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Muere Jim Hines, el primer atleta que corrió los 100 metros en menos de 10 segundos

Fallece a los 76 años el campeón olímpico en México 68, el “Muhammad Alí de las pistas”, cuyo récord mundial de 9,95s permaneció imbatido hasta 1983

Carlos Arribas
Jim Hines, tras ganar el oro en México 68 con 9,95s.
Jim Hines, tras ganar el oro en México 68 con 9,95s.Rich Clarkson (Sports Illustrated/Getty Images)

En la primavera de 1968 todo era posible, debajo de los adoquines estaba la playa y en la pista de polvo de ladrillo rojo de Sacramento, en California, durante los trials del atletismo norteamericano para los Juegos Olímpicos de México, el hombre corrió los 100 metros por primera vez por debajo de los 10s. Fue el 20 de junio. Lo consiguieron tres velocistas en las semifinales, Jim Hines, Charlie Greene y Ronnie Ray Smith. En semifinales, los tres registraron un tiempo de 9,9s, medido con cronometraje manual, que ajustaba a la décima, no a la centésima, y, aunque Greene se impuso en la final, fue Hines, que falleció el sábado a los 76 años, el primero que pisó la luna del atletismo.

Casi cuatro meses más tarde, el 14 de octubre, Hines les pudo al jamaicano Lennox Miller, al elegantísimo Greene, lesionado, y a los 10s de nuevo cuando se proclamó campeón olímpico. Fue la primera final olímpica de 100 metros con ocho atletas negros. “Mel Pender, el atleta con la mejor salida que nunca he visto, salió como una flecha”, recordó luego Hines, al que entrenaba el triple campeón olímpico de 1956, Bobby Morrow, en la Texas Southern University. Morrow, velocista blanco que amaba más ser leñador, las colmenas de abejas y la caza, destacaba por lo relajado que corría, y Hines siempre quiso correr así, tan elástico, zancada amplia, rodillas elevadas, y su final. “Pero yo sabía que si le aguantaba le alcanzaría a los 60 metros y yo pasaría a otra velocidad y le superaría. Hice la mejor salida de mi vida y aceleré a los 60 metros, y gané”.

Condiciones perfectas, nunca antes disfrutadas: pista sintética –los de México fueron los primeros Juegos Olímpicos disputados sobre tartán–, 2.248 metros de altitud –menos presión del aire, menos oposición—, 0,3 metros por segundo de viento a favor, y un cronómetro eléctrico que se detuvo inicialmente en 9,90s y fue después corregido a 9,95s. Y un atleta de 22 años convencido de que no había habido nadie como él y que quizás nunca lo habría después. “Si no corres con ese sentimiento de ser el mejor, sea verdad o mentira, nunca ganarás. Tienes que creer en ti”, decía Hines años después, envejecido, engordado y con las rodillas destrozadas, y una vida de marginal, en L’Équipe en una entrevista en la que también contaba que la noche anterior, la del 13 de octubre, se escabulló de la villa olímpica y se fue con una botella de champán al hotel en el que se alojaba su mujer, con la que hizo el amor y brindó para celebrar su victoria antes de conseguirla, y que ya cuando amanecía regresó a dormir. “Sabía que el día siguiente sería el más grande de mi vida. Yo fui el Muhammad Alí de las pistas. Enloquecía a mis rivales. Fanfarrón, les provocaba. Les insultaba en los tacos de salida”.

Solo en 1977 la federación internacional de atletismo (IAAF) hizo oficiales como récords las marcas obtenidas con cronometraje electrónico. Los 9,95s de Hines fueron el primer registro. Duraron como récord mundial hasta el 3 de julio de 1983, cuando Calvin Smith lo dejó en 9,93s (+1,38 de viento) en la altitud de Colorado Springs. Para entonces, Hines, nacido el 10 de septiembre de 1946 en Dumas (Arkansas), hijo de un obrero de la construcción, y crecido en Oakland, al otro lado del puente de la Bahía de San Francisco, llevaba muchos años retirado. El oro olímpico y el récord mundial le dieron una felicidad inmediata a Hines, atleta alto y compacto (1,83m, 81 kilos en su momento de mejor forma) pero no le resolvieron la vida. Muy amigo de Jesse Owens, el campeón olímpico de Berlín 1936 y muy influido por su actitud de sumisión racial, Hines se mostró en contra del boicot que propusieron los atletas negros norteamericanos a los Juegos de México después del asesinato de Martin Luther King, en abril del 68, y tampoco aprobó el gesto de black power de Tommie Smith y John Carlos en el podio de los 200 metros. “El que levantaran el puño enguantado en negro durante el himno fue una sorpresa total. Si lo hubiéramos sometido a votación entre los 44 atletas negros, yo habría votado no. Ensombreció las actuaciones de todos los atletas y a mi coronación como hombre más rápido del planeta”, dijo después Hines. “Cuando volvimos a Estados Unidos nadie quiso contratarnos. La final de México fuer mi última carrera de 100 metros. Tenía 22 años”.

Dos semanas después fichó por el equipo de fútbol americano de los Miami Dolphins, siguiendo la senda abierta cuatro años antes por Bob Hayes, el campeón olímpico de Tokio 64, que ganó una Superbowl con los Dallas Cowboys. Hines, sin embargo, no llegó a jugar ni un partido con los Dolphins, donde se enfrentó a los entrenadores, ni tampoco triunfó con los Oakland Raiders, sino que fue considerado uno de los peores futbolistas de la historia. Fue empleado municipal en Houston (Texas) y trabajó también en campos petrolíferos, En 1981, a los 35 años, anunció un regreso al atletismo que nunca se produjo. Su vida acabó diluyéndose, anónima. Olvidado. Ha fallecido a las pocas semanas de la muerte, también a los 76, de Dick Fosbury, el saltador de altura que también en el Estadio Olímpico de México mostró que en 1968 todo fue posible.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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