las fuerzas centristas en las siguientes elecciones, victoria breve en realidad, abortada pronto por el golpe de Estado de los coroneles.
Z
Guión: Jorge Semprún.Dirección: Costa Gavras. Música: Theodorakis. Intérpretes: Yves Montand, Irene Papas, Jean Luis Trintignani, Bernard Fresson, Jacques Perrin, Charles Dennery Renalo Salvatori. Franco-argelina. Color. Política, 1968. Local de estreno: Novedades y Benlliure
Dividido en dos partes bien diferenciadas, este filme ha sabido aplicar a un tema de actualidad política una técnica propia de las historias policiacas. Desde un principio conocemos el crimen y quién lo cometió; el interés reside en saber si los investigadores -en este caso el juez y un periodista lograrán probar la culpabilidad de los responsables más o menos inmediatos, por encima de intrigas, amenazas y presiones. Aunque esta técnica no sea del todo nueva, se muestra en cambio aquí en toda su eficacia y a ello se debe, en gran parte, la atención del público: a su forma de presentar una realidad política sin necesidad de doctrinas ni discursos.
De las dos partes antes aludidas, aquella en que la historia se inicia y plantea es la que acusa un poco el paso de los años, quizá porque la verosimilitud, en lo que a su protagonista se refiere, no consigue ir mucho más allá de lo convencionalmente cinematográfico. Yves Montand, intérprete favorito de este tipo de personajes con vagas escapadas a lo sentimental, pone todo de su parte por Regar a emocionamos, cosa que no acaba de conseguir del todo.
La segunda, en la que la ironía corre vecina al simbolismo cuando no a la sátira, se mantiene más viva, como la letra a la que alude el título, dándonos una acertada visión del lado menos oscuro de una dictadura mediterránea más cercana a los golpes de Estado hispanoamericanos que a la tragedia de los regímenes nazis.
Rodado en Argelia por razones evidentes y no en Grecia, la ambientación es en todo momento, excelente, al menos para los no, griegos, a quienes no extrañará oír a los personajes expresarse en, francés. En lo que a la interpretación se refiere, destaca sobre todos Trintignant, seguido de cerca por un Renato Salvatori joven y convincente, Jacques Perrin y la inevitable Irene Papas en el personaje más endeble de la historia.