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EL JUEGO INFINITO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La grandeza y su antípoda

La gloria no soporta a nadie que esté por encima, pero una cosa es la alergia a la derrota y otra el propósito de buscar culpables cuando los resultados no llegan

Jude Bellingham
Jude Bellingham celebra un gol en el Bernabéu.Ángel Martínez (Getty Images)
Jorge Valdano

Los grandes clubes son conglomerados muy complejos que nacen, crecen, se transforman, triunfan, fracasan… Cambian los ciclos y las percepciones, pero el escudo no se inmuta si se respeta la historia.

Algo hay que agradecerle a ese Santiago Bernabéu del siglo XXI que es Florentino Pérez: que entienda al Real Madrid como una figura mitológica de alcance mundial y actúe en consecuencia. El espectacular estadio que está asomando, actualizará y hará física esa grandeza dándole a la ciudad un brillo arquitectónico, social y cultural. Un vínculo que, como el mismo club, agiganta el fútbol y lo trasciende.

Un club es una creencia que encuentra apoyo emocional en la afición. Ni siquiera hay que saber el origen de esa pasión porque está hecha de influencias múltiples, algunas visibles y otras invisibles.

El Estadio, como la magnífica Ciudad Deportiva, son lo visible. Pero hay empleados que le dedicaron su vida al Madrid con orgullo y discreción. Y hay héroes cuyo estilo y personalidad marcaron al club para siempre y que solo las inteligencias superiores son capaces de descubrir, reconocer y contar. Antonio Escohotado en La forja de la gloria, lo dice a la perfección con respecto al jugador más grande de la historia: “La pasión de Di Stéfano por el juego quedó impresa en el club como un aliento heroico capaz de reaparecer antes o después con efectos devastadores para el rival”. En medio de una remontada, alguien debiera repetir esta frase como una letanía.

En estos días Luka Modric está bajo una incómoda lupa, pero empieza a ser hora de que lo miremos con perspectiva histórica para decirle gracias cada vez que riega el campo de sudor y honra el fútbol con su clase. Se trata de un jugador que siembra valores porque tiene atado con doble nudo su relación con la ética. La ética del esfuerzo, la ética del respeto, la ética del amor al fútbol. La Ética en mayúscula que dejará como legado al club.

¿Para qué sirven estos modelos? La historia fabrica leyendas y las leyendas tiran de los mitos que se encarnan en el escudo. Cuando un jugador llega a un club de estas características empieza a notar algo diferente, una obligación que lo interpela en cada entrenamiento, en cada partido. Cuando se pone la camiseta siente que debe estar a la altura. Es entonces cuando los Bellingham y los Vinicius se ponen a fabricar nuevas leyendas con materiales viejos. El talento, que ya traían, la lucha, que es obligatoria, las gestas, que son un producto típico. Todo tiene una misma base, aquel aliento heroico renovado y convertido en desafío. Simplemente, los nuevos jugadores luchan para no ser menos que los héroes que los antecedieron.

Ahora el club espera a Mbappé y noto en el ambiente una preocupación para mí infundada. Hay quien cree que corre poco, yo pienso que se trata de un velocista bestial al que no se le pueden pedir esfuerzos de resistencia. Hay quien desconfía del efecto que puede tener para la convivencia su condición de jugador divino. Yo creo que su presencia puede potenciarlo todo, desde el talento de sus compañeros hasta la furia del nuevo estadio.

Mbappé es el mejor y los mejores siempre le sentaron bien a la vocación de grandeza del Real Madrid. Tan bien como la lucha, que esta generación está sabiendo exprimir para compensar las lesiones que están marcando la temporada. Estadio, héroes, valores, todo es grande. Claro que la gloria no soporta a nadie que esté por encima, pero una cosa es la alergia a la derrota y otra el propósito de buscar culpables cuando los resultados no llegan. Esta forofada madridista me da derecho a decir que el victimismo arbitral está en las antípodas de la grandeza.

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