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La prueba de virginidad, lo más importante en la boda gitana

La piedra angular de la ley gitana es la fidelidad a la raza y, su mayor expresión, el acatamiento a la autoridad paterna. Esta solidaridad entre los miembros de una familia se pone de manifiesto especialmente en momentos de crisis, como por ejemplo, cuando un miembro de la familia es detenido. No sólo se esforzarán en reunir el dinero para pagar la fianza, sino que, además, suelen trasladarse cerca de la prisión, aunque esté a centenares de kilómetros de su sitio habitual de residencia para poder visitarle. Conocemos el caso de una familia gitana que se trasladó al Puerto de Santa María acampando frente al penal, para que el padre que estaba preso pudiera verles, aunque fuera a través de los barrotes de su celda.La familia gitana, pues, constituye una sociedad patriarcal endogama, cerrada (los casamientos entre parientes próximos son frecuentes), en la cual la autoridad suprema reside en el padre o en el varón mayor. La subordinación de la mujer gitana al varón -primero, su padre, después, su marido- es total. Eso no impide que la mujer tenga una influencia decisiva en los asuntos familiares -eso sí, siempre y cuando sea madre- La mujer soltera o casada, pero sin hijos es considerada incompleta y, por tanto, está marginada a la hora de tomar decisiones.

Prueba de virginidad

La compra de la novia o el rapto son las prácticas comúnmente achacadas a los gitanos con respecto al matrimonio. La verdad, sin embargo, es menos espectacular. Lo que no puede dar lugar a dudas es que el matrimonio tan sólo se efectúa con el consentimiento de los padres. Los matrimonios son «apalabrados» por los padres de la futura pareja a una edad temprana. La novia suele tener entre once y catorce años, mientras el novio tiene catorce o diecisiete, cuando se casan. A los veinte, una pareja suele tener ya varios hijos.El elemento más importante de la boda gitana es la prueba de la virginidad de la novia. Los padres y familiares de la joven tienen la obligación de vigilar su conducta, para asegurar su virginidad hasta el día de su boda. Existe una costumbre muy arraigada en el pueblo calé -especialmente en Andalucía- que le diferencia de otros gitanos europeos, y es el exigir que la prueba se haga antes de consumarse el matrimonio. Esta prueba la lleva a cabo una experta juntaora o sicobari en casa del novio. La prueba consiste en introducir un pañuelo blanco en la vagina para romper el himen. Las manchas recogidas de esta forma sobre el pañuelo -las llamadas tres rosas- son la afirmación de la pureza. Dice la leyenda que esta costumbre de origen árabe fue práctica común en España hasta la llegada de los Habsburgos y que la reina Isabel la Católica tuvo que someterse a ella antes de su casamiento con Fernando de Aragón.

Existen muchas canciones antiguas en castellano que hacen referencia a las tres rosas y honra de la mujer. Los gitanos las adaptaron y se conoce por el nombre de «alboreas», tal vez porque la prueba suele llevarse a cabo al amanecer.

Una vez «ajuntada», la pareja está casada y no existen más ritos ni ceremonias, aunque en la actualidad muchas parejas acuden a la iglesia para sacramentizar la unión.

Por muy pobres que sean las familias se las arreglan para deslumbrar a sus invitados con dulces, vinos, anís, varios kilos de almendras para tirarles a los novios, y toda clase de comida. Los festejos suelen durar tres o cuatro días durante los cuales los invitados comen, bailan y cantan sin descanso. A medida que se calienta la fiesta le destrozan el vestido a la madrina y los hombres se rajan las camisas, compradas especialmente para esa ocasión. La luna de miel no empieza hasta que se haya marchado el último invitado.

«Muló»: el muerto que vuelve a la vida

Cuando muere un gitano, toda la comunidad o barrio en que vivió está de duelo. Las manifestaciones de pena son sumamente emocionales. Hay llantos, sollozos, gritos desgarradores, desvanecimientos y mortificaciones, que pueden dejar perplejos a los payos que ignoran el culto a los muertos que existe en el pueblo gitano. El respeto a los difuntos es tan grande que mofarse de ellos o insultarles (como decir «me cago en tus muertos») puede llegar a justificar el dar muerte al que les ha ofendido. Como en el caso de la boda gitana, la familia del difunto, por pobre que sea, procura darle un funeral de primera. No conozco ningún caso de un gitano que haya sido enterrado en una fosa común. Si es menester, la comunidad entera paga los gastos del entierro antes de permitir semejante atrocidad. El culto de los muertos se basa en el concepto del «muló», el muerto que vuelve a la vida y tiene su origen en la creencia oriental de la reencarnación. Al «muló» se le atribuyen poderes sobrenaturales, y es por ello que los gitanos le veneran. Los parientes y amigos del muerto suelen contar su vida y milagros al morir como si de un santo se tratara.Aunque el velatorio dura veinticuatro horas, la familia de duelo deja de participar en festejos de cualquier índole durante mucho tiempo. Las mujeres van de luto tres o cuatro años normalmente. Si se casa un pariente cercano durante los primeros meses después de producirse la muerte, tienen que prescindir del jaleo, y la novia, a veces, va de negro.

