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Cort Nielsen gana la etapa del debut de Thomas de rosa en el Giro de Italia

El ciclista danés se impone a sus compañeros de fuga en Viareggio el día en el que la carrera se reanuda con Remco Evenepoel en su casa con covid

Carlos Arribas
Cort Nielsen
El Movistar tira del pelotón bajo el diluvio antes de la caída de Gaviria.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)

Entre Emilia y Toscana, entre las tierras del acetto balsámico y los motores maravillosos a los olivos de Lucca, las playas de Viareggio, el astillero en el que restauran desde hace años el Portola, el barquito de madera precioso en el que Marilyn Monroe enseña a besar a Tony Curtis, Con faldas y a lo loco, un puerto montañoso a 1.500 metros de altitud, bajo una lluvia gélida, ráfagas de viento helador, un descenso infinito, miedo y sufrimiento, enseña, y recuerda, a los ciclistas la verdad de su oficio, el ciclismo antiguo, dolor que desmoraliza. Es el Passo delle Radici, el puerto de las raíces. El mal tiempo, las curvas del descenso, el muro del pirata en una curva cerrada contra el que chocan Barta y Vine, más caídas, locuras, despedazan al pelotón, pequeños grupos de supervivientes que se detienen para cambiarse de ropa, las zapatillas empapadas, los guantes que ya no abrigan, que solo hielan.

Delante de todos, tres en fuga, tres de los que solo se escapan pensando en ganar. Son el friulano pelirrojo De Marchi, el canadiense Derek Gee, que quiere ser como Hesjedal, el compatriota que amargó a Purito hace 11 años, y el danés Magnus Cort Nielsen, y su bigote tan claro parece blanco en la meta después de su victoria clara –era el más rápido, un sprinter duro que ya ha ganado etapas en la Vuelta, el Tour y el Giro, y solo 105, incluido él, lo han hecho en la historia–, y las huellas de la dureza de la etapa, del esfuerzo físico y mental hechos para mantener una ventaja de un minuto en los últimos 20 kilómetros, las arrugas de su rostro, le hacen parecer un viejo, un viejo sabio que ha visitado las raíces radicales del ciclismo y ha regresado a un presente en el que el rosa ya no lo viste Remco Evenepoel, ya en su casa en Bélgica pasando el covid que le obligó a abandonar el domingo, sino el viejo galés Geraint Thomas, que cumplirá 37 años el jueves 25, tres días antes de que el Giro llegue a Roma.

Y si llega él de rosa, y podría hacerlo perfectamente –Thomas, fiel ayudante de Chris Froome en sus años de fulgor, ya ganó el Tour de 2018 y fue tercero en el de 2022, sería el más viejo que lo hace. El récord lo tiene aún, el toscano Fiorenzo Magni, que ganó a los 34 años su tercer Giro, en 1955, y desde entonces su nombre es sinónimo de ancianidad.

Los viejos ciclistas de hace nada, Moser, Saronni, glorias italianas que falsean su pasado a gusto del viento que sopla, glorias de todo el mundo nostálgicos de un pasado que no existió, señalan a Evenepoel con el dedo. No se ha retirado, ha huido, dicen, asustado como no debe estar nunca uno que quiere llamarse campeón, porque sabía, tal como estaba, que nunca ganaría el Giro, y no acepta no ser la estrella, como si Evenepoel se hubiera inventado el virus, o como si después de haber ganado la contrarreloj a más de 50 por hora con solo nueve centésimas de ventaja sobre Thomas, la cara de enfermo, los ojos sin vida, el decaimiento de su cuerpo, fueran no más una máscara.

Qué distinto, qué lejos de Eddy Merckx, al que dice querer igualar (el Caníbal, el último belga que abandonó el Giro de rosa, fue expulsado de la carrera tras dar un positivo tras la 16ª etapa del Giro del 69), que lejos del mismo Magni, que ascendió el Monte Bondone con una clavícula rota tirando del manillar con la boca a través de un tubular que mordía con los dientes. Leyendas de fotos grises. Qué distinto Evenepoel, el niño del año 2000, a ellos, a Cort Nielsen, a De Marchi, a Caruso, a los que atacan bajando y caen, a los que llegan a 10 minutos, como Vine, que iba noveno en la general, o a más de 20, como Barta, el mejor hasta ayer del Movistar, o como Fernando Gaviria, también caído y helado, o como Barguil, que se cae atropellado por un coche de equipo y no puede agarrar el manillar apenas, o a los que se retiran con las tripas vacías después de intentar seguir, como el ruso Aleksandr Vlasov, otro que pensaba que podía ganar el Giro. Cuatro que salieron de Emilia no llegaron a Toscana, enfermos, agotados, heridos; nueve más ni llegaron a salir, ocho más Evenepoel. El Giro lo empezaron 176. Quedan 150 en carrera. Las grandes etapas aún no han llegado. Entre los tres primeros, Thomas, su compañero en Ineos Tao Geoghegan (ganador del Giro del 20, el año de la pandemia) y Primoz Roglic (ganador de tres Vueltas, amante de las emboscadas), solo hay cinco segundos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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