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El otro poder económico: teoría aplicable a España/ y 2

El elemento esencial de las élites económicas viene configurado por su «poder de mercado», es decir, el control ejercido sobre la distribución de los recursos económicos, el poder de emplearlos o retirarlos de acuerdo con sus particulares intereses y preferencias. En definitiva, por élites económicas hemos de entender el grupo de personas que decide la asignación de recursos, debiendo distinguir el control de ese proceso de asignación, del coritrol cotidiano de la administra ción de los recursos que en su momento han sido asignados. Esta distinción supone diferenciar el control de asignación del control operacional, debiéndose limitar el concepto de élite económica al grupo que posee el poder de asignación, que no es lo mismo, ni tampoco dependiente, de la propiedad de capital. En otras palabras, el poder económico efectivo está en manos de aquellos que tienen la habilidad de concebir y llevar adelante planes que supongan una rentable inversión de capital, lo que lleva a que para catalizar este proceso la captura del Estado sea el objetivo principal del poder económico, dependiendo esa pugna del grado de racionalidad económica y fuerza o legitimidad política del Gobierno de la nación de que se trate.

La suplantación del empresario

Como resultado de la concentración del poder económico en grandes organizaciones o grupos, lassociedades de países que han alcanzado un determinado nivel de desarrollo comienzan a transformarse, de una sociedad de emplea dores, en una sociedad de emplea dos, siendo de especial importancia no tanto la aparición del empleado como la desaparición del empleador. Esto supone un cambio de tremenda importancia social: la sociedad de empleados consiste en un sistema jerárquico en el que todo el mundo se relaciona con los demás a través de relaciones impersonales, objetivas y abstractas, detrás de la que no hay más que esas vagas etiquetas de «empresa», «grupo», «organización», etc. Aparecen así los «actores corporativos», consistentes en una serie de puestos ocupados por personas, que como tales personas son intercamblables, poseyendo el poder que les confiere el puesto que ocupan, pero nunca a título personal. Esta distinción, cuando se analiza el poder económico, es importante, ya que al no tenerla en cuenta se cae en el error de Marx, que constituye la grieta central de su análisis del capitalismo: situar el poder corporativo en manos de las personas, los capitalistas como cla se.

El poder económico de los actores comorativos viene dado nor el hecho de que las personas que invierten en ellos, una empresa, por ejemplo, lo que en realidad hacen es suscribir un contrato entre la fuente inicial de poder (el accionista) y el usuario de ese poder (la empresa), de tal, manera que si bien el accionista no entrega a la empresa el último y absoluto control sobre sus derechos, sí le entrega el inmediato y efectivo control sobre ellos, con arreglo al que la empresa actúa para alcanzar sus propios objetivos, considerando los beneficios que debe producir para entregar al accionista, en forma de dividendos, como una limitación restrictiva a la consecución de sus propios objetivos. Esto sucede, de tal manera, que el grupo dirigente de la empresa llega a considerar los beneficios más como un mero coste (como los salarios) que un verdadero objetivo a alcanzar por la propia empresa. Nos encontramos, entonces, con que los intereses económicos están protagonizados por la estructura corporativa, estando las acciones de ella totalmente aisladas de los deseos de las personas que les confiaron el poder. En este estado de cosas, los «actores «corporativos», que así se comportan, forman auténticas constelaciones en las que es difícil precisar dónde empieza un grupo y termina otro, constituyendo un factor que crea un entorno social en el que la solución de los conflictos alcanza la mayor dificultad.

El auge de algunas grandes empresas es paralelo al poder que éstas adquieren para imponer su voluntad a la sociedad, de múltiples maneras. Desde movilizar a su antojo los ahorros de las personas, a influir en las acciones del Estado, teniendo como norte principal los propios objetivos de lo que Galbraith ha bautizado como tecnoestructura, y que al emplear el mercado como instrumento constituyen la carroza a la cual va, si no encadenada, al menos enganchada, la sociedad. La tecnoestructura, es decir, el grupo que colegiadamente toma las decisiones y dirige una gran empresa, está compuesta por los miembros más prestigiosos de una comunidad nacional que son más opulentos en aquellas sociedades que miden el valor, precisamente, por la opulencia.

Al tener, la tecnoestructura, que protegerse para asegurar su existencia, ha de defenderse -tomando las debidas precauciones- de aquellos que considera sus enemigos naturales: en un primer plano, los propietarios y los acreedores, en segundo término, los trabajadores (en forma de sus sindicatos), los clientes y el Gobierno. Esta defensa se facilita de manera notable por el hecho de que los miembros de la tecnoestructura están situados en los puntos estratégicos donde converge toda la información. De hecho, son los únicos que tienen acceso a determinado tipo de información, pudiendo, por tanto, utilizarla en su propio provecho, hasta extremos que suponen, tal grado de autonomía, que los consejos de administración quedan relegados al papel de meros apéndices de la tecnoestructura.

El objetivo del crecimiento

Se llega, de esta manera, a un auténtico conflicto de intereses que, en ocasiones, conduce a luchas abiertas producidas por la disparidad de criterios respecto a la alternativa crecimiento- beneficio. Dos son las razones que inueven a los miembros de la tecnoestructura a perseguir como objetivo principal el crecimiento. La primera es que, a diferencia del beneficio -al que han contribuido (de manera no siempre fácil de precisar) los distintos elementos de la empresa-, el crecimiento (el aumento de la cifra de ventas, por ejemplo) constituye un dato más claro, siendo, por tanto, más fácil identificar a los responsables. La segunda razón por la que la tecnoestructura persigue el crecimiento es la de que en una empresa en expansión la promoción personal deja de suponer que lo que uno gana el otro pierde. Con el crecimiento todos los miembros de la tecnoestructura pueden prosperar y ascender.

Este tipo de montajes lleva a crear en la opinión pública la apetencia y, por tanto, la necesidad de desmedidos y absurdos consumos en forma de bienes frívolos o caprichosos, atribuyendo un significado diferencial -en realidad inexistente- a las mínimas diferencias de calidad en la cada vez más extensa gama de productos de consumo superfluo. Como dirían los economistas: se refuerza falsamente la impresión de una constante utilidad marginal de los artículos, en un campo infinito de producción creciente. por otra parte, y en el seno de la propia empresa, se produce un conflicto de intereses que llega a traducirse en las distintas aspiraciones a manipular la «rendición de cuentas» en forma de las correspondientes presiones por parte de los suministradores de la información contable (la tecnoestructura) y los consumidores de esa información (fundamentalmente los accionistas y acreedores).

De esta breve excursión, por parte de la teoría del poder económico, espero que, al menos, haya quedado claro que no lleva muy lejos decir «quien manda en España es la banca y los generales», ya que este tipo de afirmaciones, por obvias y parciales, son irrelevantes. El poder económico español puede estar también -como hemos visto- en otras partes. Un análisis serio del tema obliga a ir más allá de esas fáciles etiquetas a que tan aficionados somos los españoles.

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