«Para los gitanos creyentes, al igual que para el resto de los cristianos, es un dogma la certeza que no todo acaba con la muerte. Sabemos que nuestra estancia sobre la tierra no es más que un peregrinar hacia otros mundos donde está Debel visible para los buenos. Pero esta fe, natural para el cristiano que desde pequeño ha aprendido en el catecismo, es una realidad para el gitano sin haberla aprendido en ninguna parte. Los gitanos sabemos muy bien que cuando morimos no todo se acaba ahí. El espíritu queda con vida y, aunque no esté junto a nosotros visiblemente, lo palpamos con nuestra imaginación cada vez que tenemos necesidad de él.» (Juan de Dios Ramírez Heredia.)

Exodo obligado

La historia se repite. Una importante empresa constructora compra unos, terrenos donde viven barraquistas. Al día siguiente llega la Guardia Civil para desalojarlos y luego vienen los tractores que destruyen las míseras chabolas -despojando a las familias, casi siempre numerosas- de su único cobijo. Y ¿después?La familia carga el carro o burro, o hace sus maletas, y se marcha a otro ruin poblado de chabolas en el amplio cinturón de miseria de nuestras grandes ciudades.

¿Han intervenido en algún momento organismos estatales, autoridades, organizaciones asistenciales o benéficas, asociaciones de vecinos o ciudadanos para evitar, o denunciar el éxodo forzado de estas familias y exigir que se les proporcione una vivienda digna? Me temo que la respuesta es invariablemente: No. Sin embargo, los mismos entes o personas se conmueven ante la noticia de un terremoto, que deja sin casa a millares de personas en Guatemala, Rumania o China, y hasta envían óbolos a las campañas asistenciales de Cárilas o la Cruz Roja. O sea, que son capaces de reconocer la tragedia humana que significa estar desprovisto detecho, de comida y de ropa, siempre y cuando sea a consecuencia de una catástrofe natural en un país lejano, pero no cuando ocurre por una serie de injusticias sociales en su propio país, ciudad, o barrio.

«Como demuestran los criminólogos críticos, muchos marginados son víctimas de los marginamientos que, cobijados en su legalidad, cometen las actividades más perjudiciales... El silencio en casos como éste, es un delito represivo, un delito del poder, un delito no convencional, un delito muy grave (no está quizás tipificado en el Código Penal, no sancionará, pero es un delito). De estos Iodos vendrán después peores polvos. La violencia que todos lamentamos nace en gran parte de éste u otro silencio del poder (político, económico, religioso, etcétera -véase EL PAIS, 8-4-77-, Antonio Beristain), y nosotros añadiríamos individual.

La vivienda

La mayoría de la población gitana española (aproximadamente el 85 %) vive en chabolas o a la intemperie. Los ghettos gitanos se encuentran casi siempre en la periferia de núcleos urbanos o en descampados.La vivienda -si se puede llamarla tal- está hecha de tablas y lata o uralita, y oscila entre los diez y treinta metros. En este reducido espacio se hacinan adultos y niños de ambos sexos sin los más mínimos servicios higiénicos o sanitarios, donde pululan las ratas e insectos. Son pocas las chabolas que tienen luz o agua.

«El hacinamiento, la ausencia de agua y de servicios higiénicos y la humedad, convierten estas viviendas, estos poblados, en focos de enfermedades infecto-contagiosas con un alto índice de morbilidad. Los procesos bronco-pulmonares afectan, durante el período invernal, al 80 % de la población infantil; los procesos reumáticos, al 85 % de los mayores de 55 años. A viejos llegan pocos. Solamente el 3 % de la población total alcanza la edad de sesenta años o algo más. Porcentaje sin igual en ningún país del llamado mundo civilizado.» (Cambio 16, n.º 175, 14-4-75) ¡Y todavía hay personas que creen que el gitano vive así porque quiere! Lo que sí es cierto, es que el gitano, hasta ahora, no ha tenido opción y, en los contados casos en que se les ha dado una vivienda subvencionada, nunca se ha tenido en cuenta sus necesidades o preferencias acordes con su forma de vida. No hay que olvidar que el habitat para el gitano es una extensión de la naturaleza que ellos aman y respetan: diríamos, como una manifestación de lo divino. «El gitano se siente ante sí mismo y se siente a sí mismo en la naturaleza... El universo natural es para él un dato inmediato de lo sagrado, una unidad cósmica viva y activa, poblada de sacralidad.» (Francesc Botey).

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