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EL JUEGO INFINITO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Se va Messi, se viene Bellingham

El público se puso de pie a aplaudir su octavo balón de oro y el argentino, con el talante relajado de quien ya no debe nada, hizo un discurso mirando hacia atrás

Leo Messi Balón de Oro
Leo Messi, junto a uno de sus hijos, da las gracias por su octavo Balón de Oro.FRANCK FIFE (AFP)
Jorge Valdano

“Balón de oro” mixto

El Balón de oro es, cada día más, la prueba de que el fútbol se está desclasando. Policías custodiando el trofeo como si fuera una reliquia, jugadores vestidos como actores a punto de recibir un Oscar, intrusos del mundo mercantil… El lujo viene a contarnos que el fútbol asciende en la escala social. Sin embargo, existe una anomalía histórica: la de haber considerado al fútbol como popular, habiéndonos olvidado de las mujeres hasta hace muy poco tiempo. Pero ahí estaba Aitana Bonmatí, aún telonera de Messi, pero con la inteligencia, el compromiso, el dominio que autoriza su talento y, como todas las de su generación, la condición de pionera. Y, finalmente, Messi levantando su octavo Balón. El público aplaudiendo de pie, el talante relajado de quien ya no debe nada, el discurso mirando hacia atrás. En todo estaba implícita la palabra “adiós”.

El “Golden Boy” quiere hacerse mayor

De la misma manera, en la sola presencia de Bellingham en la gala estaba implícita la palabra “hola”. Dentro de un mes recibirá el Golden Boy, pero después de coronarse con el Madrid en tiempo récord, pide sentarse a la mesa de los mayores. Venía del clásico, donde Gavi, con esa cara de soldado saliendo de una trinchera dispuesto a todo, lo había sometido a una vigilancia feroz. Bellingham nunca pierde la calma y, como quien asiste a una cita con alguien que se demora, se puso a esperar su momento. Estos tipos no miden las cosas como los demás. Necesitan un segundo, un metro, un leve descuido del rival para meter un golazo y convertir el partido en otra cosa. Al final, cuando el marcador parecía cosa juzgada, volvió al partido como si se hubiera olvidado de algo, se filtró por un espacio que solo vio él y marcó el segundo gol.

Tiempo de recambio

No puede extrañarnos que este descubridor de espacios vacíos estuviera buscando uno en el escenario de la gala para las próximas temporadas. Le llevó una sonrisa de ventaja a Mbappé, que estaba triste. Que el francés tenga cuidado, porque este trofeo no se lo dan a los melancólicos. Más amenazante pareció Haaland, siempre armado con su simpatía y su ametralladora llena de goles. Los tres fueron protagonistas de la gala, pero todo parece indicar que la próxima temporada les esperan emociones más fuertes. Ya sin Messi en circulación estelar, se abre un casting para un nuevo tiempo y al fútbol nunca le faltan talentos con nuevas maneras de sorprender. Los candidatos que vienen son altos y potentes, físicos funcionales al fútbol atlético y metodológico que le espera a este juego evolutivo al que, como a todo, le han entrado las prisas.

Cambiar para seguir reinando

Si todo cambia, ¿por qué no lo va a hacer el fútbol, que siempre ha espejado la sociedad? Es verdad que todo, desde el dinero que ganan los jugadores hasta el precio de las entradas, nos habla de un nuevo estatus del juego. Pero al mismo tiempo, desde que la cultura adoptó las emociones dentro de su ámbito, el fútbol es, cada vez más, motivo de reflexiones de corte político-social por parte de intelectuales que lo habían ignorado como campo de razonamiento. Por supuesto, sin que las aficiones abandonen sus búnkeres tribales, donde desatan sus sentimientos. Razón por la que el fútbol no necesita un panteón cultural, le basta el bar de la esquina, donde se consagra como el primer productor de conversación, dando otra muestra de su condición de cultura popular. Sencillamente, el lugar en el que aquellos que no tienen acceso a la Cultura con mayúscula encuentran la belleza, lo distinto, lo épico.

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